Quijote-Daurier

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Arte

Viaje por las caras del Quijote

Don Quijote es el personaje literario español que más extensa y variada repercusión artística ha tenido a lo largo de los cuatrocientos años que lleva cabalgando, no sólo por las llanuras de la Mancha, sino por todo el ancho mundo

6 enero, 2005 01:00

Don Quijote es el personaje literario español que más extensa y variada repercusión artística ha tenido a lo largo de los cuatrocientos años que lleva cabalgando, no sólo por las llanuras de la Mancha, sino por todo el ancho mundo. Sin embargo, no fueron españoles los primeros en fijar plásticamente a los protagonistas y los episodios de la novela. Las ediciones ilustradas tardaron mucho en aparecer entre nosotros. Fue en Francia, en Holanda y en Inglaterra donde primero encontró el Caballero de la Triste Figura adecuada representación plástica, tanto —y primero— en los libros como en las pinturas, tapices e incluso en ciertos objetos decorativos.

Pero las interpretaciones más antiguas inciden en los episodios más grotescos e inician una visión caricaturesca de los protagonistas. Una rarísima serie de estampas francesas, realizadas entre 1650-1652, constituye uno de los primeros intentos de dotar de cuerpo y figura a los personajes del libro hasta entonces encomendados a la capacidad imaginativa del lector. En la pintura también fue Francia la adelantada en reflejar la popularidad de la novela. Un lienzo atribuido a Mathieu Le Nain (1607-1677) que presenta a los dos protagonistas jinetes en Rocinante y en el asno, se atiene a las descripciones del texto y no exagera, como harán otros, la carga grotesca que vieron los primeros lectores e ilustradores del libro.

Una edición holandesa que vio la luz en Dordrecht en 1657 está ilustrada por veinticuatro estampas que probablemente dibujó y grabó Jacob Savry. Aunque los grabados no son muy refinados, tuvieron mucho éxito y se repitieron con ciertas variaciones en numerosas ediciones, no sólo en Holanda sino en toda Europa, hasta bien entrado el siglo XVIII. En Inglaterra, en 1687 una edición de la novela presenta dieciséis estampas más la portada, obra de un autor por ahora desconocido que da a las escenas un desarrollo paisajístico muy amplio, pero que no pretenden ser fieles al escenario español sino que le convierten en un trasunto del espacio inglés.

Fue en Francia, en Holanda y en Inglaterra donde primero encontró el Caballero de la Triste Figura adecuada representación plástica

Es en Francia, a comienzos del siglo XVIII, cuando la imagen del Quijote alcanza mayor difusión. Pintores de la corte de Luis XIV, Gillot y Watteau especialmente, pintan escenas de la gran novela. Pero es Charles-Antoine Coypel (1696-1752) quien será el más afortunado intérprete del texto para el gusto francés. Entre 1715 y 1734 dibujó veintisiete composiciones que sirvieron para cartones con que tejer tapicerías que obtuvieron un gran éxito. Ambientadas en el mundo cortesano de la época, delicadamente rococó, no sólo representan los episodios más conocidos de la novela, que tienen a Don Quijote y a Sancho por protagonistas, sino que también se extienden a otros relatos novelescos que abundan en el texto, especialmente la historia del pastor Crisóstomo y la bella Marcela. Las composiciones de Coypel alcanzaron una difusión extraordinaria gracias al grabado, pues se copiaron infinidad de veces por editores holandeses, ingleses y franceses, e incluso las manufacturas chinas para el mercado europeo las utilizan para decorar vajillas “chinescas”.

Otro pintor francés, Charles-Joseph Natoire (1700-1777), pintó también cartones para una serie de tapices con detalles de extrema delicadeza. Se conservan en el Castillo de Compiègne y son un excelente ejemplo del tratamiento cortesano del texto. En España, un pintor, francés también, el exquisito Michel-Ange Houasse (1680-1730) interpreta algunos episodios quijotescos, con vivaz espíritu narrativo, que pueden señalarse como las primeras interpretaciones de calidad entre nosotros. Un estricto contemporáneo de Houasse, el aragonés Valero Iriarte, también hizo para la Corte lienzos con temas de la novela. Y una miniaturista, Ana Meléndez (1714-1760), de familia de artistas, realizó una serie de deliciosas miniaturas para presentar al rey que no son, en realidad, sino interpretaciones o copias de los grabados de Coypel.

Detalle de un tapiz realizado a partir de un cartón de A. Procaccini y Domenico Maria Sani

También en España se tejieron tapices con episodios de la novela por cartones de dos artistas italianos al servicio de la corona española: Andrea Procaccini (1671-1734) y Domenico Maria Sani (1690-1772). Los tapices, con orlas de un barroquismo tradicional, de opulentas columnas salomónicas, se conservan en los palacios del Patrimonio Nacional, pero los cartones se han perdido. Como puede verse, en las Cortes de Felipe V y de su abuelo Luis XIV, la novela cervantina estuvo singularmente presente. En España, como si se quisiera subrayar la identificación de la nueva dinastía borbónica con la más expresiva de las novelas españolas del siglo precedente, y en Francia, al calor de una cierta “moda española” favorecida por las circunstancias históricas de acercamiento de ambas monarquías.

En Italia, en Nápoles, un pintor cortesano, Giuseppe Bonito (1707-1789), realizó para Carlos de Borbón, el futuro Carlos III de España, una serie de cartones para tapices que harían evocar al soberano su procedencia española. El éxito británico de la novela, que conoció a lo largo del siglo XVIII muy diversas traducciones, determinó también una variedad de ilustraciones en las que intervinieron artistas de renombre como Hogarth y sobre todo Jonh Vanderbank (1694-1739), que proporcionó modelos para grabados llenos de agudeza y de intención y realizó algunas pinturas que repetían sus composiciones.

Todo el romanticismo europeo halló en el Quijote un manantial de motivos expresivos y sugerentes para dar rienda suelta a su imaginación más libre

En España, a la vista de las interpretaciones extranjeras, que nada tenían de sabor castellano, la Real Academia Española preparó una edición ilustrada donde se dieron cita la mayor parte de los artistas salidos de la Academia de San Fernando. José del Castillo, Antonio Carnicero, Gregorio Ferro, Bernardo Barranco e incluso Goya, se aplicaron a ello con la intención de dar a las ilustraciones un carácter más español y, a la vez, desplazar las intenciones risibles que impregnaban las ilustraciones hasta ahora vistas, sustituyéndolas por un tono más sereno, como entreviendo la profunda nobleza del personaje y de la historia. Se recurrió a los mejores grabadores y la edición de 1780 salida de las planchas de Ibarra, es una obra maestra que contribuyó no poco a la fijación de los tipos protagonistas, sobre todo porque fueron repetidas sus ilustraciones en varias ediciones diferentes. En el siglo XIX la imaginación romántica encuentra en la novela motivos excelentes para su exaltación, ya despojada de los elementos risibles e impregnada de sensibilidad lírica y visionaria.

Y son también franceses los intérpretes más renovadores. Honoré Daumier (1828-1879), heredero en cierto modo de Goya, pintó múltiples veces la figura del escuálido caballero cabalgando por un espacio desolado sobre su esquelético Rocinante acompañado de un orondo Sancho sobre su asno. En otra dirección, más narrativa y fantástica, Gustavo Doré (1823-1883) dejo, en ilustraciones y lienzos, una visión muy personal del libro, enlazando un apasionado romanticismo con un simbolismo ensoñador.

Antonio Muñoz Degrain: 'Don Quijote en casa de los duques. Doña Rodríguez suplica a don Quijote por la honra de su hija'. Foto: BNE

Todo el romanticismo europeo halló en el Quijote un manantial de motivos expresivos y sugerentes para dar rienda suelta a su imaginación más libre. Pintores ingleses, daneses, italianos e incluso norteamericanos, abordaron la ilustración del texto con absoluta libertad pero respetando siempre los personajes principales, fijados ya en su perfil definitivo: el alto y grave Don Quijote, dotado de una serena dignidad, y el grueso Sancho, lleno de rusticidad campesina. En España, como es lógico, hubo de constituir tema principal, pues erigida ya en símbolo nacional la inmortal novela, se recurría a ella en todas las ocasiones en que había que expresar el orgullo nacionalista.

Así, desde las primeras Exposiciones Nacionales, creadas en 1856, los temas cervantinos, y el Quijote en particular, están presentes. Se advierte aquí el intento de adecuar el escenario a la realidad manchega y un esfuerzo por lograr una escenografía verosímil, tantas veces impregnada de falsa arqueología. Artistas conocidos y menos conocidos, como Eduardo Cano, Juan Francés, Manuel García “Hispaleto”, José Sánchez Pescador, Antonio Pérez Rubio, Miguel Jadraque, etc., pintaron temas del Quijote que en ocasiones fueron adquiridos para el Museo Nacional y hoy se encuentran dispersos en varios museos y edificios públicos como depósito del Museo del Prado. Incluso artistas más famosos como Mariano Fortuny o Antonio Gisbert, cultivadores de otros géneros bien diferentes, se ocuparon, en ocasiones, de dar forma a escenas de la novela, e incluso hubo artistas de prestigio que se especializaron en el tema, pintando series extensas de episodios quijotescos.

Quizás sea José Jiménez Aranda (1837-1903) el más constante cultivador de estos temas, desde su primera juventud hasta su vejez, en que tenía preparados seiscientos ochenta y nueve gouaches que habrían de ilustrar la edición del tercer centenario de la primera edición de la obra. Otros artistas de formación decimonónica que ya penetran con su obra en el siglo XX, también realizaron series o conjuntos de lienzos con motivos de la novela, José Moreno Carbonero (1858-1942) es autor de muchos lienzos con escenarios al aire libre en la llanura manchega, de enorme éxito en España y América, y Antonio Muñoz Degrain, ya en 1916-1919, pinta para la Biblioteca Nacional una serie de escenas, en su peculiar estilo colorista y fantástico que ha sido con acierto, denominado “visión ensoñada” por su personalísimo sentido simbolista y exaltado.

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