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El Cultural

Rodrigo Muñoz Avia: "El humor es el registro en el que doy lo mejor de mí como escritor"

El escritor publica ‘La tienda de la felicidad’, una novela narrada exclusivamente con correos electrónicos y protagonizada por un tipo excéntrico que vive en un confinamiento voluntario

10 febrero, 2021 09:16

Una serie de incidentes con unas gambas congeladas son las responsables de que los lectores tengan a su disposición, desde hace unos días, una de las novelas más divertidas que encontrarán en los estantes de novedades de las librerías. Se titula La tienda de la felicidad, la firma Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967), la publica Alfaguara, tiene un formato epistolar —o más bien deberíamos decir e-pistolar, ya que está narrada con correos electrónicos— y está protagonizada por un personaje a contracorriente, excesivo, irónico, solitario, con un inútil afán justiciero y, en el fondo, tierno. Se llama Carmelo y recuerda, como ya han señalado sus primeros lectores, al Ignatius de La conjura de los necios, a la Helene de 84, Charing Cross Road y al mismísimo Don Quijote, si el personaje cervantino tuviera un punto cínico y hubiera optado por desfacer agravios parapetado detrás de un ordenador en vez de campear por La Mancha.

Después de publicar La casa de los artistas, un retrato de sus padres, los artistas Lucio Muñoz y Amalia Avia, el autor regresa con su nuevo libro a la ficción y al humor de novelas anteriores como Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos y Cactus. “Regresar a la ficción me ha costado mucho. Me resultaba difícil volver a aceptar la convención narrativa. De esta manera me reencontré con esta historia que empecé en 2009 y que no tiene narrador. Está contada como si espiaras la cuenta de correo del personaje, la retomé y vi que todo lo que escribía me funcionaba y me divertía mucho”.

Volvamos un momento a lo de las gambas. Hace más de una década que el autor se aficionó a hacer la compra del supermercado a través de internet, algo que la pandemia ha convertido en una rutina más para millones de españoles pero que entonces era algo muy minoritario. En cada pedido, Muñoz Avia pedía las Gambas Delfín Ultracongeladas. Siempre eran facturadas pero nunca entregadas, y él siempre las reclamaba al servicio de atención al cliente. “Me aficioné a mandar unos mensajes bastante cómicos pero también intempestivos, que evidentemente nunca fueron acogidos ni respondidos en ese registro”, recuerda el escritor. Hasta que un buen día, las gambas llegaron y se acabó la excusa para seguir mandando aquellos mensajes que, en el fondo, eran un entretenimiento divertido para su emisor. Así fue como nació el personaje de Carmelo, este tipo peculiar, autoconfinado en su casa —hay que señalar que la escritura y la acción de la novela son anteriores a la pandemia— que se comunica —o más bien discute— con el mundo exterior mediante correos electrónicos. Pero, a pesar de su personalidad, o precisamente gracias a ella, consigue tejer una red social y familiar de afectos e, incluso, encuentra el amor.

Pregunta. El protagonista de la novela es un tipo solitario, quijotesco, estrafalario, justiciero, misántropo y a la vez con ramalazos de solidaridad. Como lo define otro personaje, es “un tipo solitario que roza lo insociable, que juzga todo lo que le rodea y que sin embargo valora más que nadie ser oído y leído”. ¿Cuánto hay del autor en este personaje?

Respuesta. Hay mucho de mí y muchos ecos de mi familia: de uno de mis hermanos y de mi padre, que mandaba unas cartas bastante intempestivas e irónicas. Yo también me reconozco mucho porque mi vida de escritor es de eremita, uno está la mayor parte del tiempo solo delante del ordenador y cada señal del mundo exterior se recibe con algarabía, hasta un correo electrónico. Además la historia parte de mi experiencia con el servicio de atención al cliente de Carrefour por aquellas gambas que siempre me cobraban y nunca llegaban, y me dio por escribirles unos mails de protesta bastante cínicos y gamberros. No hay nada peor que un escritor medio aburrido dispuesto a mandarte una parrafada. De ahí viene el primer chispazo de la novela, pero trasladado a un personaje más extremo y más a contracorriente. Me atrae mucho ese tipo de personaje, y me entraron ganas de seguir divirtiéndome con él.

P. En un momento de la novela, su protagonista se ve reflejado en la figura de Julian Assange cuando, tras siete años de asilo en la embajada de Ecuador en Londres, fue detenido y todo el mundo vio su aspecto desaliñado mientras era arrastrado a la fuerza. “Una y otra vez repetían el momento, felices porque ese hombre se haya convertido en el loco que necesitaban mostrar”, dice Carmelo. Y va más allá: “Su imagen actual también gusta mucho porque contribuye a desacreditar a los asociales, a los que se esconden, a los que toleran la soledad, a los que no forman parte del mundo feliz. Esto es algo que no se perdona”. ¿Comparte esta reflexión de su personaje?

R. Para mí esa es una reflexión central de la novela y sí, la comparto. Carmelo también habla mucho de Emily Dickinson, que eligió vivir confinada. La vemos como un bicho raro porque realmente su apuesta fue muy extrema, pero era una maravillosa poeta. Hoy se hace una exaltación extrema de la sociabilidad, de salir, de formar parte del ritmo alocado del mundo, y se tiene una mirada negativa de quien se sale de eso. Por otra parte, la desgracia de la soledad es que en la mayoría de los casos no es voluntaria. Y encima ha llegado la pandemia, que ha traído más soledad y más confinamiento forzoso. Todo esto se me antoja paradójico. Llegué a pensar si esta novela dejaba de tener sentido. Pero creo que lo sigue teniendo. Ya existía el confinamiento entre pantallas antes de todo esto. Ya existían Netflix y Glovo.

P. Ante su hermano Elisendo, que es un premiado dramaturgo, Carmelo tiene la sensación de ser el hermano malo, el menos exitoso y más bala perdida. Además, usted escribió un libro infantil titulado Mi hermano es un genio. ¿Es todo ello el reflejo, aunque sea irónico, de una posible rivalidad con su hermano Nicolás Muñoz Avia, director de cine y también escritor?

R. No, entre los hermanos —todos nos dedicamos a la creación— no hemos tenido jamás rencillas ni competitividad. Yo lo relaciono más con mis padres y el listón tan alto que pusieron ellos: el reconocimiento que tienen ellos y el lugar que queda para uno mismo sí que es un tema que rumio en mi interior y me lo han dicho varias veces. Lo uso como elemento literario, pero hemos vivido con tanta admiración la carrera y el éxito de mis padres que lo único que sale de nosotros es luchar para que su obra siga viva, de hecho dedico mucho de mi tiempo a ocuparme de que así sea, y su éxito lo vivo como un éxito propio.

P. El libro se llama La tienda de la felicidad, que es el nombre de una tienda —no diremos de qué tipo— que manda sus ofertas por correo electrónico a Carmelo. Esto remite a esa búsqueda de la felicidad que se ha convertido en un negocio y casi en una obligación para todos, ¿no cree?

R. Totalmente. La felicidad es una palabra dañada y una aspiración dañina. Mi novela donde eso está más presente es en Psiquiatras, psicólogos y otros enfermos, donde el protagonista lo tiene todo para ser feliz pero acaba desquiciado por esa imposición social de alcanzar la felicidad. Carmelo, en cambio, no se plantea nada de eso. Es un tipo con muchos recursos para construirse su propia vida y con su carácter es capaz de tender una red a su alrededor, y por muy gruñón que sea, al final consigue encandilar a todo el mundo. Es un tipo solitario pero comunicativo y cuando quiere algo lo consigue. En esto se diferencia también del protagonista de Cactus, que era un hombre sin voluntad, abúlico, que se dejaba llevar por las circunstancias.

P. El humor está muy presente en esta y en sus anteriores novelas. ¿Diría que es un ingrediente irrenunciable de su escritura?R. El humor es algo que me sale de manera natural, es el registro en el que doy lo mejor de mí como escritor y soy más yo mismo. No es una premisa, no me lo planteo, pero me sale naturalmente, y como lector también agradezco muchísimo que un libro tenga humor. La ironía es una manera estupenda de acercarse a la realidad, la desenmascara. Es una forma de conocimiento, la manera no convencional de enfrentarte a cualquier cosa y desacralizarla. Más allá de eso, lo importante para mí es, por supuesto, escribir una buena historia con unos buenos personajes, y que lo que cuento tenga sentido. Por sí mismo el humor no construye una historia que tenga sentido. Pasa a veces con humoristas que son geniales pero se ponen a escribir y la acumulación de chascarrillos acaba cansando.