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El Cultural

José Ovejero: "Interpretamos demasiado el arte y demasiado poco la realidad"

Una mujer y un niño confinados en una cabaña protagonizan ‘Humo’, la última novela del escritor, una historia de supervivencia en un mundo hostil que indaga en el lado más primario del ser humano y en las sensaciones más que en las ideas

14 enero, 2021 09:04

Los protagonistas de la nueva novela de José Ovejero (Madrid, 1958) viven confinados en una cabaña en el bosque, mientras la civilización probablemente —esto nunca se nos aclara— ha dejado de existir o está en trance de hacerlo. Su autor acabó de escribirla en otoño de 2019, justo antes de la pandemia. Por aquellas fechas, además, Ovejero y su pareja, la también escritora Edurne Portela, compraron una casa en un lugar remoto de la sierra de Gredos, cansados de Madrid. Esto también fue antes de la pandemia, aunque ha sido esta lo que les ha empujado a mudarse allí de manera permanente. A la luz de todo lo que nos ha pasado en 2020, las dos cosas, novela y casa, parecen adquirir ahora un cariz premonitorio.

El libro se titula Humo, lo publica Galaxia Gutenberg y su escritura comenzó, como suele pasarle al autor, con una imagen que se proyectó como un fogonazo en su mente: una mujer que vive una cabaña, rodeada por un inmenso nubarrón de abejas empeñadas en contradecir a los científicos que alertan de su peligro de extinción debido al cambio climático. “Me pareció una imagen poderosa. ¿Y si el desequilibrio de la naturaleza se manifiesta de otra manera?”, plantea Ovejero. Lo segundo que le intrigó de la escena era cómo vivía allí esa mujer. No cómo llegó allí o por qué. De hecho, la novela no revela nada de su pasado. A partir de ahí, el relato fue tomando la forma de una historia de supervivencia en un mundo hostil.

En la cabaña viven la mujer y un niño. No conocemos ni conoceremos sus nombres. Cada uno de ellos tampoco sabe el del otro. No son madre e hijo, pero en algún momento formaron esa especie de simbiosis que aumenta sus posibilidades de sobrevivir. La protagonista quiere ser una piedra, renegar de las emociones y los afectos porque los considera un lastre para la supervivencia, pero está claro, por su relación con el niño, que no lo consigue. No sabemos tampoco, ni saben, por qué abandonaron la cabaña sus antiguos ocupantes, cuánto tiempo lleva abandonado en la maleza ese coche sin motor, por qué el huerto ha dejado de dar frutos ni por qué arde la ciudad a lo lejos, al otro lado del valle. 

2020 nos ha dado sobradas razones para sentirnos más cerca de lo distópico y de lo apocalíptico, pero asegura Ovejero que no ha pretendido adentrarse, ni siquiera acercarse, a ese terreno. Humo no es un alegato ecologista ni una distopía que pretenda alertar de nada. “No es una novela de ideas, sino de sensaciones”, señala el escritor.  

Pregunta. La novela se desarrolla en un mundo postapocalíptico que cada vez nos parece menos lejano o hipotético.

Respuesta. Eso de que sea un mundo postapocalíptico se pone en duda. En realidad no se sabe qué está pasando. No quería llevar la novela hacia lo distópico, aunque lo parezca, sino dar prioridad a las sensaciones de alguien inmerso en un mundo distinto, un bosque, en el que la naturaleza no funciona como ella piensa que debería funcionar. Es una cosa que le puede pasar a cualquiera, la naturaleza no es tan generosa como podamos pensar. Pero no solo hay sensaciones negativas de dolor o miedo, también positivas, como algunos momentos de armonía o la sensación de fuerza, de energía, de ser capaz de enfrentarse a cosas que nunca habría imaginado poder hacer frente. Acentúo eso y no la parte distópica.

"La novela refleja la sensación de estar enfrentados a un mundo que está un poco fuera de su eje, y no sabemos cómo situarnos en él, cómo defendernos"

P. Si toda la novela surge de la imagen del comienzo y se ha dejado llevar por la escritura, ¿no hay entonces ningún paralelismo voluntario con el mundo de hoy?

R. La novela tiene que ver con el mundo actual pero de una manera difusa. Sí que refleja una sensación de la sociedad en la que vivimos: la de estar enfrentados a un mundo que está un poco fuera de su eje, y no sabemos cómo situarnos en él, cómo defendernos, en el que nos preguntamos hasta qué punto podemos contar con los afectos de los demás para sobrevivir. Sin duda, todo este aislamiento provocado por la epidemia da una nueva lectura a la historia de esta mujer que se aísla en el monte para sobrevivir.

P. Esta novela puede ser descorazonadora, puede interpretarse como un mal augurio del futuro de la humanidad, pero también anima a valorar lo positivo que tenemos en nuestra vida, como hacen los protagonistas cuando, a pesar de todas las penurias, encuentran comida para la cena, juegan con la gata o contemplan el arcoíris. En definitiva, hacernos pensar que no estamos tan mal.

R. Efectivamente la novela no es tan pesimista como puede parecer, porque pongo atención en esos detalles que se nos pasan, que merecen la pena ser vividos. Que sea una novela completamente alejada de lo digital y de los aparatos electrónicos hace que sea una novela que vuelve la vista hacia los pequeños detalles, las emociones, la belleza de lo que nos rodea. La mujer, de hecho, hace una lista de todo lo que le alegra en un momento de la novela, y es una parte importante. En cuanto a lo de pensar que no estamos tan mal, me preocuparía que se leyese así, porque es una visión conservadora de lo distópico. Se ha hablado mucho del carácter conservador de la distopía porque nos lleva al conformismo, pero la distopía tiene una función de aviso, igual que la utopía. Lo conservador, pues, no es inventar un mundo distópico, sino un mundo distópico con final feliz. Esto tiene que ver con lo que dice Zizek sobre la renormalización de la catástrofe: ¿Que se deshielan los polos? Qué bien, así podremos extraer petróleo y minerales allí… Se asume la situación como si fuera normal, sin atender a lo que tiene de advertencia.

P. ¿Cree que esta novela encaja con la tesis que defendía en La ética de la crueldad, aquello de que el escritor debe obligar al lector a ver lo que no quiere ver?

R. Sí, creo que sí, y sobre todo con una parte de La ética de la crueldad en la que desarrollo la idea de que la incertidumbre es cruel. Queremos certezas, saber por qué suceden las cosas y qué significan. Yo elimino esa tranquilidad que nos da interpretar una obra. Dejo que sean los lectores quienes se enfrenten a la obra a partir de sus sensaciones y la interpreten. O no, a veces está bien contemplar un cuadro sin necesidad de interpretarlo.

P. También deja abierto el final, imagino que por esa misma razón.

R. No soy un escritor realista en sentido estricto, pero me gusta el realismo de la indeterminación. Nuestras historias no se acaban, no hay un final para ellas. Todas tienen algún tipo de consecuencia o sucesión de otros acontecimientos. Por eso me gusta llevar las historias hasta un punto en el que ocurre algo trascendental, pero no cerrarlas del todo.

"Casi todo el mundo rechaza la violencia, pero estamos rodeados de violencia social y de violencia que consumismo como entretenimiento"

P. La violencia es un elemento recurrente en sus novelas, es algo que explora a menudo y también tiene un papel importante en Humo. Se reflexiona sobre ella, se analiza, e incluso la protagonista entiende la violencia ejercida contra ella. ¿Cree que hablar con naturalidad sobre la violencia es casi un tabú, aunque estemos sobreexpuestos a ella continuamente?

R. Vivimos en una contradicción. Casi todo el mundo rechaza y condena la violencia; sin embargo, estamos rodeados de violencia social —lo vemos en los desahucios, en la Cañada Real— y también de violencia que consumimos como entretenimiento. Por eso me desconcierta que digan que mis novelas son violentas. Lo que pasa es que mi violencia toca más a los lectores, porque les parece que hablo de algo más esencial, y eso cuesta más digerirlo. No está ni el rechazo sencillo de la violencia, ni en el consumo sencillo de violencia, sino que es algo entre medias. Me interesa mucho que la protagonista de la novela entienda la violencia que la rodea, lo que no significa que la acepte o que no se defienda de ella. De todas maneras creo que interpretamos demasiado el arte y demasiado poco la realidad. Nos preguntamos por qué dice un autor algo, pero no nos planteamos por qué sucede en la vida real.

P. En este tipo de historias de supervivencia, se vuelve a lo básico, a las emociones y comportamientos más elementales. ¿Le interesaba explorar esto también?

R. Tengo que aclarar que yo, de antemano, no quería abordar nada en concreto, pero vi que me encontraba bien en ese mundo intenso que estaba creando y que me atraía. Mientras escribía iba rechazando, como el personaje, todo lo que fuera demasiado racional y dejándome dominar por mis propias sensaciones. Esto tiene relación con el mundo que me rodea, con la naturaleza. Tenemos una relación ambigua con ella. Parece que queremos volver a la naturaleza pero es mentira. La naturaleza es brutal. La civilización es el alejamiento de todo lo que nos impone la naturaleza, pero lo hemos llevado tan lejos que la estamos destruyendo. Lo que necesitamos es una relación más armónica, menos depredadora, con la naturaleza. Esto en la novela se refleja en la relación de la mujer con la naturaleza: por un lado la disfruta, pero no quiere verse sometida a ella.

P. En la historia de supervivencia de la mujer y el niño encuentro ecos de La carretera, de Cormac McCarthy. ¿Reconoces la influencia de esta novela o de otras historias similares?

R. La carretera sí que describe un mundo distópico, en el que hay incluso canibalismo y la destrucción absoluta de todo. No es eso lo que yo pretendo ni lo que muestro. También me parece más explicativa, pero no lo digo como algo negativo, me parece una gran novela. Pensándolo ahora, quizá esté presente la influencia de una novela que leí hace por lo menos 30 años, que se llamaba La pared, de Marlen Haushofer, sobre una mujer que vivía encerrada detrás de una pared invisible. Mi novela tendrá seguramente un montón de referentes inconscientes, pero el hecho de haberla escrito en lo inmediato me ha hecho no pensar mucho en eso.

La literatura nos salva

En un artículo que ha publicado hace unos días en La Marea, donde además de columnista ejerce de coordinador de la sección de cultura, José Ovejero habla de cómo la literatura ha salvado a su madre, especialmente a raíz de la muerte de su padre en mayo del año pasado. A sus 84 años, ha escrito una novela que no ha dado a leer a nadie y que no pretende publicar, pero gracias a ella ha podido sobrellevar mejor el duelo. “Tanto leer como escribir nos salva. Me cuesta decirlo porque no me gusta ponerme grandilocuente. A veces ponemos la literatura en una esfera alejada del común de los mortales, por eso pongo el ejemplo de mi madre. Escribir la ha ayudado a pasar esta época difícil, recuperando sensaciones, emociones y el conocimiento de sus miedos, de sus deseos, de la complejidad de nuestras vidas”, explica. “Del mismo modo, para mí escribir la historia de esta mujer ha sido una manera de reflexionar sobre mi propia violencia, mi miedo a los afectos y mi rechazo a las relaciones sentimentales profundas porque siento que pierdo libertad, como si lo segundo fuera más importante que lo primero”.