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El Cultural

Martín Caparrós: "Cometí el error que no cometió Borges"

31 mayo, 2017 02:00

De La Historia (Anagrama), el totémico y torrencial, el monstruoso, delirante y genial tratado sobre una civilización extinguida que quizá - es lo más probable - nunca existió y si lo hizo fue, cómo no, argentina, con forma de novela infinita, la novela infinita con la que soñó Borges, Martín Caparrós, su autor, dice pensar que es su único libro. Que todo lo demás, dice, "son variaciones" del mismo. Y también que hasta que lo terminó había estado probándose como escritor, pero que fue a partir de ponerle el punto y final - un punto y final que tarda en llegar más de 1.000 páginas -, supo de qué manera debía avanzar y cómo su literatura. "Aquí aprendí a escribir", dice, posando la mano sobre un ejemplar de la hasta ahora inencontrable novela de culto - que se vendía, y por mucho, en Ebay y otros sitios más bibliófilos - que Anagrama recupera coincidiendo con el 60 aniversario de Martín.

Publicada en Argentina en 1999, en una edición de 1.000 ejemplares numerada por el autor, La Historia fue escrita durante una década, y desde el principio, fue concebida como juguete literario. "Me divertí muchísimo", recuerda el escritor, que no había vuelto a leerla desde entonces, y que a su relectura, para la edición de Anagrama, tuvo "una doble e intensa sensación de extrañeza". "Por un lado, me pareció lo más raro que había leído en los últimos años, y por otro, me extrañó que fuera mío, era incapaz de reconocer al yo de esa época, ¿quién era?", se pregunta. Y, a renglón seguido, confiesa: "Todo empezó cuando decidí escribir una novela sobre Akenatón, un faraón efímero, más conocido por su señora, Nefertiti, y sobre la fundación del monoteísmo".

¿Y eso fue lo que acabó haciendo? No, todo se volvió más deliciosamente laberíntico de lo imaginable. Porque la historia de La Historia la relata un historiador argentino que asegura haber descubierto en una biblioteca francesa un libro que contiene el mito fundacional de su país y que piensa pasarse la vida estudiando y anotando el texto que no es otro que el texto - traducido y retraducido - de La Historia. ¿Y qué se narra en él? La vida de una civilización imaginaria: sus costumbres sexuales, su gastronomía, sus ritos mortuorios, su comercio, sus formas de guerra, su literatura, su arquitectura, sus amores, sus enfermedades, su industria, su teología, sus intrigas cortesanas, y, cómo no, su final.

Y lo que se cuenta se cuenta en cinco partes - una de las cuales, la tercera, era, antes de todo, un supuesto libro independiente que inspiró la Revolución Francesa, y no contento con eso, inspiró también la soviética - y con una lengua que no existe. Un castellano no reconocible, incómodo, en cierto sentido, fuera de lugar, que descoloca al lector y lo adentra, desde el principio, en ese otro mundo que pudo estar en éste, o no. "La Historia es el error que no cometió Borges. En un sólo cuento, Borges era capaz de imaginar una gran enciclopedia de los mundos que no conocemos y dejarte con las ganas. Yo, como un idiota, escribí más de 1.000 contando hasta el último detalle", dice.

"La Historia es susceptible de ser falseada porque no hay nada más maleable que el pasado"

Tenía miedo Caparrós cuando empezó a escribir La Historia de no tener la suficiente imaginación. "Hasta entonces había escrito cuatro libros, y todos se basaban más o menos en algo autobiográfico, y yo me preguntaba si acaso no se me ocurriría nunca nada, si no tendría imaginación. Y justo en ese momento empezaron a ocurrírseme todo tipo de cosas y empecé a anotarlas aquí y allá. Y entonces tuve que pararme a pensar en la clase de máquina que necesitaba para que algo así funcionara. Qué novela, qué estructura. Y pensé que lo ideal era un manual de una civilización inexistente. Y sí, terminó siendo algo parecido", relata. Para ponerlo en marcha utilizó la, dice, "viejísima farsa del texto encontrado", sólo que una "con muchas capas y confusiones". Supuestamente, La Historia que anota el dudoso historiador argentino, la dictó un soberano a punto de serlo.

El hijo de un monarca de esa extraña civilización que está esperando a que su padre se muera para ocupar el trono y decidir "cuál será la forma de tiempo que funcionará durante su reinado". Porque lo curioso de esa civilización - una de las muchísimas, inacabables, cosas curiosas de esa civilización - es que el monarca decide si el tiempo en el que va a vivirse durante su reinado será lineal o no. Si habrá repeticiones - ¿Se repetirán los días de la semana, o cada martes será un día distinto para el que inventarán un nuevo nombre? - o si no las habrá. "Ahora mismo vivimos con tiempos mezclados, aceptamos el lineal sucesivo, pero también parte de la eterna repetición, y me interesaba ver qué ocurría cuando los tiempos se respetaban y se aplicaban como quien aplica una ley", apunta.

Lo más difícil de todo fue inventar ese idioma "raro", ese castellano que "sonara de todas partes y de ninguna". Pero también fue lo más placentero, dice. La cuestión de las notas - en ocasiones, los capítulos tienen más notas que historia -, la sacó, recuerda, de una entrevista con Bioy Casares en el que el escritor mencionaba un libro de Menéndez Pelayo "que tenía notas como novelas enteras". "Bien", dice Caparrós, "el mío también tiene notas que podrían pasar por novelas enteras". Y un cruce de géneros con aspecto de ejercicio de esgrima mayestático. De la receta de cocina se pasa a la obra de teatro en octasílabos y a la novela de misterio y al manual para morirse 'bien'. "La idea era no tener que elegir nada, quedarme con todo", recuerda. El capítulo tres, ese capítulo que supuestamente inspiró la Revolución Francesa, lo comanda un grupo disidente que reclama el Más Allá para todos, no sólo para los 'faraones' de esa civilización. "Aunque parezca un hecho falaz, es un hecho histórico, puesto que en la época de Akenatón hubo una revolución parecida. Y pasa así todo el rato en esta novela, que lo que parece falaz es histórico y lo que parece histórico es falaz", explica. Y añade: "A veces la pienso como yacimiento arqueológico. El lector puede abrirla y ver qué encuentra. Un trozo de máscara funeraria por acá, una espada por allá, o incluso una ánfora que aún huele a perfume".

"Todo empezó cuando decidí escribir una novela sobre Akenatón, un faraón efímero, más conocido por su señora, Nefertiti, y sobre la fundación del monoteísmo"

¿Es, pues, uno de esos libros que tratan de escapar a la tradición y crear su propia tradición? Ha ocurrido a menudo en la literatura argentina. Ocurrió con Rayuela, con Respiración artificial, con Sobre héroes y tumbas. "La relación con Rayuela es evidente porque aquella novela también podía leerse en un orden que no era el habitual, cada lector podía encontrar su propio orden. Pero lo que verdaderamente me interesa es escribir ficciones que tomen formas de otros géneros. En la confusión de los géneros es donde encuentras cosas que valen la pena", dice. ¿Y le sirvió Pálido fuego de punto de partida? "¡No! No la había leído cuando empecé y cuando la leí sentí rabia porque lo que pretendía ya lo había hecho alguien antes. Es algo que me ha pasado más de una vez", asegura. ¿Y el hecho de que la civilización sea argentina? ¿Nos está diciendo algo sobre la propia Argentina? "Inevitablemente", contesta. "Aunque más que sobre la historia de Argentina dice cosas sobre la modernidad. El tiempo que va de 1760 al año 2000. De ahí que fuera tan importante para mí que se publicara en 1999", añade.

"Porque la novela es, sí, también, una reflexión sobre la modernidad, que aunque ahora nos parezca lejana, ha estado ahí hasta hace poco. Y también sobre la argentinidad, por supuesto. El hecho de que el historiador trate de convencernos de que esa civilización que ha encontrado en una biblioteca francesa fue argentina basándose en dos pruebas que no pueden comprobarse está diciendo algo sobre Argentina. Está diciendo que la argentinidad siempre es susceptible de ser un error. Y uno lleno de notas al pie", relata. También, en el asunto de la traducción - porque el texto está supuestamente traducido del francés - está la idea de que "lo que sabemos de nosotros mismos siempre es algo traducido de otros, todo eso de que la Historia, con mayúsculas, es una construcción, un relato, que no tiene por qué estar basado en algo real. La Historia es susceptible de ser falseada porque no hay nada más maleable que el pasado", concluye.