Jorge Herralde. Foto: Santi Cogolludo

Jorge Herralde. Foto: Santi Cogolludo

El Cultural

Jorge Herralde: "Un buen número de editores vive aterrorizado por su posible despido"

14 enero, 2004 23:00

Su catálogo, su mejor biografía, reúne a Enzensberger y Martín Gaite, a Kapuscinski , Vila-Matas, Nabokov, Pombo, Julian Barnes, Sartre, Tabucchi, Monterroso, Martin Amis, Paul Auster, el primer Javier Marías, Bolaño, Kerouac, Carver, José Antonio Marina... Apostó por los italianos cuando muchos creían que Bufalino era un tipo de queso y Manganelli, un aperitivo; ha compartido cervezas y poemas con Bukowski, y mil y una noches empapadas en literatura y otros licores con sus autores, sus hermanos.

“Agitador cultural por vocación” y “empresario accidental”, navega Herralde, de 9’30 de la mañana a 3 de la noche, entre e-mails, originales, llamadas de autores, agentes, distribuidores, pruebas de imprenta... De su despacho hace tiempo que se enseñoreó una anarquía libresca, con miles de volúmenes derramados como relojes dalinianos en estanterías y mesas. Los libros se han adueñado de la vida de este ingeniero que renunció a la empresa metalúrgica familiar para fundar Anagrama, tras dos intentos fallidos de crear una editorial.

-Este año Anagrama celebra sus primeros 35 años, ¿cómo ha cambiado el mundo del libro español, del franquismo a los últimos años de Aznar pasando por la transición?
-El paisaje editorial ha sufrido (y no es mala palabra) una transformación radical. En las primeras décadas del franquismo la etiqueta editor independiente no existía porque todos lo eran y daban su nombre a la editorial: Janés, Caralt, Noguer, Seix-Barral, Plaza. Con alguna excepción como Lara, que empezó como Lara, quebró, y reemprendió su suerte como Planeta, o Destino, por lo de la unidad de destino en lo universal de sus orígenes falangistas. Luego en los 60 hubo la irrupción de las editoriales izquierdosas, sin apellidos, por ser un equipo editorial o por el rechazo al culto de la personalidad, todo muy sixties: Ciencia Nueva, Cultura Popular, Cuadernos para el Diálogo, Edicions 62, Anagrama. Y la admirable Alianza. En resumen, un paisaje variopinto y atomizado.

-¿Cómo eran sus catálogos?
-Reflejaban el gusto y el estilo de los editores y sus equipos, a veces caprichosos y amateurs, pero también a menudo admirables como en el caso de Janés, la Seix Barral de Carlos y en menor medida Luis de Caralt. Un síntoma interesante: había entonces, básicamente, tres premios de novela. Dos literarios: el Nadal, indispensable en los 40 y 50, y el Biblioteca Breve de Seix Barral que lo desbancó del liderato en los 60, y uno comercial, el Planeta.

"Pese a los percances con la censura, contra Franco editábamos, si no mejor, sí contra un adversario que era el malo de la película y que estaba empezando a agrietarse"

-Y llegaron los años 70.
-En los 70 ocho editoriales -Barral, Lumen, Tusquets, Laie, Edicions 62, Fontanella, Cuadernos para el Diálogo y Anagrama- culturalmente vanguardistas y políticamente progresistas, empezamos una muy estimulante aventura colectiva, la fundación de Distribuciones de Enlace y la creación de una colección común, Ediciones de Bolsillo. Pese a los percances con la censura, contra Franco editábamos, si no mejor, sí contra un adversario que era inequívocamente el malo de la película y que estaba empezando a agrietarse.

-Hasta hoy...
-Saltando tres décadas y situándonos en el siglo XXI, aparece la teocracia del mercado y la concentración editorial, con grandes grupos transnacionales y multimedia, como el imperio Planeta y sus muchos sellos y sus conexiones en prensa y televisión, el grupo Santillana y su vinculación con Prisa, dos potencias como Bertelsmann y Mondadori unen sus fuerzas en lengua española bajo el sello Random House Mondadori, mientras el otro gran grupo, Anaya, propiedad de la arruinada Vivendi, comprada por Lagardère, espera el veredicto de Bruselas. Y, a menor y más incierta escala, Ediciones B del Grupo Zeta.

-¿Qué pasó con los premios?
-Volviendo a ellos como síntoma significativo y estrictamente español, nos encontramos con su proliferación manicomial, a la caza de los quince minutos de gloria. Planeta debe de tener varias docenas repartidos entre sus editoriales. Aunque más que manicomial la disfunción es estructural. Y como subproducto de los premios: ahora la función principal, y también estructural, de las agentes literarias (como en el fondo bien saben mis queridas amigas) es facilitar el tráfico de autores de premio a premio.

-¿Cuál es su balance personal de lo vivido y sufrido estos años?
-Para mí ha resultado apasionante, no podría concebir un mejor empleo del tiempo, con sus aceleraciones y sorpresas permanentes, sus montañas rusas. La deliberada y obstinada elaboración de un catálogo, el cuidado artesano por el libro y a la par su más enérgica promoción, la continua relación con material tan sensible como los autores. Con satisfacciones mayúsculas como haber contribuido en los 80 al lanzamiento internacional de la marginada literatura española, o los numerosísimos galardones otorgados a autores de la casa. O la felicidad, que tan bien conocen mis colegas, de descubrir en un manuscrito desconocido la voz de un auténtico escritor. Y etc., etc.

"No podría concebir un mejor empleo del tiempo, con sus sorpresas permanentes, sus montañas rusas. La deliberada y obstinada elaboración de un catálogo, el cuidado artesano por el libro..."

De la bulimia a la anorexia
-Fue el primero en denunciar la muerte súbita de los libros, la concentración editorial... ¿por qué al final la cuenta de resultados no les cuadra a los grandes grupos?
-La muerte súbita de los libros es el corolario inevitable de la concentración editorial, de la sobreproducción, de intentar rentabilizar al máximo el espacio de librerías, cadenas, grandes superficies, de los contenedores varios de libros. El resultado de la huida hacia adelante estaba cantado. Se ha derrumbado con estrépito Vivendi, uno de los grupos mayores del mundo, mientras que otros grandes grupos han debido reducir novedades, despedir personal, pagar menos anticipos, etc. Cuando se acaba la ingeniería financiera, la contabilidad creativa y otras presuntas sofisticaciones, aparece la verdad más chata: en la caja no hay un duro. Y entonces no hay más remedio que actuar en consecuencia, con el riesgo de pasar de la bulimia a la anorexia.

-¿Y qué puede ocurrir?
- Aunque el efecto rodillo de los grandes grupos haya laminado algunas jóvenes editoriales, pienso en determinadas editoriales independientes, con un perfil, un catálogo y un proyecto editorial reconocible, apostando por la calidad, que han atravesado sin percances estas últimas etapas. Desde veteranos como Tusquets, Pre-Textos o Anagrama hasta Acantilado, Lengua de Trapo, Trotta, Antonio Machado o Minúscula. Y en Barcelona hemos tenido un caso ejemplar, de laboratorio: el Grup 62 se empeñó hace unos pocos años en querer jugar en otra liga, sin conocimientos ni recursos. En 2003, con un nuevo equipo directivo, se ha impuesto la sensatez, con resultados muy esperanzadores: del principio del placer al principio de la realidad.

Lo dice con conocimiento de causa, porque a Herralde siempre le cuadran las cuentas. Le tienen que cuadrar. Si perdiera dinero, dicen los suyos, abandonaría. Por eso es implacable “como un samurai” y no tiene en cuenta amistades a la hora de decir “no” a un autor o negarle un aumento.

-¿A quién cree que podrá confiarle Anagrama cuando ya no se sienta con fuerzas...?
-Ésta es una pregunta para la caja negra.

"En cualquier caso, la sociedad cambia y la mirada del editor se ajusta sin perder el enfoque crítico: la necesaria distinción entre el rigor y el rigor mortis"

ética imposible
-Otra para la caja negra: ¿lo peor siguen siendo los colegas?
-Buen número de los colegas objetivamente “peores” viven aterrorizados ante un posible despido (o un despido más, quizá el definitivo). Pero, en fin, convengamos en que algunos colegas no sean lo peor, sino el sistema, aunque se aprecien al menos las “buenas maneras”, a veces olvidadas. Cursillos de urbanidad ya que no de ética imposible.

Premiado en Italia y México, Herralde se ha convertido en la referencia de los editores más jóvenes. Aunque todo son alabanzas, no se siente el más guapo del barrio editorial: entre risas asegura, socarrón, que debe de ser un “problema óptico”. En cuanto a lo que maldicen sus colegas editores de que la crítica le trata mejor que a nadie, ríe aún más fuerte: “Y yo sin enterarme”.

-Algunas colecciones han desaparecido, como la dedicada al cine... ¿por falta de material interesante?
-Las bajas en combate se debieron a causas diversas. Por ejemplo, la efervescencia de las colecciones hiperpolitizadas de Anagrama en los 70 -como Documentos, Debates, Elementos Críticos, Ibérica - respondía a una excitación de la sociedad antifranquista, o a su franja más excitada. Las primeras elecciones del 77 y el triunfo de Suárez fueron un poderoso sedante. Otra colección, espléndida, la Biblioteca de Antropología, que dirigió Josep R. Llobera, fue víctima de las fotocopias: o bien los títulos interesaban a los estudiantes y eran fotocopiados, o no interesaban y se quedaban en el cementerio editorial. En cuanto al cine, yo, como tantos otros en los 60, era un cinéfilo desatado y había vivido con intensidad las peripecias de mis amigos de la Escuela de Barcelona. Incluso montamos una pequeña productora, Films de Formentera, que como era de prever funcionó fatal. Como editor, además de la serie de cine de los Cuadernos Anagrama, dirigida por Joaquín Jordá, empecé luego una colección monográfica, creo que pionera, llamada Cinemateca Anagrama. La colección se abandonó pero he seguido editando textos de cine en otras colecciones, como las antologías de críticas de José Luis Guarner (el mejor de todos) o de Vicente Molina Foix, Román Gubern, Jordi Balló y Xavier Pérez, incluso un muy interesante y muy minoritario guión de Debord. En estos días publicaremos dos libros apasionantes: Cassavetes por Cassavetes, y Moteros tranquilos, toros salvajes, sobre la generación que cambió Hollywood, la de Coppola, Spielberg, Brian de Palma..., curiosamente todos ellos, cineastas jovencísimos, fueron entrevistados en el primer título de la vieja Cinemateca Anagrama, allá en 1972: El director es la estrella.

-Otras colecciones han cambiado y, como Argumentos, resultan menos polémicas...
-Pienso que fue sobre todo en los 80 cuando publiqué libros menos “polémicos”, por usar esta terminología, después de la resaca ideológica y en plena apuesta por la narrativa que me pareció entonces más estimulante. Pero desde los 90 los libros “polémicos” reaparecen con insistencia, repartidos en dos colecciones. Autores como Bourdieu, Debord, Baudrillard, Richard Sennett en la colección Argumentos, o Gore Vidal, Arundhati Roy, Alain Gresh en Crónicas. En cualquier caso, la sociedad cambia y la mirada del editor se ajusta sin perder el enfoque crítico: la necesaria distinción entre el rigor y el rigor mortis.

-Narrativas Hispánicas descubrió a lo mejor de la Narrativa Joven de los 80: ¿el tiempo le ha dado la razón?
-El primero fue Álvaro Pombo que ganó en 1991 nuestra primera convocatoria del premio de novela con El héroe de las mansardas de Mansard y luego hemos publicado todas sus novelas, que han ganado los premios españoles más importantes. Y aquel año resultaron finalistas Paloma Díaz-Mas y Enrique Vila-Matas. La lista de galardonados es impresionante: entre ellos Félix de Azúa, Javier Marías, Molina Foix, Sánchez-Ostiz, Justo Navarro, Antonio Soler, Javier García Sánchez, González Sainz, Marcos Giralt Torrente, Alejandro Gándara... Un palmarés incontournable, como dicen los franceses, no se puede hablar de la nueva narrativa española sin tenerlos en cuenta. Literariamente, pues, me parece que el optimismo estaba más que justificado. Comercialmente han tenido más o menos lectores, pero la apuesta del jurado ha sido siempre por la calidad. Aparte del premio, muchas satisfacciones por parte de otros autores de diversas generaciones, como Soledad Puértolas, Josefina R. Aldecoa, Esther Tusquets, Martínez de Pisón, Belén Gopegui y desde luego Carmiña Martín Gaite, gran amiga y autora fundamental de la casa.

-¿Alguna decepción inesperada?
-Bastantes finalistas del premio no han tenido la carrera que deseábamos. Aunque ha habido gloriosas excepciones, como Rafael Chirbes, Tomeo, Tizón, Pablo d’Ors, Andrés Barba o los ya citados Díaz-Mas y Enrique Vila-Matas.

"El síndrome del Mediterráneo es muy confortable. Aunque el concierto mediático tiende a la ciclotimia, entre éxtasis desmesurados y desengaños precipitados"

-Cada semana descubrimos el Mediterráneo de un nuevo escritor genial: ¿estamos en una edad de oro?
-El síndrome del Mediterráneo es muy confortable. Aunque el concierto mediático tiende a la ciclotimia, entre éxtasis desmesurados y desengaños precipitados.

-Ahora que muchos editores vuelven sus ojos a Hispanoamérica, ¿siente que ha perdido el paso?
-Precisamente en los últimos años es cuando Anagrama se ha ocupado más de escritores latinoamericanos. Por nombrar sólo los más destacados, la incorporación del argentino Ricardo Piglia, el lanzamiento del chileno Roberto Bolaño, los ensayos del mexicano Carlos Monsiváis, la publicación de tantísimos títulos de Bryce Echenique o del guatemalteco Augusto Monterroso, el ciclo completo de Centro Habana del cubano Pedro Juan Gutiérrez, la obra brevísima y bellísima del venezolano Alejandro Rossi. Y naturalmente la publicación desde 1984 de los mejores libros del mexicano Sergio Pitol. Y, aún más recientemente, el premio de este año ha sido para el argentino Alan Pauls, una revelación excepcional y el finalista ha sido el hispanoargentino Andrés Neuman. Publicaremos también al semifinalista Eduardo Halfon, un joven guatemalteco. En 2004 publicaremos a dos excelentes escritores mexicanos, ambos por partida doble: Guillermo Fadanelli y Mario Bellatin. A la vista de los nombres citados, en lugar de un aluvión cuantitativo puede advertirse una presencia cualitativamente estelar, en opinión de los críticos. El único patriotismo de Anagrama es el de la calidad literaria. Por otra parte, Anagrama persigue publicar a sus autores en todo el territorio en lengua española. Esto ha sido posible gracias a la progresiva implantación de la editorial en América Latina, en especial desde los 90: pasearme, como hago con frecuencia, por las librerías de Buenos Aires o del D.F., es un masaje inigualable para el ego editorial. Y hemos combatido la crisis argentina haciendo ediciones locales de autores extranjeros muy consagrados - Sebald, Auster, Tabucchi, Kennedy Toole, Bukowski, Bolaño, Vila-Matas- así como escritores argentinos -César Aira, Tomás Abraham, Pauls.

Lo mejor de la casa
-¿Europa sigue siendo la apuesta editorial más segura?
-Más que Europa, determinadas literaturas europeas: en los 80 preferentemente la británica y la italiana, seguidos por la literatura angloindia, con Arundhati Roy y Vikram Seth al frente, mientras que en los últimos años hemos apretado el acelerador con la literatura francesa: Pierre Michon se agrega al catálogo de grandes clásicos del siglo XX como Albert Cohen y Georges Perec, mientras triunfan autores polémicos y méchants, como Houellebecq, Beigbeder, Catherine Millet, y el “fenómeno” Amélie Nothom conquista nuevos y fieles lectores. Y también episódicas pero valiosísimas incrustaciones de otras literaturas: los alemanes Sebald, Schlink y Enzensberger, el polaco Kapuscinski, el japonés Kenzaburo Oé, ganador del Nobel, o eternos candidatos como el flamenco Hugo Claus o el estonio Jean Kross. Pero la literatura más presente en el catálogo de Anagrama es la norteamericana: desde la generación perdida -Faulkner y Scott Fitzgerald-, a la generación beat -Kerouac, Burroughs - , los padres del Nuevo Periodismo - Mailer, Capote, Wolfe-, el dirty realism - Ford, Carver- y muchísimos más hasta ahora mismo con Eugenides y el teenager Nick McDonell. Y tres autores fundamentales de la casa: Nabokov, Bukowski y Highsmith.

Embalado, destaca como “acontecimiento excepcional la publicación en 2004 de 2666, la gran novela póstuma de Bolaño, “que acabará de situarlo en lo más alto de la literatura de nuestro tiempo; se publicará inicialmente en un volumen, que luego desgajaremos en sus cinco novelas en la colección de bolsillo”. Vuelven Pombo, con Una ventana al norte, Alejandro Gándara y “un joven escritor tan valioso como Andrés Barba”. También Auster, Amis, Sebald, Tabucchi, Swift, Calasso, Kapuscinski, Gore Vidal, Oliver Sacks, y “naturalmente un José Antonio Marina en diciembre”. Pero la apuesta más importante de Anagrama es un novelón de Michel Faber, El pétalo carmesí y el blanco, “que ha arrasado en todos los países”.

"A Julian Barnes lo contraté a raíz de la lectura de El loro de Flaubert, una maravilla. Con Martin Amis empecé con su primera novela, El libro de Rachel"

-Para comprender mejor cómo trabaja un editor, ¿por qué no explica cómo comenzó a publicar a Martin Amis o Julian Barnes?
-A Julian Barnes lo contraté a raíz de la lectura de El loro de Flaubert, una maravilla, y a partir de entonces publiqué sus dos novelas anteriores y sus libros posteriores. Con Martin Amis empecé con su primera novela, El libro de Rachel, y desde entonces ya sin parar. Pero el primer británico fue Ian McEwan con su primer libro Primer amor, últimos ritos, un flechazo inmediato desde el primer cuento. Y el método, los viejos trucos de siempre: abundantísima información, mucha lectura, excelente relación con las agencias literarias anglosajonas. Y también, entonces, todo hay que decirlo, escasa competencia entre mis colegas.

-Sea sincero, ¿no le hubiera gustado publicar La sombra del viento de Ruiz Zafón?
-Para contestar, sincera o insinceramente, debería haber leído el libro. En cualquier caso, por lo que me han contado, y si uno cree que una editorial es una forma o un cauce, Planeta me parece un cauce muy pertinente. Si la pregunta se hubiera referido a mi leído Cercas, el “otro” ejemplo, sí que me hubiera gustado publicarlo. Y siguiendo con la forma y el cauce pertinentes, me siento ya satisfecho por tener en Anagrama a Pombo, Pitol, Piglia, Bolaño y Vila-Matas, por ejemplo.

-¿Escribirá sus memorias?
-Aunque disfruto mucho con las memorias de mis colegas -leí las de Barral y ahora las de Salinas (esperando impaciente la segunda parte, cuando empieza su vida de editor)-, no me apetece sentarme solemnemente a escribir mis memorias (y no sólo por la falta de tiempo). Me divierte más ir escribiendo a ratos perdidos (o más bien bajo presión) crónicas profesionales y discontinuos fragmentos de autobiografía.

-La Fundación Juan Grijalbo ha creado un máster para jóvenes editores: ¿qué consejo le daría al joven Herralde que en 1969 publicó Detalles, de Enzensberger?
-Recuerdo la cara estupefacta de mi padre, un sensato industrial metalúrgico, cuando le comuniqué que iba a poner en marcha una editorial. Yo le diría al joven aspirante que no hiciera caso a los consejos unánimes de no emprender semejante disparate y que se preparara para la maratón.