Image: Jorge Semprún

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El Cultural

Jorge Semprún

“No puedo pasear por Madrid sin comprobar que no me siguen”

25 septiembre, 2003 02:00

Jorge Semprún, por Gusi Bejer

Jorge Semprún nació en Madrid en 1923 y siempre ha sido español, aunque a menudo haya parecido francés. En Veinte años y un día (Tusquets) recupera a su alter ego Federico Sánchez para contar una historia que es un retrato certero de la España franquista repleta de personajes reales y de historias que también lo son. Y ya se sabe que cuando la vida fecunda una novela, la novela está viva. Y si es vida pensada, nada que añadir.

Pregunta: Veinte años y un día es una novela, pero parte de un hecho real. ¿Sólo le interesa la literatura que tiene un componente de realidad?
Respuesta: No, al contrario, mi ideal es escribir un libro donde nada sea real, una novela en la que, como decía Boris Vian,todo sea verdad porque lo he inventado todo.
P: Al menos le gusta que tengan apariencia de verdad, salpicándolas con personajes verdaderos, con historias ciertas.
R: En este libro hay mucho invento. El hecho del que arranca, ni siquiera sé si es verdad que es verdad. Domingo Dominguín, que fue quien me lo contó, adornaba mucho las cosas que contaba, sus historias cambiaban de una vez a otra, primero pasaban en Coria y luego en Toledo...
P: Y el cuento acabó en novela.
R: Una de las veces que Dominguín nos la contó estaba presente Juan Benet, quien dijo: "eso es una novela, y además de Faulkner". Yo sabía que acabaría escribiéndola, pero no cuándo.
P: ¿Dónde está la frontera que hace la verdad novela?
R: La frontera es convertir esa historia en algo que refleje la verdad simbólica de cierto período de la historia de España.
P: Vuelve a aparecer Federico Sánchez...
R: Una vez, cuando era ministro, se me acercó un joven inspector y me dijo, muy jovial: "¡ministro! ¿Sabe usted que mi primer trabajo fue seguirle?" Le pregunté que cuándo y me dijo que en el 76. "Eso no tiene ningún mérito", le dije, y le despaché, porque un ministro puede hacer esas cosas.
P: Alguna vez tuvo mérito...
R: Sí. Al poco rato, ese mismo día, apareció el mismo inspector con otro de más edad, el comisario Ballesteros, que fue el último jefe de la Brigada político-social de Franco. "El ministro", dijo Ballesteros, "es una persona a la que hemos perseguido mucho". Yo le corregí: "A la que han intentado perseguir". El comisario aceptó la corrección; y también le despaché.
P: Pero a lo que íbamos, aparece otra vez Federico Sánchez.
R: Sí, ya que ellos no me encontraban, he querido dejar testimonio de lo que estaba haciendo entonces.
P: Primera novela en castellano. ¿Habrá más?
R: No sé. Puede que sí. Cosas tengo en la memoria que exigen ser escritas en castellano.
P: ¿En qué se diferencian el francés y el castellano a la hora de escribir?
R: El francés es una lengua que obliga a la precisión. El castellano, como te descuides, se desboca y se hace grandilocuente. Los discursos de Fidel Castro son inconcebibles en francés. La relación con la realidad, los paisajes, los manjares, la sensualidad es distinta en cada idioma.
P: Es un testigo privilegiado del siglo XX. ¿Lo siente como una responsabilidad?
R: No, hay una realidad objetiva por la que no puedo sentir orgullo ni vergöenza. Con trece años empezó la Guerra Civil, con 18 entré en la resistencia francesa. Hay cosas que no se eligen. Otras sí: entré en la resistencia porque quise. Pero eso sólo puedes hacerlo si hay resistencia, claro. Es mi vida. Qué le voy a hacer ya...
P: Siglo XX, ¿cambalache?
R: Cuando acabó el siglo, casi todo el mundo resumía: "el siglo de los genocidios". Eso es cierto, pero no es exclusivo del siglo XX, que en cambio dejó muchas más cosas: el comienzo de la emancipación de la mujer, el fin del colonialismo, el aumento de la esperanza de la vida... Los campesinos del XIX no tenían seguridad social ni baja por maternidad...
P: ¿Qué le queda de Federico Sánchez?
R: Una manía. No puedo pasearme por París o Madrid sin fijarme en si alguien me sigue. Si alguien coincide, porque va al mismo sitio, utilizo los viejos trucos para comprobarlo: me paro en un escaparate... El otro día, en París, me encontré frente a un tipo de aspecto extraño. Se detuvo, me había reconocido. Yo seguí caminando y él me siguió. Tardó 48 segundos en perderme el rastro...
P: ¿Sólo eso?
R: También una cierta idea de que nuestra sociedad es injusta, y que habría que cambiarla, pero no con los métodos en los que creía Federico Sánchez, claro. No me levanto por la mañana, estiro los brazos y digo sonriendo: ¡Ah, la democracia, qué maravilla!
P: ¿Piensa a menudo en Buchenwald?
R: No. Nunca. Si alguien alude a ello sí, claro. Pero espontáneamente, no.
P: Extraña oírle decir que la primera experiencia del campo de concentración fue la de la libertad.
R: Nosotros, los deportados políticos, estábamos allí porque habíamos tomado la decisión libre de resisitir; de algún modo, aquello era la continuación de nuestro ejercicio de libertad. Esa no es la experiencia, desde luego, de los judíos, que no lo habían escogido.
P: Su obra está cuajada de poesía, incluso incluyó algunos de sus versos en Autobiografía de Federico Sánchez. ¿Con qué verso se quedaría como lema?
R: Con uno de Blas de Otero: "Porque vivir se ha puesto al rojo vivo".