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“Los jabalíes se han comido 1.000 kilos de uva”, lamenta Bárbara Requejo, mientras recorre el viñedo con gesto resignado. La naturaleza ha jugado en su contra. Primero fueron las heladas de abril, que arrasaron la parcela. Luego llegaron los corzos, que en septiembre devoraron las hojas jóvenes. Y finalmente, los jabalíes.

Es el cuarto año que Requejo no consigue vendimiar la parcela Navarrevisca, una de las que componen el proyecto de Las Pedreras, que fundó un año antes junto a su pareja, Guzmán Soto, en Villanueva de Ávila, un municipio a 125 kilómetros de Madrid que apenas suma 80 habitantes en invierno.

Es la primera bodega del pueblo, una más (aunque no son muchas) de las que estos últimos años para reivindicar la viticultura desde la Sierra de Gredos. Su producción total no volverá a contar con buena parte del trabajo de todo un año.

Bárbara Requejo con una de las viñas afectadas por los ataques de los jabalíes.

“Se la comieron entera. Hemos perdido más de la mitad de la producción en algunos puntos. Si te relajas, pierdes el 50 % de la vendimia. Todos los años hay que reforzar las vallas",explica entre resignación y humor.

La bodega ha reforzado vallas con piedra y hormigón, pero los animales aprenden rápido. “Se han metido por la valla del vecino. Me gustaría que fueran menos sabios”, cuenta Requejo, que llegó a Gredos hace unos años desde Valladolid tras años vendimiando en el hemisferio sur y norte.

De un garaje a una promesa de la garnacha

El proyecto nació en 2020, en plena pandemia, cuando Guzmán Soto —entonces cocinero y propietario del restaurante La Querencia— y su compañera decidieron volcar toda su energía en la viña familiar.

Lo que empezó en un pequeño garaje de Villanueva se ha convertido, en apenas cinco años, en una bodega reconocida dentro y fuera de España. La primera añada apenas alcanzó las 5.000 botellas. En 2021 fueron 10.000, en 2022 doblaron la cifra —“casi morimos en el intento”, dicen entre risas— y este 2025 prevén llegar a las 30.000 botellas.

Bárbara Requejo en la nave municipal donde elaboran sus vinos.

El ayuntamiento, consciente del valor que estos proyectos traen a una zona despoblada, dispuso en una zona del pueblo unas naves municipales para emprendedores. “Aquí puedes montar desde un taller hasta una fábrica de miel". Es un alivio, porque el gran problema de la zona es la "falta de infraestructuras”, explica.

Viñas viejas y nuevas heridas

Las Pedreras se extiende hoy entre Villanueva de Ávila, Burgohondo, Navatalgordo y Navarrevisca: apenas diez hectáreas de viñedo, muchas en propiedad y otras alquiladas, con cepas que trepan hasta los 1.200 metros.

"Cuando lo fundamos, no nos podíamos enfocar solo en este pueblo por la falta de viñedo, así que decidimos expandirnos a otros pueblos del Alto Alberche" justifica Requejo.

Allí nacen vinos que son pura expresión del paisaje: Arquitón, una garnacha de viña vieja de 80 años; Los Arroyuelos, su versión más fresca y divertida; Zaudejo, un tinto de profundidad floral; Pelito Lindo y Ánimas, vinos de paraje que reflejan la inversión en nuevas fincas.

También elaboran un blanco de albillo real con crianza bajo manzanilla, Vinarejos, un experimento que nació casi por casualidad y ha conquistado a importadores ingleses y catadores nacionales. "La viña en 2021 estaba muy bien pero no hablaba de nosotros, no destacaba y por eso decidimos hacer algo diferente" cuenta la joven viticultora.

Una comunidad que resiste

A las pérdidas de la cosecha hay que sumar las inversiones. “Una vela cuesta 12 euros, necesitamos 800, pero perder tres años de poda es mucho más que el precio de las velas”, explica sobre este sistema al que se recurre para aplicar calor a la viña en caso de heladas.

En Gredos, las bodegas pequeñas se sostienen gracias a una red de ayuda mutua. “Aquí todos echamos una mano: si te falta maquinaria, te la presta un vecino. Si te hundes, te tomas un vino y te ríes un poco. Eso lo cambia todo.”

El dinero, aseguran, siempre se invierte primero en la tierra. Las prensas, las bombas o las despalilladoras pueden esperar; las viñas, no. “He estado desapolillando con la de mi suegro”, bromea.

A pesar de los golpes, el vino de Las Pedreras sigue creciendo. El reconocimiento a Gredos no es solo el que se siente desde casa. También desde el extranjero, al que exportan.

Buena parte de su producción va al mercado internacional, que ha sido más accesible y confiesan estar “gratamente sorprendidos” por la acogida en España.

En un territorio donde los 100 puntos Parker pusieron el foco hace apenas una década, proyectos como este confirman que la garnacha de Gredos ha dejado de ser una promesa para convertirse en una realidad, aunque su futuro siga dependiendo de un equilibrio frágil entre el clima, los animales y el tesón humano.