Esta es una historia feliz, y aunque su protagonista murió hace 23 años, cuando llegaba el siglo XXI, su legado es tan perfecto como él lo soñó. Hace unos días, tras abrir una botella que lleva su nombre de la última añada, la 2022, y comprobar que el vino estaba tan rico, tan fragante, tan intenso, como siempre, año tras año, me acordé y pensé en compartir la historia de este hombre, Santiago Ruiz, al que se le ha llamado «padre del albariño», «inventor de los nuevos vinos gallegos», y cosas por el estilo. Quizá excesivo, porque hubo muchos más haciéndolo bien, pero indudablemente un pionero que dejó una huella evidente en los vinos de Rías Baixas.
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En primer lugar, y para animar a los que se van acomplejando con la edad, comentar que Santiago Ruiz comenzó su gran aventura vinícola a los 70 años. Exactamente cuando se jubiló. Nació en la parroquia de San Miguel de Tabagón, en Pontevedra, muy cerca de la desembocadura del Miño, haciendo frontera con Portugal, en lo que se llama la comarca de O Rosal. Su padre, Ángel, tenía una pequeña bodeguita y un pequeño viñedo con los que elaboraban vinos «tostados» de uvas pasificadas, para consumo propio.
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Naturalmente de eso no se podía vivir y don Santiago se dedicó a trabajar en el mundo de los seguros, pero el vino, las viñas, las variedades locales, eran su gran afición a la que dedicaba el tiempo libre. A finales de los setenta principios de los ochenta del pasado siglo es cuando nuestro protagonista empieza a funcionar en serio. En aquellas épocas el movimiento en torno a los vinos de Pontevedra, fundamentalmente con la uva albariño, estaba empezando con energía.
Vinos se habían hecho en esta tierra toda la vida, pero eran vinos para consumo propio que hacían los paisanos de su pequeño minifundio, y si les sobraba se lo vendían al bar de la esquina. Se elaboraban habitualmente en el sótano de casa, junto con maquinaria agrícola, el utilitario ahí aparcado y lo hacían generalmente en depósitos de poliéster. Era en lo que de forma algo peyorativa se llamaba «bodegas cuadra», antes de que años después apareciera la «bodega lechería», toda de acero inoxidable que te deslumbra si la refleja el sol.
El nacimiento de la denominación de origen Rías Baixas
El movimiento se estaba fraguando en torno al valle del Salnés, con Cambados, Meis, Villagarcía, todo sobre la Ría de Arousa. La idea era hacer una denominación de origen que sólo contemplara esa zona. Con la uva albariño como única variedad existente. Sin embargo, en O Rosal surgió Santiago Ruiz. Allí, además de albariño disponía de otras variedades geniales que podían aportar mucho al vino. Estaban y están la treixadura, loureiro, caíño blanco, godello.
El jubilado se lanza a investigar, hacer coupages o mezclas. Con la colaboración de familiares y amigos compra equipos de frío, depósitos de acero inoxidable y se pone a elaborar de forma moderna. Se dice que llamaba mucho a Miguel Torres, la poderosa bodega de Vilafranca del Penedés, considerados los más avanzados tecnológicos de la época -por cierto, que lo siguen siendo- para pedir consejo, y presentándose como lo que era, un modesto viticultor gallego.
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Se recuerda también que no se quedaba sus conocimientos para él; sino que se los pasaba a los demás bodegueros o a quien quisieran serlo, con sus famosos tres consejos para hacer buen vino: «limpieza, limpieza y limpieza». En el año 1988 pone en marcha oficialmente su bodega, justo el mismo año en que se crea la denominación de origen.
Especialista en vinos, pero no en marketing, sin embargo, diseñaron una etiqueta que se hizo famosa. Es el plano que su hija Isabel dibujó a mano y envió a los invitados de su boda para que pudieran llegar a la bodega donde se casaba.
Triunfadores, exitosos, una de las bodegas más reconocidas de vino blanco español, tras la muerte de don Santiago, sus hijas y fundamentalmente Rosa Ruiz, siguieron al frente de la bodega. Demasiada potencia para un entorno pequeño, familiar, la necesidad de ampliar instalaciones, comprar depósitos, equipo técnico… hizo que se aliaran con la riojana Bodegas Lan, que se hizo cargo de la firma, pero manteniendo a Rosa colaboradora y heredera de su padre, dentro de la estructura de la bodega. De hecho, el otro gran vino de la casa se llama Rosa Ruiz.
Merecen totalmente la pena. El Santiago Ruiz 2022 es un vino apoyado por las grandes variedades que se dan en O Rosal. Tiene un 74 % de albariño y el resto casi a partes iguales intervienen la loureiro, godello, treixadura y caíño blanco. Tiene una nariz intensa, expresiva, que trasmite frescura, pero con muchos matices donde aparece la manzana, los cítricos, flores, recuerdos de laurel, que le da la variedad loureiro; y una boca con estructura, cuerpo, pero muy fresca debido a una estupenda acidez. Su precio es de 15 euros.
El Rosa Ruiz 2022 está elaborado con 100 % albariño de viejas cepas emparradas. Fino, elegante, mucha fruta blanca y toques de jazmín en nariz; en boca es amplio, sabroso, con carne y esa frescura que se espera de un albariño bien hecho. P. V. P. 19 euros.
Este es el legado, y lo que sin duda soñaba ese brillante jubilado que supo darle una vuelta de tuerca a los vinos de Rías Baixas, y que efectivamente fue profeta en su tierra.