Barcelona siempre ha vivido entre dos pulsos: el latido frenético de sus calles y la calma que se descubre cuando la ciudad se observa desde las alturas.
Allí arriba, donde el aire es más fresco y el horizonte mediterráneo se abre como un abanico azul, ha nacido una vermutería que rinde tributo a la esencia más castiza —y más querida— de la ciudad: 1925 Vermutería, el nuevo refugio social del recién inaugurado Hotel METT, en el Tibidabo.
Cuando muchos bares históricos desaparecen o se transforman, esta vermutería llega para celebrar lo que nunca debe perderse. Ese ritual tan barcelonés de reunirse alrededor de una barra, pedir una gilda que pique lo justo, una croqueta cremosa, una escalivada con el ahumado perfecto y un vermut servido con el cariño de siempre.
La barra que captura todas las miradas de la vermutería.
Si Albarada es el restaurante vecino, tranquilo y luminoso, 1925 Vermutería es ese soplo de aire fresco alegre. Su energía recuerda a esas tardes en los bares emblemáticos de Sant Antoni, Gràcia o el Gòtic, donde la conversación fluye como el vermut y cada ronda invita a quedarse un poco más.
Pero aquí, en lo alto del Tibidabo, el rito adquiere otra dimensión. La luz de la tarde entra suave, filtrándose entre copas de vermut artesanal, sangrías de autor y cócteles que combinan tradición con cosmopolitismo.
Y, como debe ser, la comida acompaña sin robar protagonismo: gildas clásicas, croquetas de jamón ibérico crujientes por fuera y sedosas por dentro, tortilla española jugosa, escalivada con todo el sabor del carbón y un delicioso bacalao con garbanzos que rescata los guisos de siempre.
El picoteo de 1925 Vermutería.
Cada plato es un pequeño homenaje, un guiño a los bares que han construido la historia sentimental de Barcelona. Aquí los sabores se respetan, se afinan y se comparten.
El Tibidabo no es un barrio que uno asocie inmediatamente con vermuterías de toda la vida. Precisamente por eso, 1925 Vermutería sorprende: trae el alma de esos bares de barrio hasta lo alto de la montaña, sin perder ni una pizca de carácter.
Las vistas desde la vermutería.
La barra, convertida en el el corazón del espacio, invita a arrimarse, charlar, dejarse aconsejar y descubrir vermuts que cuentan su propia historia. Aquí, “hacer el vermut” deja de ser un simple aperitivo: se convierte en un ritual pausado, casi contemplativo. Una pausa con banda sonora de cuchicheos, brindis y algún tintineo de copa. Un momento para reconectar.
Dos almas, un mismo espacio
La propuesta se completa con Albarada, el restaurante hermano situado a pocos pasos. Mientras en la vermutería el ambiente es más vibrante, en Albarada el tiempo parece ralentizarse.
La sala de Albarada.
Dirigido por el chef Rubén Briones, el espacio ofrece una cocina mediterránea, de producto local y temporada: lubina salvaje con sofrito, cordero a fuego lento con mojo de menta o un arroz con langosta a la parrilla que mira directamente al mar.
Ambos locales comparten algo decisivo: una de las panorámicas más espectaculares de Barcelona. Y esa vista, siempre cambiante según la hora, es el hilo conductor entre la tranquilidad de Albarada y la energía de 1925 Vermutería.
Aquí se celebra lo esencial: una buena conversación, unos bocados de siempre y una copa de vermut que sabe mejor porque se comparte. Todo ello en un enclave por el que merece la pena brindar y, al mismo tiempo, profundamente barcelonés.
