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Mantener una esencia artesanal en un país donde la pastelería industrial avanza a ritmo imparable no es fácil. Menos aún convertir una receta casera en un negocio que supera los 2,2 millones de euros en solo nueve meses.

Pero eso es exactamente lo que ha logrado Julia Sala, la pastelera alicantina que ha transformado unas tartas de queso hechas con su madre en una marca con seis tiendas, siete franquicias en marcha y más de 240.000 euros de facturación mensual media.

El proyecto, que nació en el restaurante familiar en Alicante, se ha convertido en una de las historias de crecimiento más llamativas del sector gastronómico en 2025. Con 84.000 seguidores en Instagram, un equipo de 40 trabajadores y una estética reconocible, Julia ha conseguido algo que muy pocos logran: unir artesanía, branding y empresa.

Del obrador familiar a una marca nacional

La historia de Las Tartas de Julita —aunque Julia prefiera hablar de su trabajo sin protagonismos— comenzó de la forma más sencilla: una tarta casera que triunfaba entre los clientes del restaurante de sus padres. Aquello, que parecía solo un postre más, terminó siendo la semilla de un modelo de negocio que hoy capta franquiciados en Valencia, Málaga, Barcelona o Alcalá de Henares.

Julia recuerda que su primer obrador era "del tamaño de una cocina grande" y que cada tarta se preparaba, se horneaba y se vendía casi al momento. "Nunca pensé en facturaciones ni en expansión. Simplemente quería que la gente probara algo que yo sabía hacer bien", explica.

Ese cuidado por el detalle, junto con una estética muy cuidada y una comunicación cercana, fue lo que convirtió sus tartas en un producto viral. En un momento en el que la repostería casera está más de moda que nunca, Julia se apoyó en esa tendencia y la profesionalizó.

Un crecimiento del 120 % en un año

Los datos hablan por sí solos. La compañía ha pasado de ingresar algo más de un millón de euros en 2024 a superar los 2,2 millones en los primeros nueve meses de 2025. Eso supone un crecimiento del 120 % en un año, una cifra que muy pocas empresas artesanales consiguen.

Con esa facturación, la media mensual supera los 240.000 euros, una cifra que refleja la dimensión real del negocio. "Cuando veo los datos, pienso en todas las horas de trabajo que hay detrás. No hemos llegado aquí por un golpe de suerte", destaca Julia.

Ese impulso económico se explica por una estrategia con dos pilares: tiendas propias y franquicias. Cuatro locales son propios y dos funcionan como pop-up. A ellos se suman siete franquicias que ya están firmadas o en proceso de firma. Es una expansión rápida, pero controlada. "No queremos crecer a cualquier precio; cada tienda tiene que mantener el nivel del producto", subraya.

El plan para 2026 incluye nuevas aperturas en ciudades que ya han mostrado interés, como Salamanca, Valladolid, Córdoba o Bilbao. "Nunca imaginé que una tarta casera me llevaría tan lejos", admite.

La era digital y el poder de la comunidad

El crecimiento de Julia no se entiende sin su presencia en redes sociales. Con más de 84.000 seguidores, su comunidad sigue cada paso del proceso: desde mezclar ingredientes hasta abrir cajas recién horneadas. Ese vínculo emocional se ha convertido en una de las claves de su éxito.

"Mi objetivo no es enseñar tartas, es enseñar lo que hay detrás. La vida en un obrador, la creatividad, los errores y los aciertos", explica. Esa transparencia ha dado a la marca un valor añadido: no es una pastelería más, sino un proyecto con personalidad propia.

Julia publica recetas, comparte historias personales y muestra el trabajo de su equipo. Su contenido inspira fidelidad y convierte a los clientes en embajadores. En un sector tan competitivo, esa identidad digital ha sido fundamental.

Calidad, estética y liderazgo femenino

La pastelería artesanal vive un resurgir en España, pero no todas las marcas logran diferenciarse. En el caso de Julia, el éxito radica en unir tres elementos: tradición, innovación y un liderazgo femenino sólido.

Ella misma dirige la producción, la estrategia y la expansión. "Mis padres siempre me inculcaron que un negocio se sostiene trabajando y cuidando a la gente", afirma. Esa filosofía se ve en cada tienda: masas fermentadas lentamente, ingredientes de primera calidad y un producto que entra tanto por la vista como por el paladar.

Además, su estética —colorida, limpia y reconocible— ha convertido la experiencia de compra en un elemento más del negocio. "La gente no solo quiere comer una tarta, quiere que le emocione", asegura.

Una historia que acaba de empezar

Con 40 empleados, un obrador central y una expansión nacional en marcha, Julia reconoce que aún queda mucho camino. El reto ahora es escalar sin perder esencia. "La artesanía es lo que nos define. Si alguna vez eso falla, fallará todo lo demás", afirma.

Por ahora, el rumbo es claro. Más tiendas, nuevas recetas y un modelo de franquicia que permitirá replicar su éxito en toda España. "Nunca pensé que llegaríamos a esto, pero también sé que queda muchísimo por hacer", concluye.

Su historia demuestra que lo artesanal, cuando se gestiona con cabeza y corazón, puede convertirse en una de las grandes fuerzas del mercado gastronómico actual.