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La de David Seijas es de esas historias que impactan cuando uno se queda solo con el resumen: un sumiller, un experto en vinos, pero que no bebe.

A sus espaldas, una trayectoria que pocos en su profesión pueden exhibir, 13 años junto a Ferran Adrià en la mejor época de elBulli, el premio Nariz de Oro, experiencias en Tetsuya (Australia), Japón y Londres.

En la actualidad, el vino sigue siendo su vida, pues dirige Gallina de Piel Wines, su 'no bodega' que produce vinos en diferentes zonas de España. Y lleva ocho años sin beber una gota de alcohol.

Cuando el trabajo se convierte en adicción

David Seijas en Charlas adictivas

Hace ahora un año, David Seijas protagonizaba un episodio del podcast Charlas adictivas con Ruy Arroyo, un reconocido terapeuta especializado en adicciones.

Durante el transcurso de la charla, Seijas se abre en canal contando cómo su mayor pasión acabó convirtiéndose en su peor enemigo.

La paradoja es brutal, un sumiller que no bebe. Pero Seijas no rehúye la contradicción. Al contrario, la abraza como parte de su proceso de recuperación. "Si yo dejo mi trabajo, dejo todo, el alcohol me habrá vencido, sin duda, y me voy a sentir un puto perdedor", explica.

Pero para comprender la historia, lo mejor es empezar por el principio. Seijas creció literalmente en un bar. La taberna familiar de sus padres fue su patio de juegos, su escuela de vida. "He nacido literalmente en un bar, he jugado en un bar, he llorado, he reído, y hemos normalizado este consumo", recuerda.

Esa normalización del alcohol a la que tan acostumbrados estamos en España, especialmente en entornos gastronómicos, se convirtió en el caldo de cultivo perfecto para una adicción que tardaría años en reconocer.

Los recuerdos de elBulli

En elBulli, el epicentro de la revolución gastronómica mundial en la primera década del siglo XXI, el consumo no solo estaba permitido, era parte del ritual. "La media era botella y media por persona. Esto es bestial", admite.

Pero en aquel contexto de alta cocina, de vinos de élite y cenas maridaje, el consumo excesivo se camuflaba bajo el barniz de la sofisticación. "A mí me pagaban por beber vinos de élite en restaurantes con Estrella Michelin", confiesa.

La creatividad que Seijas aplicaba a su trabajo como sumiller pronto se puso al servicio de garantizar su propio suministro constante de alcohol. Viajes a Japón donde llenaba la bañera del hotel con hielo y cervezas.

O llegadas a ciudades desconocidas calculando mentalmente dónde habría un supermercado 24 horas. "Es increíble cómo la creatividad se vuelve al servicio del consumo", reflexiona. "Vas en el taxi, llegas a Madrid y ya estás mirando, aquí hay un 24 horas, bien, súper".

Reconocer el problema

El punto de inflexión llegó cuando Seijas comprendió que había dejado de ser él mismo quien tomaba las decisiones sobre su propia vida. Era el alcohol quien lo hacía por él. "Empiezas a ser ya no el conductor de tu vida, sino el copiloto. Y aquí es donde hay una alarma", explica.

Pero reconocer el problema no significó una solución inmediata. Fueron seis años de recaídas, de lucha, de intentos fallidos. "Hay que ponerlo en mayúsculas porque la gente si no se piensa que a la primera ya puede tirar la toalla", advierte.

El camino hacia la solución

La medicina tradicional le recomendó lo que era de esperar, pues lo más fácil habría sido apartarse de la tentación, dejar el trabajo, cambiar de amigos, alejarse del entorno. Para el 99 % de las personas con problemas de adicción, ese consejo funciona.

Pero Seijas pertenece a ese 1 % para quien abandonar su profesión habría significado la derrota definitiva. "Si cambio de oficio a algo que no me guste, voy a beber seguro otra vez", pensó. Así que decidió hacer lo impensable, eligió seguir en el mundo del vino, pero sobrio.

La clave estuvo en cambiar la mirada. "Me quedo con el paisaje, me quedo con las personas que hay detrás, me quedo con la historia, con la cultura que tiene el vino, e intento destilar el alcohol", explica.

Aprendió a catar y escupir, una práctica que los sumilleres profesionales realizan a menudo, pero que en su caso se convirtió en una herramienta de supervivencia. "Estar conectado con el mundo del vino me mantiene sobrio. Y esto es una frase con la que a la gente le explota la cabeza".

Así, hoy en día, Seijas incluso se jacta del empoderamiento que siente al catar vinos carísimos para no beberlos: "Qué cachondo me pone ir a una cata de vinos de 1.000 euros y escupirlos". Y puede hacerlo con orgullo, pues ha sido capaz de resignificar su relación con el vino para mantener la pasión sin el veneno.