Una profesión que generalmente es vilipendiada por la sociedad es la de pizzero, y deberíamos realmente darnos cuenta que el repartidor de pizza no tiene un trabajo fácil, tiene que dirigirse a un lugar desconocido en un tiempo concreto, sin saber cómo es la persona que espera ansiosa su pizza como carnaza, y que es posible que le trate como trataría a un robot y seguramente no le den ni propina, tristemente, pilar fundamental de su sueldo. Llueva, haga frío, calor insoportable como ahora, nieve o sean horas intempestivas, ahí está el pizzero, siempre para llevarnos la pizza.

El colmo sería que la llevasen a las trincheras, a la guerra. ¿Sería? No, es. En Libia (en Misrata concretamente), hay un batallón de repartidores de pizza que entregan 8000 porciones de pizza (es decir 1000 pizzas si siguen la escuela clásica de corte de pizza) a los combatientes opositores de Misrata.

Emat Daiki, dueño de una pizzería en Estocolmo y de origen libio, que decidió volver a su patria, dispuso un establecimiento para poder alimentar a los combatientes de su región. Compró los hornos industriales de los hoteles bombardeados y se ganó la simpatía de los comercios de la zona, que incluso les regalaban los ingredientes por el propósito común que querían conseguir.

En este mundo hay de todo, incluso pizzeros en el fragor de la batalla. Lo que no hayan inventado ya…

Via | El Mundo