Sergi Rufi, psicólogo y autor de 'Abiertos a sentir'.

Sergi Rufi, psicólogo y autor de 'Abiertos a sentir'. Álvaro Deza

Salud

Sergi Rufi, psicólogo: "Existen generaciones enteras de hombres en España incapaces de mostrarse vulnerables"

"Hemos considerado superior pensar a sentir y por eso ahora somos analfabetos emocionales" / "En los más jóvenes veo menos temple, capacidad de aguante, paciencia y respeto por el conocimiento" / "Hemos convertido las emociones en un estorbo para la productividad en el trabajo"

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Las claves

El psicólogo Sergi Rufi destaca la importancia de expresar las emociones y advierte que reprimirlas puede derivar en problemas como ansiedad, depresión y vacío existencial.

Rufi señala que la sociedad ha confundido históricamente emoción con debilidad, promoviendo la represión emocional, especialmente en hombres, lo que ha invisibilizado muchos problemas de salud mental.

Aunque las generaciones jóvenes comunican más sus emociones, Rufi observa en ellas una menor capacidad de aguante, paciencia y respeto por el conocimiento, atribuyéndolo al contexto digital y a la presión social actual.

El psicólogo defiende que la apertura emocional es un factor de protección frente al malestar y anima a compartir sentimientos en espacios seguros para fomentar la autenticidad y el bienestar personal.

Intenso, dramático o débil son adjetivos que reservamos en muchas ocasiones para esas personas que no tienen miedo a expresar sus emociones. Aunque cada vez se habla más de salud mental, los españoles seguimos ocultando sentimientos para evitar incomodar a los demás.

Sin embargo, expresar lo que nos pasa es una acción básica para resolverlo. Por esta razón, el psicólogo Sergi Rufi ha escrito el libro Abiertos a sentir. Aprende a compartir tus emociones y disfruta de tu sensibilidad (Libros cúpula, 2025).

"Mi historia, como la de casi todos, está atravesada por la represión emocional", dice Rufi a EL ESPAÑOL. "Durante años llevé una coraza muy dura, funcionaba hacia afuera, pero por dentro estaba roto". Ahora este psicólogo proclama la apertura emocional.

Es imposible no fijarse en los tatuajes que Rufi luce en el rostro, el cuello o los brazos. En ellos se pueden leer palabras como ‘belleza’ y ‘rareza’ dos conceptos que, para él, tienen mucho en común. "Mis tatuajes no son un adorno, son una declaración de principios", dice.

"Son una forma de sacar hacia fuera lo que durante años tuve que esconder. Mi disconformidad, mi rareza, mi sensibilidad, mi identidad real. Es mi piel diciendo 'este soy yo', sin máscaras", cuenta. Sólo permitiéndonos vivir nuestras emociones conocemos la autenticidad.

En el libro sostienes que hemos sido enseñados a reprimir nuestras emociones, ¿por qué crees que esto se ha perpetuado?

Porque culturalmente se ha confundido emoción con debilidad. Venimos de generaciones educadas en la dureza, la eficiencia y el control. Se pensaba que sentir demasiado era peligroso, improductivo o poco práctico.

Además, el triunfo del racionalismo nos vendió la idea de que pensar era superior a sentir. El resultado: hemos heredado un analfabetismo emocional colectivo. Nos enseñaron a sobrevivir, no a sentir.

¿Ganamos algo al ocultar lo que sentimos o lo hace nuestro entorno?

A corto plazo parece que sí: evitamos conflictos, damos buena imagen, funcionamos hacia afuera. Pero el precio interno es enorme. Al reprimir emociones perdemos criterio propio, autenticidad y sentido vital.

Ganamos aprobación externa, pero perdemos la verdad interna. Ocultar emociones puede beneficiar al entorno, que prefiere personas dóciles y previsibles, pero a nosotros nos empobrece.

¿A qué riesgos de salud mental nos exponemos al ser cerrados, reprimidos o poco comunicativos?

A todos los grandes males emocionales de hoy: ansiedad, depresión, vacío existencial, irritabilidad crónica, desconexión, somatizaciones físicas. La emoción reprimida no desaparece, se transforma en tensión, en malestar o en síntomas.

La tristeza no llorada se enquista. La rabia no expresada revienta por dentro. El miedo silenciado se convierte en ansiedad. Reprimir es la receta perfecta para enfermar emocionalmente.

¿Tienes la impresión de que las generaciones más jóvenes hablan más abiertamente de lo que sienten, comunican más sus problemas de ansiedad y depresión?

Sí, los jóvenes ya no se tragan tan fácilmente la narrativa de "aquí no pasa nada". Hablan más, comparten más, buscan ayuda antes. Y eso es un paso hacia la salud mental.

Pero también viven en un contexto hiperdemandante y saturado, donde el malestar aumenta. Hablan más porque sufren más y porque en el fondo la hiperconectividad digital aísla, están más solos.

¿Qué te parece que se les llame "generación de cristal"?

Desde el punto de vista de la sensibilidad no son de cristal, son una generación que siente, que expresa, que verbaliza. Eso no es fragilidad, es valentía. Llamarlos así es repetir el mismo error de siempre, ridiculizar la sensibilidad. Lo frágil no es sentir, lo frágil es vivir reprimido.

Por otro lado, sí que hay menos capacidad de aguante, de temple y menos paciencia. Entre la juventud y la adolescencia, hay mucha más soberbia y delirios de grandeza. Hay menos respeto por el conocimiento y una exhibición de descaro absurdo.

Y esta comunicación abierta, ¿les protege más frente al malestar emocional o les hace más vulnerables?

Siempre protege más. Hablar no crea problemas, los visibiliza. Lo que destruye es el silencio, la vergüenza, la culpa por sentir. Cuando un joven comparte que tiene ansiedad o miedo, no se vuelve más vulnerable. Se vuelve más humano, más consciente, más conectado.

La apertura emocional es un factor de protección, no un riesgo. Otra cosa es hablar por hablar, para escucharte a ti mismo, hay una autoimportancia demasiado pronunciada en esta generación digital.

¿Consideras que este problema de represión emocional o sentimental afecta mucho más a los hombres?, ¿sus problemas de salud mental están invisibilizados?

En los hombres es más dramático. Se nos educó con frases como "los hombres no lloran". Se nos enseñó que llorar era fracasar, que sentir era débil. Eso dejó generaciones enteras incapaces de pedir ayuda, de mostrarse vulnerables, de expresar tristeza o miedo.

Los hombres han sufrido una represión emocional brutal, y su salud mental lo ha pagado muy caro. Está invisibilizada porque culturalmente no se les ha permitido sentir.

Estableces el origen de esta represión en el triunfo del racionalismo y también de la visión de la persona desde su productividad y eficiencia, ¿hemos ido a peor?, ¿es insostenible para el ser humano seguir por este camino?

Sí, hemos ido claramente a peor. Hemos convertido la vida emocional en un estorbo para la productividad. La sociedad actual nos demanda funcionar, producir y rendir, no sentir. Es insostenible porque somos seres sensibles, no máquinas.

Cuando reprimimos la sensibilidad, perdemos criterio propio, brújula interior y sentido vital. Vivimos vidas que no son las nuestras. Y eso nos marchita lentamente y destruye.

¿Y ahora qué hacemos para sobrevivir en la sociedad que hemos creado?

La verdad es que yo no la he creado, y creo que tú tampoco. Hay que tener cuidado con esos mensajes autoculpabilizantes. Es importante recalcarlo.

Una vez dicho eso, es importante reconectar con nuestra humanidad interna. Escuchar nuestras emociones, respetarlas, honrarlas. Recuperar el sentido y el criterio propio que nos da la sensibilidad.

Abrirnos a compartir lo que sentimos en espacios seguros. Romper con la vergüenza heredada. Y empezar a vivir con el corazón abierto, no de manera naíf, sino con autenticidad, dignidad y autorespeto.

¿Qué consejo darías a una persona cerrada a comunicar sus emociones para empezar a abrirse?

Le dedico varios capítulos en el libro. Así de manera básica, lo primero es permitirse sentir sin máscaras lo que asoma por dentro, aunque sea incómodo. Quedarse un momento con la tristeza sin apresurarse a taparla, reconocer el miedo sin ridiculizarlo, aceptar la rabia sin culpabilizarse.

Y después, compartir algo pequeño con alguien de confianza. Una frase, una verdad incómoda, un "hoy estoy en modo suave". La apertura no se hace de golpe porque nos pueden retraumatizar. Se construye con microgestos de dignidad emocional que nos ayudan a recuperar la propia confianza y autoestima.