
Rebeca Cáceres, psicóloga.
Rebeca Cáceres, psicóloga, alerta sobre la gente en España que no habla en los grupos de Whatsapp: "Es una forma de poner límites"
El silencio, en este contexto, puede ser una manifestación legítima del deseo de conservar la energía psicoemocional o de evitar la sobrecarga comunicativa.
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La participación en grupos de WhatsApp se ha convertido en una extensión inevitable de nuestras vidas sociales y profesionales. En ellos se mezclan lo trivial con lo importante, lo afectivo con lo funcional.
Sin embargo, entre quienes participan activamente y quienes simplemente observan sin responder, se abre un terreno fértil para el malentendido.
La psicóloga Rebeca Cáceres, directora de Tribeca Psicólogos y profesora en la Universidad Internacional de Valencia, afirma en Semana que no existe una única forma correcta de estar presente en un grupo digital.
"Esto es como la vida misma: depende de un montón de factores y no podemos patologizar ni buscar perfiles de personalidad en esta manera concreta de actuar, tanto si se responde como si no", sostiene.
En este sentido, la conducta de leer y no responder debe entenderse como un acto neutro, muchas veces dictado por el contexto, el estado emocional o, simplemente, por una elección personal que no debería ser objeto de juicio.
Silencio digital: ¿rechazo o respeto del espacio?
Interpretar la ausencia de respuesta como un signo de desinterés, desprecio o incluso animadversión es un error común, alimentado por una cultura de la inmediatez que ha normalizado la disponibilidad constante.
Cáceres advierte que muchas personas proyectan sus propias inseguridades en estas situaciones: "No responder en un grupo no significa 'no me quiere', 'me rechaza' o 'me está ignorando'. Eso es lo que tú sientes, no lo que el otro está expresando".
El silencio, en este contexto, puede ser una manifestación legítima del deseo de conservar la energía psicoemocional, de evitar la sobrecarga comunicativa o de establecer una distancia saludable frente a la hiperestimulación digital.
Esta perspectiva encuentra respaldo en estudios como el de Vorderer y Kohring, que analizan cómo el uso compulsivo de mensajería puede generar agotamiento emocional y favorecer la desconexión selectiva como forma de autorregulación.
Ansiedad social y notificaciones
Aunque no responder puede ser una forma de autocuidado, también es cierto que la falta de interacción puede provocar ansiedad en otros miembros del grupo. Algunas investigaciones muestran que las notificaciones constantes, y la presión por responder, afectan negativamente al bienestar psicológico, aunque apagarlas tampoco está exento de consecuencias.
La no-respuesta activa mecanismos de inseguridad en el receptor, que puede experimentar una reducción en su autoestima percibida si interpreta que está siendo ignorado. Así, el silencio se transforma, no en un acto neutral, sino en un espejo que refleja ansiedades previas.
En este punto, la clave es comprender que la forma en la que se recibe el silencio dice más de quien lo interpreta que de quien lo ejerce.
Vivimos en una sociedad que ha normalizado la hiperconexión y la inmediatez, convirtiendo la respuesta rápida en una norma tácita de validación social. Sin embargo, cada vez más expertos subrayan la necesidad de rescatar el derecho al silencio y a la no respuesta como una forma de preservar la salud mental.
De hecho, el ruido emocional que generan estos entornos puede ser especialmente agotador para personas con alta sensibilidad o con trastornos de ansiedad social, que tienden a sentir una presión añadida por responder, aunque no lo deseen o no se sientan preparados para ello.
Por tanto, el silencio puede entenderse también como una resistencia activa frente a las exigencias sociales de inmediatez, una reafirmación del control sobre el propio tiempo y espacio mental.
Más allá de la interpretación externa, el silencio puede tener un valor terapéutico. Cáceres lo define como una herramienta de autocuidado que ayuda a muchas personas a mantenerse fieles a sus valores y necesidades personales.
"Hay personas que no se sienten cómodas expresándose en espacios digitales. En muchos casos, elegir no responder por compromiso o simplemente porque no se sienten bien en ese entorno es una forma de poner un límite sano", explica.
Esta noción de "límite sano" encaja con La Teoría de la Autodeterminación (TAD), desarrollada por Edward L. Deci y Richard M. Ryan, que establece que el bienestar emocional se sostiene sobre la autonomía, la competencia y la conexión.
Elegir cuándo y cómo interactuar es un acto de autonomía que protege tanto a quien lo ejerce como a quienes podrían recibir respuestas forzadas o insinceras.
Espiral del silencio y retraimiento en entornos digitales
No siempre el silencio es voluntario. A veces, las personas callan por miedo a ser juzgadas o por percibir que su opinión no será bien recibida. Este fenómeno se ha estudiado bajo la teoría de la "espiral del silencio", formulada por Elisabeth Noelle‑Neumann.
En ella expone que los individuos tienden a silenciar sus opiniones cuando sienten que están en minoría. En grupos de WhatsApp, esta espiral puede traducirse en un silencio mantenido por miedo a romper la armonía aparente o a quedar fuera de la norma implícita.
Lo que empieza como una ausencia puntual de respuesta puede acabar normalizándose, consolidando roles tácitos donde algunos solo hablan y otros solo leen. La consecuencia: una comunicación sesgada, más vulnerable a malentendidos y suposiciones erróneas.
La sobrecarga comunicativa en grupos digitales no es solo una molestia: puede derivar en estrés crónico y fatiga social. Cáceres, de hecho, apunta que, en grupos donde conviven relaciones laborales, afectivas y personales sin distinción clara, la sensación de invasión puede aumentar.
Este tipo de ambigüedad comunicativa puede llevar a la evitación progresiva, al retraimiento emocional e incluso a la decisión de abandonar el grupo, lo cual muchas veces no es viable por presiones sociales o jerárquicas.
Uno de los escenarios más delicados es el de los grupos laborales de WhatsApp, especialmente aquellos en los que no se han definido normas claras sobre su uso.
La experta subraya que "muchos grupos laborales han derivado en espacios ambiguos donde lo profesional se mezcla con lo personal. Se comparten memes, mensajes afectivos o felicitaciones que, aunque bien intencionadas, pueden incomodar a algunas personas o hacer que se retraigan".
Esta situación no solo mina la claridad comunicativa, sino que también puede suponer una carga emocional innecesaria. En este contexto, la profesionalidad implica también saber establecer límites: definir qué canales se utilizan, para qué tipo de información, en qué horarios, y con qué expectativas de respuesta.
La solución está en los acuerdos explícitos
Para evitar fricciones innecesarias, Cáceres propone establecer acuerdos de convivencia digital, tal y como se hace en la vida física.
"Es necesario definir claramente para qué sirve ese grupo, qué se espera de quienes lo integran y en qué momentos del día. La convivencia digital también requiere acuerdos y límites y, sobre todo, respeto sin juicios", afirma.
De este modo, se construyen espacios más seguros y funcionales, donde la participación no es obligatoria, pero sí consciente. Tal como destaca la literatura en comunicación organizacional, cuando se establecen marcos claros de uso, disminuye la ansiedad y mejora la colaboración. La clave es no dar por hecho que todos se sienten igual en el entorno digital.
Si el silencio de alguien nos afecta, la solución no debería pasar por presionarle en público, sino por conversar en privado. Cáceres propone recurrir a la comunicación directa, íntima y libre de juicio.
Esta estrategia previene la generación de narrativas internas erróneas, como asumir que la otra persona está molesta o desinteresada, y favorece un vínculo más honesto.
En psicología, este enfoque se alinea con el modelo de "comunicación no violenta" propuesto por Marshall Rosenberg, donde se priorizan las necesidades emocionales sin culpas ni reproches.
Reconocer el silencio como parte de la comunicación, y no como su ausencia, es fundamental para una convivencia digital más empática. El no responder puede ser un acto de respeto hacia uno mismo, una manera de cuidarse sin tener que dar explicaciones.
Normalizar esta diversidad comunicativa es clave para reducir la presión social en los entornos digitales y fomentar relaciones más sanas.
Como bien apunta Cáceres, "el mundo digital también refleja nuestra diversidad como personas", y aceptar esa pluralidad es, en sí misma, una muestra de madurez emocional.