Pocas ocasiones tiene el líder de la oposición en confrontar sus opiniones con Pedro Sánchez. Su modesto papel en el Senado apenas si le deja tiempo para criticar la acción del Gobierno. Pero lo más importante es el carácter templado y dialogante de Núñez Feijóo, que ha elevado la controversia desde el barrizal habitual en que se han convertido los debates políticos.

Pero ni siquiera esa templanza y esas formas de fair play han evitado la descalificación constante de su persona por parte de los ministros y demás dirigentes del PSOE. En vez de debatir las cuestiones de fondo de los temas que preocupan a los ciudadanos, tenemos el insulto como norma de actuación del Gobierno. En una insólita inversión de papeles en la que el poder hace de oposición de la oposición, como si no fuera él quien gobierna.

El último ejemplo de lo que decimos lo muestran la supresión y las disminuciones de impuestos decretadas en el ámbito de sus competencias por las Comunidades Autónomas del PP. En vez de discutir sobre la idoneidad o no de dichas medidas, en su capacidad de dinamizar la actividad económica o de meternos en un pozo de deterioro de los ingresos fiscales, le ha llovido a la oposición una serie de dicterios de desleales, mentirosos y tahúres. Del propio Núñez Feijóo se ha llegado  decir, entre otras lindezas, que es un insolvente cuando si alguien tiene experiencia exitosa de gobierno es él y no sus críticos.

Por eso, por la incoherencia de sus descalificaciones, cabe pensar que éstas se deben a la falta de argumentos racionales y de análisis políticos. Eso sólo, en ausencia de otras explicaciones, evidencia el desconcierto y el nerviosismo del PSOE, necesitado del insulto para parar a quien tiene por delante en todas las encuestas. Cuanto más ataque al líder del PP, se demuestra que mayores son  las oportunidades de éste de llegar a La Moncloa.