A medio año, como mucho, para las próximas elecciones autonómicas comienza el verdadero examen para Carlos Martínez al frente del PSOE de Castilla y León. Los meses que lleva en el puesto han sido tan solo un periodo en prácticas dedicado a reordenar e intentar coser el partido tras la salida de Luis Tudanca.

No es algo nuevo, ni sorprendente, que la dirección socialista tenga que dedicar más tiempo a limar asperezas internas que a elaborar una propuesta sólida para intentar volver a gobernar, treinta y nueve años después, esta comunidad autónoma. En eso es realmente cierto que el PSOE se parece más a Castilla y León que el PP. Una autonomía puzle, con piezas sueltas y otras que nunca terminan de encajar del todo.

Martínez lanzó su candidatura para ser “el alcalde de Castilla y León”. Y es un reto poco ambicioso, porque es lo único que tiene ganado. Levanta el bastón de mando en Soria desde 2007 y es el unicornio de la política regional, coleccionando mayorías absolutas en una capital de provincia. Si algo es ahora Carlos Martínez es el alcalde de Castilla y León. El desafío peliagudo es otro. Se trata de arrebatarle la presidencia de la Junta a Alfonso Fernández Mañueco.

El eterno joven, disperso, despeinado y rebelde, viste más corbatas desde febrero. Deja a menudo en el armario la cazadora de cuero y hasta el pañuelo palestino, que quizá recupere ahora que Sánchez se amarra a la denuncia del genocidio israelí para que apartemos la mirada de cómo se le desmorona el Gobierno.

De oratoria pausada y dubitativa, con frecuencia se come la “y” de Castilla y León. Una evidencia sonora de su mayor virtud y a la vez vicio. No vive (ni quizá entiende) esta extraña comunidad autónoma desde el Valladolid de la Junta y las Cortes. La siente solo desde las esquinas. En la política autonómica zamparse la “y” es un agravio al leonesismo y al escorado PSOE leonesista. Porque aquí las certezas provinciales se convierten en contradicciones autonómicas por las tensiones constantes entre territorios. Eso sí le ha dado tiempo a aprenderlo.

Carlos Martínez lleva siete meses al frente de un PSOE regional tibio. Pese a la minoría parlamentaria del PP y sus derrotas en el hemiciclo. Del casi imposible intento teatral de Mañueco de aprobar unos presupuestos en precampaña. De la oleada de indignación tras el trágico verano del colapso por los incendios.

A Martínez se le oye poco y se le escucha bajo. También a su portavoz parlamentaria Patricia Gómez. Su oposición es un murmullo que necesita ganar firmeza y decibelios para tener una oportunidad con el fuerte viento en contra de un sanchismo desarmado y en sus horas más bajas.

Se le oye poco porque hay alguien que habla a diario más duro, soberbio y alto. El líder de la oposición en Castilla y León sigue siendo el ministro Óscar Puente. Su primer gran adversario no se ha presentado a las primarias.