Sánchez pretende confundir a los españoles con el viejo uso de la estrategia de la “tinta del calamar”. No se trata de un arroz negro con sepia, alioli y sus hebritas de azafrán. Tampoco de unos “txipis” del Cantábrico a la bilbaína. Frio, frio. Que se nos vaya el pensamiento a Babia es lo que desea quien ahora preside el gobierno de nuestra España. Y sobre todo que no se entere Feijoó de la tirada a gol por la esquina de la portería.

No malgastemos la sesera con ensoñaciones. La tinta del calamar no es solo el ingrediente de una receta de Martín Berasategui. Sánchez, una vez más, una de tantas, vuelve a jugar al despiste. Como si la situación geopolítica internacional tuviera el horno para bollos, cuando huele a chamusquina que trasciende. España es un viejo polvorín, que con arrimar un poco más de yesca y una chispita puede incendiarse con más saña que Las Médulas en este año fatídico para el patrimonio natural patrio y en especial de Castilla y León.

El calamar y otros animalitos de su parentela arrojan tinta para espantar a sus depredadores, una densa “nube” negra como el carbón del Bierzo. Sánchez ha urdido confundir a todos y que España sea una torre de Babel donde se crucen varias lenguas y no podamos entendernos ni con la vecina del cuarto. El común de los mortales no posee esos auriculares con traducción simultánea de las Cámaras parlamentarias; como disponen sus señorías bien aposentados en noble asiento de piel curtida. A los demás que nos parta un rayo por la mitad.

Sánchez aspira a hacer magia en el Congreso y de su chistera saca el conejito de la guerra entre Israel y Hamás que domina Gaza. Del sombrerete emana un nubarrón de negra tinta de calamar, para que Feijoó condene a Netanyahu y cante como Imperio Argentina en Los Piconeros “por tu culpa culpita yo tengo, negro negrito mi corazón”.

Don Pedro se desvela por las noches y no hay valeriana que haga conciliar su sueño. En vez de contar ovejitas en fila para caer rendido en brazos de Morfeo, vislumbra corderitos que en realidad son jueces de negra toga con bocamangas de puñeta, toga negra negrita como el picón.

Sánchez tiene ya el sambenito de antisemita. La guerra en Gaza es un drama y quiere enredar a Feijoó en la diatriba de si genocidio sí o genocidio no. En esa danza con luz y taquígrafos no se puede dar calabazas. Netanyahu es la fea del baile y nadie quiere marcarse con él un chotis “agarrao”.

El alcalde de Madrid se atreve con el chotis, lo demostró. Afirma que en Gaza no hay genocidio; que genocidio fue lo sufrido por el pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial. Alcalde, no es Gaza la pradera de San Isidro. Allí hay miles de muertos. Churchill decía que la guerra es una invención de la mente humana; y la mente humana también puede inventar la paz. España no inventa nada, que ya nos dijo Unamuno “¡Que inventen ellos!”.

Toda España es torre de Babel, tinta de calamar y color negro negrito como el picón. Solo Puigdemont atisba las claras del día. Cómodamente instalado en Waterloo, se la trae al fresco la guerra en Gaza. Tiene una bomba más poderosa que las de Netanyahu y lo sabe. El israelí derriba edificios, Puigdemont puede tumbar al gobierno español con unas pocas votaciones en las Cortes.

Sánchez dijo antaño “Puigdemont no” y ahora es “Puigdemont sí”, como la parrala sí, la parrala no de la copla de la Piquer. El prófugo se ve de regreso a Barna y cual Tarradellas quiere pronunciar desde el balcón de la Generalidad aquella mítica alocución: “¡Ya sóc aquí!”.

En España triunfa la tinta del calamar. Yo me apunto a unos “txipis” en su tinta y a unos potes de chacolí, en una terracita del puerto viejo de Bermeo.