Opinión

Edipos, reyes y borbones

Tomás Serrano

Tomás Serrano

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Madrid, 14 de mayo de 1977:

“En virtud de esta mi renuncia, sucede en la plenitud de los derechos dinásticos como Rey de España a mi padre, el Rey Alfonso XIII, mi hijo y heredero el Rey Don Juan Carlos I. ¡Majestad, por España, todo por España!. ¡Viva España, viva el Rey!”.

Más de cuarenta años después de pronunciar estas palabras por Juan de Borbón, hijo de rey, padre de rey, pero no rey; en España hay dos reyes y dos reinas, si bien una pareja de entre ellas lo son con el adjetivo calificativo anexo de “eméritos” y en la solemne celebración realizada en el Palacio de Las Cortes con la presencia de todos los representantes de los poderes del Estado (legislativo, ejecutivo y judicial), para conmemorar el cuarenta aniversario de las primeras elecciones, tras la restauración democrática, se excluyó a quien fue protagonista esencial de esa época y especialmente de los hechos históricos conocidos como Transición, iniciados tras la muerte de Franco y sublimados en los acontecimientos sucedidos alrededor del Golpe de Estado del 23-F de 1981.

El diccionario de la RAE (Real Academia Española) define la palabra “emérito” con dos afecciones, por un lado “dicho de una persona, especialmente un profesor, que se ha jubilado y mantiene sus honores y alguna de sus funciones”, y por otro “en la Roma antigua, dicho de un soldado que había cumplido su tiempo de servicio y disfrutaba la recompensa debida a sus méritos”; en cualquiera de las dos definiciones parece ponerse más énfasis en el mantenimiento de ciertas prebendas, que en el ejercicio de alguna función concreta.

En estos tiempos del primer cuarto del siglo XXI, hay dos “Papas” de Roma, en la iglesia católica, y dos reyes en España, incluso también dos reinas y tanto en un caso como en otro, no hacen ningún favor a quienes, de ellos, no acompañan su responsabilidad del adjetivo de “emérito”.

La historia del siglo XX en la casa real española señala varios episodios sobre la incomodidad en la que se movió Juan de Borbón, al enfrentarle Franco a que su propio hijo fuera el elegido para sucederle, pero alejado de él; mientras el depositario de los derechos dinásticos seguía siendo él mismo. Y no debió ser baladí la tensión personal, y familiar, que hubo que resolver para que, finalmente, renunciara a sus derechos dinásticos aquel 15 de mayo de 1977, reservándose para sí el título de Conde de Barcelona a partir de entonces.

Juan Carlos I abdicó en su hijo, aunque no esté tan claro que la iniciativa de dicha decisión partiera de él mismo, el hecho de reservarse para si el título de “rey emérito” da más de una pista de que pudo no ser una decisión voluntaria y propia, y en la forma utilizada se encerraba un nuevo error, ya que Juan Carlos de Borbón a partir de ese mismo instante, debería haber utilizado el mismo título del que hizo uso su padre tras traspasarle los derechos dinásticos: Conde de Barcelona.

Lo peor de ser, es dejar de ser; bien lo saben quienes han ostentado poder en alguna de sus formas, se trate de ministros, presidentes de gobierno, primeros ejecutivos de grandes empresas, grandes deportistas de élite o, también, desde luego, reyes o jefes de Estado; y en este caso quien estuvo ya no está, y quién está quiere poner distancia sobre quien estuvo.

El intercambio de mensajes del “rey emérito” con el periodista Raúl del Pozo, al hilo de su no invitación a la celebración de Estado, deja entrever, al detalle, cual es el nivel del enfado del anterior jefe del Estado:

Raúl del Pozo: "¿No cree Su Majestad que no invitarle a la conmemoración de la Democracia es como no invitar a Napoleón a la conmemoración de la batalla de Austerlitz?”.

Juan Carlos de Borbón: “Sí, desde luego”.

Lo cual en sí mismo y teniendo en cuenta quien es, es un error de calado, del mismo nivel que lo fue la decisión de Felipe VI al asumir la celebración del acto con la ausencia de su antecesor en la Corona, y además, su padre; fuera decisión suya o asumida a sugerencia de otros... u otras.

La historia universal de este mundo está plagada de crisis entre un hijo y su padre, o a la inversa, por argumentos de todo tipo, bien porque el hijo termina desalojando a su padre de su protagonismo social o profesional, o bien al identificarse ambos como enemigos dentro del universo de “machos alfa”.

La más famosa de las tragedias griegas, “Edipo Rey”, trata de estas cuitas, toda una alegoría, nada casual.

Los errores de Felipe VI y de Juan Carlos de Borbón, su padre, son evidentes y atacan fundamentalmente a la institución por la que han llegado a desempeñar la jefatura del Estado de España: la monarquía y la Corona de España, es decir que tiran piedras contra su propio tejado.

Quizás habrá quien me diga que cuantitativamente son más los errores del actual “rey emérito”, pero sin duda la vida que tiene por delante Felipe VI le dará oportunidades para empatar, o superar, en ese ranking, quizás cometiendo algunos de los mismos que recrimina al padre… ¡cuestión de tiempo!