En el primer plano, el rostro difuminado de Juan Francisco —el químico mexicano que estableció en España el primer laboratorio del CJNG— armado con una Carabina M4, y otros elementos relacionados con el considerado el cártel más peligroso del mundo.

En el primer plano, el rostro difuminado de Juan Francisco —el químico mexicano que estableció en España el primer laboratorio del CJNG— armado con una Carabina M4, y otros elementos relacionados con el considerado el cártel más peligroso del mundo. Diseño: Arte EE

Reportajes INVESTIGACIÓN

El primer 'cocinero' del Cártel de Jalisco en España: "Escogimos Barcelona porque sólo vas dos años a la cárcel si te detienen"

EL ESPAÑOL reconstruye, a partir de fuentes policiales y del testimonio exclusivo de un químico mexicano, cómo el cártel más violento de México lleva casi tres años operando en territorio español mediante pequeñas células.

Más información: El Cártel de Jalisco opera en España desde hace un año: trae metanfetaminas de México mientras se prepara para producir fentanilo.

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El avión despegó de la Ciudad de México una noche cualquiera de 2023, con las luces de la gran ciudad extendiéndose bajo las alas como un circuito eléctrico. En la fila media de clase turista, un hombre de cuarenta y tantos años, camisa planchada y mochila gastada, repasaba mentalmente una lista de cosas que dejaba atrás.

Un laboratorio químico, una hipoteca en una urbanización en las afueras de Guadalajara —capital del estado mexicano de Jalisco— y dos hijas que dormían sin saber que su padre cruzaba el Atlántico para cocinar droga para el cártel más temido de su país y, posiblemente, también del mundo.

En el bolsillo interior llevaba un pasaporte sin antecedentes, la excusa de un viaje turístico por Europa con amigos y una orden clara de sus jefes. Al llegar a París, ciudad a la que voló en un trayecto comercial de Aeroméxico, alguien lo recogería y lo montaría en un tren de alta velocidad para llegar a un lugar "a unas dos horas de Barcelona".

Después le esperaba un trayecto de coche hasta llegar a la costa, donde le esperaban un chalé, unos bidones, componentes químicos —que él mismo había pedido antes— y una promesa de dinero rápido: medio millón de dólares si lograba enviar un primer gran envío que estableciera así los primeros negocios en Europa del cártel para el que había trabajado durante años.

Viajaba como un técnico en misión. El Cártel de Jalisco Nueva Generación, el grupo que se había disputado a tiros el territorio de medio México y que ya había probado la rentabilidad de la metanfetamina en Estados Unidos, buscaba nuevos espacios de expansión, principalmente Europa y Australia.

Integrantes del CJNG, en el estado de Michoacán, México.

Integrantes del CJNG, en el estado de Michoacán, México. Cuartoscuro.

Para eso necesitaba 'cocineros' capaces de montar, en un chalé perdido en la España vaciada o en una masía catalana rodeada de olivos, el mismo tipo de laboratorio que funcionaba en los alrededores de Guadalajara, de Tijuana o en la sierra de Michoacán.

"Yo era uno de ellos", explica a EL ESPAÑOL. Ingeniero químico de formación, se había unido a las filas del CJNG años atrás, bajo la promesa de un compañero de trabajo de grandes cantidades de dinero. Este periódico accedió a su historia en 2024, durante una investigación sobre los tentáculos del narcotráfico mexicano en España.

El primer laboratorio

La casa de campo en la que terminó ese trayecto estaba rodeada de árboles y discreción. No había cuadros ni sofás de diseño. Había hornos metálicos, extractores industriales, sacos apilados, tambores plásticos, cristalería de laboratorio. Los productos químicos estaban a pocos kilómetros, en otra casa que actuaba de guardería. Los había pagado un conglomerado extraño de hombres que no tenían acento mexicano.

Albaneses con años de experiencia en la cocaína europea, españoles con empresas de importación y sociedades pantalla, italianos conectados con apellidos que pesan en los sumarios de la Camorra. Él ponía lo que nadie más tenía: sabía cocinar. Que no deja de ser un eufemismo de saber mezclar una extensa lista de componentes químicos, con el peligro que conlleva.

A cientos de kilómetros de esa masía, en oficinas de Madrid y Barcelona, los investigadores de la Policía Nacional y de los Mossos d’Esquadra aún no podían imaginar la presencia de lo que entonces sonaba como algo exótico en los informes: el CJNG. Lo que hoy se cuenta como un golpe cerrado contra una "oficina" con veinte detenidos es en realidad el viaje silencioso de diversas células con laboratorios improvisados.

"Al Cártel de Jalisco no le interesaba introducirse en Europa, pero descubrió que el mercado inglés es muy rentable, y que hay un puente hacia Australia de coste muy bajo si llega a tratos con otras organizaciones internacionales", dijo a EL ESPAÑOL una fuente de la Fiscalía General de la República mexicana en la Ciudad de México en 2023.

Aquella declaración motivó el reportaje "El Cártel de Jalisco opera en España desde hace un año: trae metanfetaminas de México mientras se prepara para producir fentanilo", publicado en julio de 2024.

Un extremo, el de la presencia del CJNG en España, que algunas fuentes policiales españolas negaron, pero que quedó confirmado a través de fuentes de la DEA en España y de la Fiscalía Especializada en Delincuencia Organizada.

Lo que hoy se cuenta como un golpe cerrado contra una "oficina" con veinte detenidos es en realidad el comienzo de un viaje silencioso de diversas células con laboratorios improvisados por el país. Tanto el Cártel de Jalisco como el de Sinaloa han aprendido a instalarse de manera silenciosa y siempre colaborando con grupos ya arraigados.

Un cocinero

En Guadalajara, México, se repite una frase que a él le hace gracia y le da rabia. Se dice que el aguacate y las metanfetaminas comparten genealogía. Durante décadas, familias como los Valencia levantaron un emporio que mezclaba exportación de "oro verde" con contrabando hacia Estados Unidos. En ese ecosistema creció el hombre al que aquí llamaremos Juan Francisco.

Estudió ingeniería farmacéutica, consiguió un empleo mal pagado en una empresa de genéricos, aprendió a moverse entre fórmulas registradas, controles sanitarios, auditorías internas y sueldos que nunca alcanzaban para el carrito entero del supermercado.

La puerta al CJNG se abrió como se abren casi todas las puertas del crimen organizado en México. Un compañero de laboratorio que "ya trabajaba para la familia", una conversación al salir del turno, una cifra pronunciada en voz baja.

Le hablaron de encargos puntuales, de asesorías discretas sobre precursores químicos, de pagos en efectivo que duplicaban su salario mensual. En un principio, Juan Francisco no cocinaba. Era un consultor. Revisaba listas de productos, sugería proveedores industriales, ajustaba patrones de compra para que no levantaran sospechas.

La frontera entre la asesoría y el delito se cruzó en una casa de barrio donde ya no había etiquetas farmacéuticas ni jefes en bata blanca. Había bidones sin logo, pisos recién baldeados, hornos metálicos y mascarillas colgadas de clavos oxidados. Allí empezó a cocinar cristal. Aprendió a leer la textura del producto, a corregir errores de temperatura, a identificar, por el ruido de los extractores, si algo iba mal. Se ganó un apodo que en Jalisco es casi un rango: "El Inge".

Un soldado mexicano, durante el decomiso de un laboratorio clandestino de metanfetaminas del CJNG.

Un soldado mexicano, durante el decomiso de un laboratorio clandestino de metanfetaminas del CJNG. AP News.

En un puñado de años dejó la empresa legal y se dedicó en exclusiva al negocio clandestino. Compró un coche a plazos, cambió a sus hijas de colegio, se mudó a una casa con jardín en un fraccionamiento al borde de la ciudad. El dinero del cártel cubría la hipoteca, pagaba las cuentas y permitía una vida que, desde fuera, parecía clase media ascendente.

El precio era la conciencia y el riesgo. El CJNG había crecido a golpe de ejecuciones, videos de terror en redes sociales y ofensivas contra policías, militares y narcos rivales. Nadie en su entorno ignoraba que sus "clientes" eran los mismos que llenaban las portadas con camionetas blindadas y cuerpos encintados abandonados en cunetas.

Laboratorio europeo

El cambio de escala se notó primero en la agenda de sus jefes. Empezaron a hablar de puertos que él solo conocía por las noticias. Rotterdam, Amberes, Gioia Tauro. Hablaron de Costa Rica como trampolín, de maquinaria pesada, de contenedores que cruzaban el océano con una doble vida.

"La cocaína seguía siendo el producto estrella, pero la metanfetamina se había convertido en la niña bonita del negocio", cuenta Juan Francisco. El "cristal" dejaba márgenes mucho más altos y se adaptaba bien a un continente acostumbrado a sintetizar ocio químico en polígonos industriales y campos de festivales.

En las reuniones donde se decidían rutas y destinos apareció cada vez más el nombre de España. Fiscales y policías mexicanos ya la describían como un "paraíso" para los operadores. Un país con puertos conectados al mundo, una red de carreteras impecable, una "España vaciada" llena de casas baratas y discretas y un sistema policial que hasta hacía muy poco había centrado su mirada en el hachís marroquí y en la cocaína sudamericana llegada por Galicia o Andalucía.

Para el CJNG, España es a la vez almacén, laboratorio y puerta de entrada. "Y las leyes laxas", recalca Juan Francisco. "En México sólo por pertenecer a un cártel te dan 15 años de cárcel, por un secuestro 40 años, y por homicidio se acaban sumando... acabas con una sentencia de más de 100 años. Por eso nos vamos a delinquir a España, porque las leyes son demasiado blandas. Yo por eso me fui a España. Sabía que si me agarraban salía en dos o tres años".

La misión de Juan Francisco encajaba en el plan. Él no iba a mandar contenedores desde Veracruz ni a negociar con capos balcánicos. Su trabajo consistía en replicar el mismo tipo de laboratorio que funcionaba desde años atrás en los alrededores de Guadalajara. El viaje que hizo de madrugada, con una mochila y un billete de avión hacia París, era el primer paso para convertir a España en una sala blanca extendida.

En la casa de campo donde lo dejaron, la escena era la misma con un decorado distinto. Las ventanas daban a olivares, no a colonias polvorientas. La humedad olía a mar y no a drenaje. Los materiales eran los mismos. Hornos, cristalería, bidones. Los socios eran distintos.

Albaneses que hablaban del puerto de Rotterdam como si fuera su propio barrio. Españoles que conocían los ritmos de aduanas, de navieras, de inspecciones fiscales. Italianos que manejaban apodos en napolitano y que sabían qué barrio de Nápoles servía de puente hacia el norte de Europa.

La Operación Oyamel

La historia pública empezó mucho después. El martes en que la Policía Nacional presentó la Operación Oyamel en la sede de Canillas, los comisarios de la UDYCO Central y de la UDYCO de Madrid exhibieron sobre mesas blancas el botín de una investigación de más de un año.

Mil ochocientos setenta kilos de cocaína, trescientos setenta y cinco kilos de anfetamina, tres armas cortas, quince vehículos, dos objetivos prioritarios para la DEA, un empresario español que prestaba sus sociedades para la entrada de maquinaria pesada y varios miembros de la Camorra italiana dedicados a la distribución internacional.

La puesta en escena resumía la adaptación europea del CJNG. Cargamentos de droga ocultos en estructuras metálicas que simulaban ser piezas de máquinas industriales, contenedores que salían de Costa Rica y llegaban a puertos como Rotterdam antes de terminar en fincas de la sierra de Madrid, de Ávila o de Talavera.

Dispositivo policial de la detención del Cartel de Jalisco Nueva Generación.

Dispositivo policial de la detención del Cartel de Jalisco Nueva Generación. Policía Nacional

Mexicanos que venían por turnos de tres o cuatro meses, boina calada al estilo Peaky Blinders, encargados de supervisar operaciones y desaparecer antes de que les saliera arraigo. Lingotes de plata y monedas de colección usados para blanquear beneficios. Paquetes marcados con logos de 007 y dibujos del Monopoly o de Tío Gilito para seguir la pista de la mercancía.

El Ministerio del Interior presentó la operación como la caída de la "oficina en España" del Cártel de Jalisco Nueva Generación. Los titulares se replicaron en medios de medio mundo. Se habló de la sucursal europea del cártel de las cuatro letras, de una estructura supuestamente central que había sido desarticulada, de un golpe ejemplar que cerraba una etapa.

La realidad es más incómoda y más difícil de meter en un eslogan. Lo que ha caído es una oficina, no la oficina. Un nodo dentro de una red flexible que funciona por células, se alimenta de alianzas con mafias europeas y se adapta a los golpes policiales con la misma rapidez con la que abandona una casa de campo y ocupa otra a cien kilómetros.

Células invisibles

Fuentes de la UDYCO consultadas para este reportaje insisten en que el CJNG en España no se parece al cliché del cártel vertical, con un jefe sentado en una mansión de urbanización de lujo y decenas de sicarios mexicanos repartidos por la geografía. En su lugar hay células pequeñas, casi modulares, que operan como franquicias.

Cada célula cuenta con un enviado de confianza del cártel, socios europeos que ponen logística y dinero y una constelación de colaboradores locales que alquilan fincas, compran material, mueven mercancía o prestan sus empresas para dar apariencia de legalidad.

La relación con las mafias albanesas se ha convertido en uno de los ejes de esa estructura. Los grupos de los Balcanes controlan buena parte de la ruta de la cocaína hacia Europa, tienen presencia en puertos clave y han aprendido a tejer alianzas con proveedores de América Latina.

Un total de 11 toneladas de cocaína en paquetes envueltos en plástico procedentes de dos incautaciones realizadas por la policía en Valencia y Vigo, de la Mafia Albanesa, en diciembre de 2023.

Un total de 11 toneladas de cocaína en paquetes envueltos en plástico procedentes de dos incautaciones realizadas por la policía en Valencia y Vigo, de la Mafia Albanesa, en diciembre de 2023. AFP.

Para el CJNG representan una vía de entrada limpia y eficiente. No compiten por territorio, se reparten tareas. Los mexicanos aportan producto, experiencia en drogas sintéticas, contactos con productores en México y Centroamérica.

Los albaneses, a cambio, ofrecen rutas, almacenes, sicarios discretos y una discreción cultivada durante años de contrabando silencioso. En esa ecuación los españoles funcionan como engranaje imprescindible.

Empresarios de mediana edad que aceptan poner sus sociedades al servicio de envíos sospechosos, transportistas que manipulan compartimentos secretos; propietarios de naves industriales en polígonos de Cataluña, Castilla y León o Castilla-La Mancha que alquilan espacios a precios generosos sin hacer demasiadas preguntas.

La "oficina" caída en la Operación Oyamel se sostenía sobre ese triángulo. Mexicanos de escalón medio, albaneses con ramificaciones en Rotterdam e Italia y un empresario español que ponía su nombre en los papeles.

Laponia española

Cuando en julio de 2024 este periódico publicó que el Cártel de Jalisco Nueva Generación operaba en España desde principios de 2023, muchas de las piezas que ahora encajan ya estaban sobre la mesa. Los investigadores españoles, mexicanos y estadounidenses describían entonces un esquema que combinaba la llegada de cargamentos de metanfetamina con la búsqueda de lugares idóneos para producir drogas sintéticas en territorio español.

El triángulo de provincias despobladas que une Soria, Teruel, Guadalajara y Cuenca aparecía en boca de fiscales mexicanos como un ejemplo de "Laponia española", un espacio frío en términos demográficos y perfecto para esconder laboratorios en grandes casas rurales.

La "oficina" de Ávila y las fincas de la sierra de Madrid y de Talavera de la Reina que ahora se han mostrado en fotografías policiales confirman esa intuición. El CJNG y sus socios europeos han probado que la España vaciada sirve para almacenar y redistribuir grandes cantidades de droga.

Con el riesgo mucho menor de ser detectados que en un polígono industrial a las afueras de una gran ciudad. La misma lógica se ha aplicado en Cataluña, donde fincas de interior se han alquilado para usos agrícolas que en realidad escondían proyectos de laboratorio.

La DEA, que se ha convertido en un socio recurrente de la Policía Nacional en este tipo de investigaciones, lleva años advirtiendo de que el CJNG tiene vocación global. Sus informes internos sitúan a la organización de Nemesio Oseguera Cervantes como un actor central en la exportación de metanfetamina desde México, con ramificaciones crecientes hacia Europa, Asia y Oceanía.

La designación del cártel como organización terrorista por parte de Estados Unidos ha formalizado esa percepción. España no ocupa un margen en ese mapa. Es un nodo. La combinación de puertos estratégicos, zonas rurales despobladas, conexiones con América Latina y presencia de mafias europeas convierte al país en un espacio de interés prioritario para quienes buscan diversificar negocios lejos de la frontera con Estados Unidos.

Investigaciones abiertas

Fuentes de la División de Investigación Criminal de los Mossos d’Esquadra confirman que en Cataluña existe desde hace tiempo "más de una" investigación abierta sobre células vinculadas al CJNG. En esos casos, el patrón se repite. Emisarios mexicanos con formación química llegan a la comunidad para asesorar en el montaje de laboratorios industriales de metanfetamina, con financiación albanesa y cobertura logística de ciudadanos españoles.

Se buscan casas rurales aisladas, se compran precursores a través de empresas pantalla y se usan carreteras secundarias para mover el producto. No todas esas investigaciones han terminado en detenciones o en notas de prensa.

Algunas han muerto por falta de pruebas suficientes para sostener una acusación en la Audiencia Nacional. Otras han quedado en informes internos que señalan movimientos anómalos de químicos y de personas, pero que no han llegado a cristalizar en macrooperaciones como Oyamel.

Pistola tipo Glock, serie compacta, incautada por las autoridades policiales a una célula en Barcelona con vínculos con el Cártel de Sinaloa.

Pistola tipo Glock, serie compacta, incautada por las autoridades policiales a una célula en Barcelona con vínculos con el Cártel de Sinaloa. CNP / MdE

Mandos policiales admiten que el CJNG y sus socios aprendieron rápido de los primeros errores. Las estructuras se han vuelto más fluidas, las estancias de los enviados mexicanos son más cortas, las casas utilizadas como laboratorio se abandonan antes de que acumulen sospechas.

En esa cartografía fragmentada encaja la historia de Juan Francisco. Su laboratorio en Cataluña fue uno de los ensayos generales de un modelo que después se ha perfeccionado en otras provincias. Él cocinaba, otros financiaban, otros almacenaban.

Cuando los precursores —llegados desde México y anteriormente desde China— empezaron a escasear y las tensiones internas crecieron, la célula se deshizo con la misma facilidad con la que se había montado. El cocinero regresó a México, los socios locales se dispersaron, el rastro físico desapareció. La estructura, en cambio, siguió viva.

Trabajar para la muerte

Hoy, lejos de Guadalajara, Juan Francisco recuerda aquella etapa como una mezcla de ascenso profesional, miedo permanente y sensación de invisibilidad. En México, trabajar para el CJNG implica convivir con la idea constante de la muerte. Policías, jueces y periodistas caen con frecuencia bajo las balas del cártel.

En España él descubrió otra forma de miedo. Aquí nadie sabía quién era, nadie lo asociaba a un grupo criminal, nadie se fijaba en el hombre que empujaba un carrito en un supermercado de pueblo o que tomaba cerveza en una terraza de Cataluña. Esa invisibilidad le permitió vivir, durante unos meses, la vida que el cártel prometía.

Sueldo en dólares, casa de campo, viajes discretos entre España, Francia y otros países europeos, comidas con socios que hablaban de toneladas de mercancía como quien habla de contenedores de tornillos. Al mismo tiempo, cada decisión de negocio implicaba un riesgo que alcanzaba a su familia en Guadalajara.

Con el tiempo, cuando los pagos se retrasaron y las tensiones internas crecieron, se planteó romper la lógica del silencio. Valoró la posibilidad de contar su historia a autoridades de ambos lados del Atlántico y de usar lo que sabía para saldar deudas y comprar tiempo. Llegó a esbozar esa confesión. No dio el paso definitivo.

Pintadas reivindicando al Cártel de Jalisco Nueva Generación en las cercanías de San Cristóbal de las Casas.

Pintadas reivindicando al Cártel de Jalisco Nueva Generación en las cercanías de San Cristóbal de las Casas. Julio César R. A.

La desconfianza, la sospecha de filtraciones y el temor a represalias pesaron más que la promesa de cualquier programa de protección de testigos. Terminó por irse, por desaparecer del mapa de sus antiguos socios, por construir un exilio donde no figuran ni Guadalajara ni Barcelona.

Ahora, cuando mira las noticias sobre la Operación Oyamel, siente una mezcla de alivio y escepticismo. Sabe lo que significa que la Policía incautara casi dos toneladas de cocaína y cientos de kilos de anfetamina. Conoce el valor en dólares de esos cargamentos, el esfuerzo logístico, el número de manos implicadas.

Se alegra por los investigadores que han logrado atar los hilos de esa "oficina". Al mismo tiempo, repite una frase que se ha convertido en su forma de describir la situación. Dice que el CJNG no trabaja con oficinas, trabaja con sombras. Se corta una y otra aparece a unos kilómetros, en otra casa, con otros nombres y otro cocinero.

La versión policial

En los comunicados oficiales, España ha propinado uno de los golpes más importantes contra el CJNG en territorio europeo. La Operación Oyamel ha permitido detener a veinte personas, desarticular una red que utilizaba maquinaria pesada para introducir cocaína y anfetamina, intervenir dinero, armas y metales preciosos y señalar con nombre y apellidos a socios italianos, españoles, colombianos y mexicanos. Es un éxito policial real y medible.

En el terreno, las fuentes que vigilan desde hace años la penetración de los cárteles mexicanos en España dibujan un panorama menos nítido. El cártel de las cuatro letras ha aprendido a operar lejos de casa con un perfil bajo que contrasta con la brutalidad exhibicionista que despliega en México. No hay convoyes con siglas pintadas ni narcomantas colgadas en puentes.

Hay chalets discretos en la España vaciada, masías adaptadas como laboratorios, fincas en la sierra donde duermen contenedores abiertos a golpe de radial y pisos de ciudad que guardan lingotes de plata y documentación de empresas pantalla.

El relato de Juan Francisco, el cocinero que viajó de Guadalajara a Cataluña con un billete sin regreso para levantar el primer laboratorio del CJNG en España, es una de las pocas voces que han atravesado esa penumbra.

Su vida hoy es la de un hombre que mira sobre el hombro cuando baja la basura, que cambia de teléfono con frecuencia, que vive con un miedo que ya no desaparece ni con la distancia.

La vida de alguien que sabe que, mientras la opinión pública celebra la caída de una "oficina", las sombras siguen moviéndose en silencio por un país que todavía se está acostumbrando a pronunciar, sin titubeos, cuatro letras que llegaron de Jalisco para quedarse.

En este reportaje se han omitido imágenes, nombres y localizaciones precisas para no comprometer la integridad de Juan Francisco —primer operador del Cártel de Jalisco Nueva Generación en España, actualmente refugiado en un tercer país— y para evitar interferir en investigaciones policiales aún en curso, según ha confirmado EL ESPAÑOL.