Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu en un gimnasio.

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu en un gimnasio. Pablo Lasaosa Pamplona

Reportajes

La triple vida de Antonio, el cura de la cárcel tatuado, motero y maestro de Jiu Jitsu

"El chiste de que reparto hostias consagradas y sin consagrar me lo hacen siempre; no hubo un momento en el que noté la llamada del Señor, sino que fue un proceso de enamoramiento de Jesús", cuenta a EL ESPAÑOL. 

3 abril, 2023 02:22

El día tiene 24 horas, pero a Antonio López (Zumárraga, 1976) se le quedan cortas, muy cortas. Cada mañana se levanta, prepara su programa de radio, acude a la parroquia de Irurtzun, celebra la misa, hace su oración y visita a los enfermos. Por la tarde se desplaza hasta la cárcel de Pamplona, donde ejerce su labor como capellán. Allí, además de charlar durante horas con los presos a los que trata como amigos oficia las misas que se celebran los viernes, sábados y domingos en los diferentes módulos. Pero su semana no acaba ahí. Los martes y jueves da clases de Jiu Jitsu en un gimnasio y, cuando le sobra algo de tiempo, acude a las quedadas del club motero al que pertenece. 

No le gusta que le digan que es el “anticura”, pero él mismo asegura ser consciente de que su imagen no es la primera que se le vendría a la cabeza a alguien que piense en un párroco, o al menos en uno de los de antaño. Y no solo por las actividades que realiza en su día a día y que, bajo el juicio de gran parte de la sociedad, no serían propias de un sacerdote, sino también por su apariencia física. Y es que, aunque confiesa no haber visto nunca curas desnudos, no cree que haya muchos tatuados como él. 

“Llevo tres tatuajes. Uno me lo hice hace muchos años, el sagrado corazón de Jesús con su coronita de espinas, su lanzada y su llama de fuego. Me parece bonito llevar algo que marque a quién pertenece mi amor. En vez de ponerme “amor de madre” o el nombre de mi novia, que no tengo, me pongo el corazón de mi Cristo”, cuenta a EL ESPAÑOL. Pero no es el único diseño que lleva impregnado en la piel. También luce un 70, una cruz y un 7 en la muñeca derecha por las veces que Jesús le dijo a Pedro que había que perdonar y la palabra Jiu Jitsu escrita en japonés en uno de sus gemelos. “Con el kimono se me ve el pecho y un niño me dijo que si era el escudo del Barça”, cuenta entre risas. 

Tatuaje de Antonio López.

Tatuaje de Antonio López. Pablo Lasaosa Pamplona

A pesar de ello, nunca se ha sentido como “lo opuesto” a un cura tradicional, aunque sí como alguien distinto o diferente. Y es que, tal y como asegura, los sacerdotes de hoy en día están más que acostumbrados a que les digan que ojalá todos fueran como ellos. “Es porque la gente desafortunadamente no tiene relación con los sacerdotes, digo más allá de pedirles que recen por la abuela difunta. Deberíamos estar más accesibles, pero por parte de la gente también tomarse la molestia de acercarse a las personas del sacerdote”, confiesa. 

Su familia no era atea, pero tampoco excesivamente religiosa. Como gran parte de la sociedad actual, no vivían la fe con demasiada intensidad y estaban casados por la Iglesia. Antonio se bautizó, fue a catequesis, hizo su Primera Comunión e ingresó en un colegio de monjas. De hecho, perteneció a la primera generación de niños que comenzaron a escolarizarse en espacios que, hasta ese momento, estaban reservados sólo para niñas. Pero no fue hasta su Confirmación, y con tan solo 15 años, cuando le empezó a rondar por la cabeza la idea de ser cura. 

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“Cuando le comenté al párroco que estaba planteando la posibilidad de que quizás, a lo mejor, podría ser cura, me dijo que ya lo iríamos viendo. Me dijo que hiciera oración, fuera a misa y leyera cosas piadosas. Me dio mucha paz. Tomar una decisión radical tan joven de un momento a otro no es fácil”, cuenta en conversación con este periódico. 

Y aunque asegura que es, quizás, una de las preguntas que más le han repetido a lo largo de su vida, no tiene muy claro cómo llegó a sentir la llamada. De hecho, cree que nunca existió como tal. “No hubo un momento puntual en el que yo noté clara y nítidamente la llamada del Señor, sino que fue un proceso de enamoramiento de la persona de Jesús que fue muy poco a poco, con mucha paz y de una manera muy natural”, confiesa. 

Fotografía personal de Antonio López.

Fotografía personal de Antonio López. Cedida

— ¿Te afectaron en algún momento los comentarios que recibiste de tu entorno?

Yo creo que más que afectarme me formó. Aparte de las peleas deportivas, me gustan mucho las peleas dialécticas. Me gusta debatir. Una cosa buena que tienen las artes marciales es que me da la facilidad de hablar con gente que no es de mi entorno ideológico religioso. A veces los curas vivimos en una burbuja de aislamiento fuera de los que piensan distinto a nosotros. Al final si sólo te relacionas con católicos, como la gente que va a la iglesia, y encima eres el cura, estás acostumbrado a que la gente te de la razón y se te olvida que hay mucha gente que no tiene fe o que incluso tiene una visión enemiga de la fe

El camino hacia el sacerdocio no fue fácil. De hecho, tal y como cuenta en conversación con este periódico, Antonio se planteó mucho su vocación hasta el momento que llegó su ingreso en el Seminario. Pero a pesar de todo ello, fue el hecho de sentir la cercanía de otros jóvenes que vivían la fe del mismo modo que él lo que le hizo tratar la situación con la mayor naturalidad y ser consciente de cuál era su mayor deseo. “Que tu hijo con 15 o 16 años te diga que está planteándose ser cura te llama la atención, pero cuando vieron que seguía haciendo vida normal, salvo porque iba a misa, pues tampoco les pareció tan extraño”, asegura. 

En la actualidad, compagina sus labores de cura en la parroquia de Irurtzun con las de capellán en la cárcel de Pamplona. Allí acude todas las tardes con el único objetivo de acompañar a los presos durante el cumplimiento de su condena. Y aunque cada vez que traspasa las puertas del centro penitenciario tiene clara cuál es su función, a algún que otro despistado le confunde su apariencia. 

– ¿Este quién es? ¿Es nuevo?

– No, es el cura

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu Pablo Lasaosa Pamplona

La mayoría de las conversaciones que tiene con ellos, confiesa, son triviales y de amistad, “de compartir y no juzgar”. Pero en algunas ocasiones también tiene la obligación de dar apoyo a los reclusos en situaciones más profundas, como cuando le piden confesión o guía espiritual. “Es muy cómodo decir que soy uno más, pero cuando dan las 19:30 horas yo me piro y ellos se quedan ahí. Por mucho que quieras identificarte con ellos no puedes. Yo me voy a mi casa, cojo mi teléfono móvil y mi coche y me voy al gimnasio o a tomar una cerveza con mis amigos. Ellos no pueden hacerlo”, cuenta. 

Las artes marciales 

Empezó a hacer judo de niño, lo dejó, comenzó a hacer kickboxing, lo dejó de nuevo por falta de tiempo y después se pasó a las artes marciales del Jiu Jitsu. “Empecé a practicarlo porque me gustaba mucho. Me saqué el cinturón negro, el segundo dan y luego empecé con los títulos de instructor, entrenador y maestro”, cuenta. 

Pero si hay algo que no olvida Antonio de su infancia es el momento en el que comenzó su pasión por el mundo de las artes marciales. No recuerda cuántos años tenía, pero sí el día exacto en el que su padre decidió darles una sorpresa a él y a su hermano gemelo. Les llevó al cine y vieron ‘Operación Dragon’ de Bruce Lee. Allí empezó todo. “Siempre me han gustado las películas de Kung-fu antiguas. Así he empezado. Nunca he recibido bullying ni me he querido defender de nadie. Estéticamente me parecía muy bonito y lo flipaba mucho con mi hermano desde siempre”, añade. 

Para él, se trata de una actividad deportiva más que compagina con su labor en la parroquia y la cárcel. Muchos de sus alumnos lo consideran un estilo de vida, pero él prefiere ser honesto consigo mismo y verlo simplemente como un deporte. “Otra cosa es que tenga implicaciones filosóficas. Pero yo filosofía de vida ya tengo y se llama catolicismo o cristianismo. Yo no busco otro estilo de vida”, confiesa. 

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu Pablo Lasaosa Pamplona

Un deporte en el que el esfuerzo, el trabajo y la disciplina están a la orden del día. Antonio acude al Gimnasio León cada martes y jueves, a las 20:00 horas, a impartir clases a sus alumnos. El horario, asegura, es perfecto, ya que le permite compaginarlo con su actividad pastoral. “A veces sí coincide y si hay actividad pastoral dejo el gimnasio. Luego aparte del Jiu Jitsu voy de vez en cuando a levantar hierritos. No estoy cuadrado, pero sienta bien practicarlo”, añade. 

— ¿Qué es lo que más destacarías de practicar Jiu Jitsu? 

Es un deporte de contacto, te tiras por el suelo, tocas a la gente… Tenemos muy poco educado el sentido del tacto. Hay que dar un abrazo a un amigo o un apretón de mano y eso se desarrolla en el Jiu Jitsu. Todo el tema del equilibrio, la fuerza, el control… No hacer daño y saber que te pueden hacer daño. Prestarle a uno tu brazo para que te lo retuerza fiándote de que no te lo va a romper pues implica una confianza hacia el otro que el otro percibe. Son valores

Ha tenido que hacer frente en multitud de ocasiones al típico chiste que ya no puede faltar en su día a día. Y es que ya ha perdido la cuenta de las veces que le han dicho que reparte hostias consagradas y sin consagrar. “Lo vivo con naturalidad. Soy cura y los que me conocen lo saben”, asegura. Pero todavía hay algunos que se sorprenden cuando, vestido de ‘sport’ y tomando una cerveza, confiesa cuál es su profesión. “Si entras en clase y me ves con el kimono, dando patadas y gritando, no esperas que sea cura. Cuando se enteran les cuesta creerlo y les tengo que enseñar alguna foto mía vestido de cura porque no se lo creen”, cuenta. 

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu Pablo Lasaosa Pamplona

No le gusta mezclar lo religioso con lo deportivo, pero a veces le es inevitable. Cuando sus alumnos tienen que clavar la rodilla en el suelo les dice, entre risas, “venga, ahora genuflexión”. Y no solo eso. “Levantad la cabeza, Dios altísimo” o "sed generosos, pegad todo lo que podáis” son algunas de las frases que no suelen faltar durante sus lecciones. Pero incide en una cosa y es que el Jiu Jitsu que él enseña es completamente lúdico y lo imparte evitando cualquier tipo de comportamiento agresivo. “Si yo tuviera un alumno que se pegara habitualmente yo no le quiero de alumno. No quiero matones en clase, eso lo tengo claro”, añade. 

— También formas parte de un club motero. ¿De dónde te viene esa pasión por las motos? 

Pasión por las motos, en el sentido estricto, no tengo. Tengo una moto que me gusta mucho, pero mi moto. No veo una moto y te sé decir el año y las cilindradas. No soy un fanático de las motos. Pertenecí a un club de moteros que luchaba contra el abuso infantil aquí en Navarra, pero lo dejé porque trabajaban mucho y yo no tengo tiempo. Unos amigos del Jiu Jitsu se metieron a otro club, fui a dar un paseo con ellos, establecimos amistad y me metí. Un club motero es un grupo de amigos entre los que se establece una hermandad. No sé cómo lo concibe la gente. No es como en ‘Hijos de la anarquía’. Somos un grupo de amigos que nos apoyamos y los valores son el respeto, la lealtad, la honestidad. Y estamos unidos objetivamente porque tenemos moto y porque nos gusta el rock. Yo lo que aprecio de estar en el club es la pasión por mis compañeros

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu Pablo Lasaosa Pamplona

La radio y el futuro 

Pero a pesar de ello, no le dedica al club todo el tiempo que le gustaría. En verano, los viernes por la noche, los sábados por la mañana y los domingos por la tarde es cuando se puede “escapar”, pero entre semana lo tiene más que complicado. “Luego también el tema de todo esto es que hay temporadas más intensas y otras que menos. En verano las clases del Jiu Jitsu se dejan porque nos vamos de vacaciones y aprovecho. Pero eso de ir a fiestas moteras, no me da la vida”.

El Jiu Jitsu es una más de las actividades paralelas que realiza como complemento al sacerdocio. Pero no la única. Desde hace más de diez años participa en diferentes programas de la emisora Radio María. Todo comenzó con una llamada del hermano del obispo de Orihuela para hacer ‘La Voz del Papa’, un programa que consistía en hablar sobre lo que el Pontífice había comentado durante la semana. Pero en 2020 se le presentó la oportunidad de sumarse a otro programa, en este caso, ‘El Compendio del Catecismo’, un espacio en el que cada día recoge una pregunta del Compendio y habla sobre ella. 

Respecto al futuro, lo tiene claro. Antonio es sinónimo de ganas y dedicación y no quiere parar. Desea continuar con sus programas radiofónicos con el objetivo de poder llegar a la gente y tiene intención de seguir formándose en Jiu Jitsu hasta conseguir su sexto dan. “Ahora me tengo que sacar el quinto y tengo que esperar tres años y para el sexto otros seis. Pero entrenar, lo que es entrenar, me gustaría continuar mientras mi salud me lo permita. Es un deporte donde siempre puedes mejorar aunque seas anciano. A lo mejor no tienes tanta fuerza o velocidad, pero a nivel técnico siempre puedes mejorar”, confiesa. 

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu

Antonio López impartiendo una clase de Jiu Jitsu Pablo Lasaosa Pamplona

Con los moteros espera seguir manteniendo la amistad y como sacerdote toda la eternidad. Es sincero. Quiere culminar sus días en la pastoral penitenciaria y seguir luchando por ayudar a los presos a conseguir la reinserción plena. “El tema de la vivienda, el trabajo y el ambiente social es fundamental para comenzar una vida nueva. Hay que tener medios y no los tenemos, pero Dios proveerá”. 

Pero si hay algo en lo que desea hacer hincapié a modo de cierre de la entrevista, es en la necesidad del acercamiento de la sociedad a la figura de los sacerdotes, “que no son tan raros”. Y es que, haciendo alusión a las palabras de San Pablo, Antonio cree que “la Iglesia es como un cuerpo y cada miembro del cuerpo tiene su propia función”. 

“Lo mismo que a mí me gusta el deporte, las motos y el ambiente marginal y hacen falta pastores en ese ambiente hay otros que les gusta el ambiente académico o al que le gusta ser un sibarita, pero es que los ricos también tienen que ser evangelizados”, cuenta. Y es que, tal y como asegura, quizá él mismo no encajaría en algunos ambientes en los que otros sacerdotes sí. Pero a pesar de ello, destaca la importancia de ser conscientes de la existencia de las distintas personalidades y de la diversidad en la religión. 

“Si me pones a mí a jugar a videojuegos y a hablar con jóvenes de 13 años que gustan reggaetón, pues no, yo no valgo para eso. Hay sacerdotes ‘youtubers’ que lo hacen muy bien, pero a mí no me gusta. A mí me llama mucho la atención cuando sé que hay curas que juegan al Call of Duty o que hacen 'streaming'. Comprendo que al cura de 70 u 80 años le llame la atención lo que hago yo, igual que a mí me llama la atención lo que hace un curita de 25 años. Pero hay que distinguir entre lo que no te gusta y lo que está mal. Yo creo que estoy en el ámbito que estoy porque he encajado y valgo para eso. No soy el cura opuesto, sino distinto”, concluye.