Álvaro Domínguez en uno de sus pisos, antes de reformarlo.

Álvaro Domínguez en uno de sus pisos, antes de reformarlo. Cedida

Reportajes

Álvaro, de la ruina a poder jubilarse con 24 años: el secreto del emprendedor que gana 2 millones al año

Álvaro empezó con ingresos de 0,45€ gracias a una empresa que gestionaba derechos de autor en Youtube. Cuatro años después se ha hecho rico.

13 noviembre, 2022 02:22

Es el rey de A Coruña. Su historia es de las que pondría las plumas de gallina a Gilito McPato y haría que Robert Kiyosaki se lanzase a escribir una novela. Un día, cuando tenía 10 años, Álvaro Domínguez Loureiro (Ponteceso, A Coruña, 1997) se fue a dormir con la noticia de que su padre había muerto súbitamente. Llegaban nuevos tiempos donde tocaba cambiar aquellas verbenas en que cargaba monedas en los bolsillos como para invitar a toda la cuadrilla, por otras en las que pasaba a servirles desde el otro lado de la barra. 14 años más tarde, una mañana, como si todo hubiera sido un sueño intranquilo, Álvaro se despertó convertido en un personaje de Glengarry Glen Ross a la galleguiña: en su lista de propiedades cuenta ya un centenar de viviendas en A Coruña. Y subiendo.  

"El negocio era próspero hasta que fallece mi padre. Mi madre era funcionaria, policía local, y se quedó viuda con dos hijos de 10, yo, y mi hermano de 13 años. Intentó gestionar la empresa durante dos años, pero al final decidió cerrarla. La liquidación costó más de 200.000 euros, todo el dinero que teníamos ahorrado y, además, tuvimos que pedir préstamos, hipotecas...", recuerda Álvaro en conversación con EL ESPAÑOL. La época en que ocurrió todo, 2008, tampoco es la que uno elegiría para tener que afrontar una crisis de este calado.

La adolescencia la pasó entre llamadas a los bancos (tiene guardada la cartilla del banco de entonces, "con más números rojos que negros", como el Tío Gilito conservaba con veneración la primera moneda de 10 centavos que ganó), trabajos en hostelería por tres euros la hora y gestiones de venta de propiedades. Un Jordan Belfort en miniatura, obligado con 15 años a colocarse el sombrero 'Stetson', las chaparreras y las botas a lo John Wayne: "Tomé las riendas del asunto".

Álvaro reformando uno de sus pisos.

Álvaro reformando uno de sus pisos. Cedida

"El miedo mata la mente", se decía Paul Atreides en Dune, una sensación familiar para Álvaro, que paraliza tanto como impulsa: "Todo lo hago desde el miedo. Yo no quiero volver a pasarlo mal financieramente y he buscado la fórmula para que el dinero trabaje para mí, en vez de que sea al revés". ¿Que cómo se hizo este gallego rico en cuatro años? Por el miedo, aunque no exclusivamente.

A falta de apenas dos semanas para que cumpla los 25, el recuerdo de aquella época ha forjado la manera de ser de Álvaro. Se arruinó con una empresa de YouTube y resucitó con otra, también de YouTube. Ahora gana millones gracias al negocio inmobiliario, con meses de 1.000 euros la hora, y apunta a influencer de inversiones en Instagram. Todo en apenas cuatro años.

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—¿Cómo ha crecido tanto su empresa en tan poco tiempo?

—Con YouTube teníamos tres empleados, así fue el crecimiento que vivimos. Tengo amigos que no crecieron tanto porque priorizaban otras cosas. El problema de las empresas son los empleados. Hemos creado personas muy débiles en la sociedad, somos una generación de cristal. No digo que haya que trabajar 18 horas al día como yo, pero la sociedad que hemos creado no es de esfuerzo. Los hijos no se enfrentan a tomar decisiones de verdad. Hay que pensar qué es lo que quieres hacer realmente en la vida. Pasarás momentos difíciles económicamente pero, si eres brillante, al final llegará. Y yo creo que todos somos brillantes en algo, pero hay que descubrirlo.

—Algunos hosteleros se quejan de eso mismo. Dicen que no encuentran camareros porque la gente prefiere vivir del cuento. Usted sabe lo que es trabajar por 3 euros la hora...

—Yo cobraba 3 o 4 euros la hora, pero también es cierto que el sector ha sido partícipe de que la gente no quiera trabajar en la hostelería. La cuerda no se puede tensar tanto. Si no te dan los números, cierra el negocio. Falta gente que tenga dos dedos de frente.

La sombra familiar

De casta le viene al galgo: "Soy una reencarnación de mi bisabuelo", dice Álvaro. Su bisabuelo Joaquín llegó a Ponteceso procedente de Portugal, con una sierra mecánica bajo el brazo cuando todas en el pueblo eran manuales. Así comenzó la historia emprendedora de los Domínguez. A la sierra mecánica siguieron un "sinfín de negocios": salas de fiestas, aserraderos de madera, centralitas de teléfono... que pasaron a sus hijos. 

Al abuelo de Álvaro le tocó el aserradero, pero cerró en los años 80. Su padre, también Joaquín, estudió una carrera por mandato paterno —algo que no le sucedería a Álvaro—, pero la cabra tira al monte y sus genes le pedían montar una empresa. Nacía así Recambios Rean, dedicada a la distribución de gas industrial y recambios del automóvil. 

"Mi padre estaba más involucrado con el movimiento asociativo del pueblo que con la empresa. Aun así, le iba bien hasta que fallece. Como en la mayoría de los negocios, uno no puede desaparecer de repente. Si uno no está funcionando todos los días no llega el dinero, si no hay dinero los trabajadores no cobran... es un círculo vicioso. Tengo amigos que facturan más de 20 millones de euros al año y, si quisiesen liquidar la empresa, hay tantos empleados que no les llegaría con lo que han ganado", explica Álvaro.

Como el 80% de los ingresos que tenía la familia tras la muerte de Joaquín se iban a pagar letras de hipotecas y préstamos, Álvaro entró a trabajar en un bar. "Cobraba 3 o 4 euros la hora, y a veces hice 15 horas seguidas. No me quejo, es lo normal porque yo no tenía ni idea. Estuve cuatro meses en ese local, lo que me importaba era el dinero", recuerda.

Al mismo tiempo, su hermano mayor se fue a Coruña a estudiar una carrera, "algo completamente respetable", y Álvaro se quedó como encargado de arreglar la economía familiar. Su solución fue vender el piso de Coruña de sus abuelos maternos, reformar el piso de Ponteceso y convertirlo en dos viviendas para alquiler turístico: cada uno le aporta 6.000 euros al año.

Álvaro, en el edificio abandonado que compró con 24 años.

Álvaro, en el edificio abandonado que compró con 24 años. Cedida

Youtuber

El patrimonio le dio a Álvaro un respiro económico que le permitió, a los 18, abandonar la hostelería, darse de alta como autónomo y empezar a trabajar llevando las redes sociales de empresas de amigos. Aparte de los pisos heredados, los amigos fueron su otro gran patrimonio.

Hay que tener amigos en el infierno, pero cuando eso ya se ha conseguido, hay que intentar tenerlos hasta en el vecindario. Quien tiene un vecino amigo está vacunado ante las adversidades. David invitó un día a Álvaro a su casa, que estaba a un soplo de la suya. "Me propuso un negocio que yo no veía, y le hice una contraoferta: montar juntos una productora audiovisual de 'youtubers'". 24 horas más tarde Álvaro tenía una Sociedad Limitada, Fiverbun, y un socio, su vecino David.

La empresa fue un fracaso total. Después de cinco meses y una inversión de 20.000 euros, entrevistas a decenas de posibles actores y actrices, y contratar a editores y cámaras, en la cuenta solo quedaban 200 euros. "David y su mujer ya tenían en YouTube canales de dibujos de niños y les iba bien, pensamos que funcionaría, pero el crecimiento en YouTube ya no es como en 2012. Hay tanta cantidad que tienes que crear contenido relevante y dedicarle mucho tiempo. Nosotros no cobramos nada en esos cinco meses. Sigo pensando que es un buen modelo de negocio si le dedicas dos años, estás en Madrid y tienes un millón de euros disponible", analiza Álvaro.

Con 22 años vivía su segunda ruina, la primera como protagonista. En vez de venirse abajo —la opción de volver a la hostelería, con las condiciones de trabajo que ofrece, tampoco debía de hacérsele muy atractiva—, Álvaro y su socio se replantean el negocio y se convierten en gestores de derechos de autor

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"Hay una gran cantidad de canales que no se pueden monetizar. Sin embargo, sí podemos generar ingresos con las visitas de esos canales si ponen música registrada a nuestro nombre. Lo que hicimos fue comprar canciones a productores independientes por el 100% de los derechos, registrar la canción y lanzarlas en canales que no podían ser monetizados", explica.

A las 72 horas habían obtenido un primer ingreso por visita de 0,45 céntimos de dólar, el equivalente a los primeros 10 centavos del Tío Gilito. El reto era multiplicarlos y, para ello, necesitaban conseguir millones de visitas. Dos visitas ya eran 90 céntimos, y así sucesivamente.

"Empezamos a captar canales, que sacaban un porcentaje. Hemos llegado a hacer 80.000 millones de visitas, con días de más de 80 millones. Teníamos alrededor de 400 canales asociados, pero había mucha gente que robaba contenido a esos 400. Nosotros lo reclamábamos y, al final, eran más de 1.000 canales los que utilizaban nuestros derechos de autor", describe. Le iba razonablemente bien pero, si quería "que el dinero no volviese a ser un problema", tenía que dar un paso más.

Rey de la vivienda

Cuando Álvaro le dijo a David que quería reinvertir todo lo que habían ganado, su cara debió de ser la de quien recuerda por qué hace 20 años que no se pasa por las reuniones de vecinos. "Yo quiero el dinero estable y que me dé un flujo para ser libre mes a mes sin tener que pensar en si una acción va a subir o bajar. Eso solo lo podía conseguir con alquileres y patrimonio", cuenta Álvaro. David, contra todo pronóstico, aceptó.

El 1 de enero de 2021 Fiverbun Real Estate S.L. comenzaba operaciones en A Coruña como empresa de "actividad inmobiliaria en general entendida en su más amplia acepción, así como también la promoción de todo tipo de inmuebles", según consta en el Registro Mercantil.

Álvaro se ha pasado el último año y medio pateando las calles coruñesas en busca de potenciales clientes. "Yo las operaciones las consigo tomando un café, no por agencias", asegura. Cuando una calle le gusta, entra en alguno de los bares de la zona: "No al moderno de copas, sino al Bar Manolo donde los vecinos juegan al tute". Durante dos semanas va al bar elegido a diferentes horas, invitando a café y haciendo relaciones: "Si te enteras de algún piso, me llamas", les dice a Paco o a Juani.

El resultado es que, en poco tiempo, siempre aparece "algún Pedro que está en una herencia y necesita vender el piso". De Pedro en Pedro hasta las 60 propiedades que ya son propiedad suya. Además, gestiona otras 40 viviendas que no son suyas, pero a las que pone el dinero necesario para su reforma a cambio de explotarla durante años y, después, acabar compartiendo ingresos. En total, ya son un centenar de pisos dándole dinero todos los meses. Algunos edificios son suyos desde el timbre del portal al pararrayos de la azotea.

"Yo no tengo dinero para ahorrar ni gastar, sino para hacer más dinero. Trabajo 18 horas al día para hacer que un euro, dentro de un año, me dé dos. Yo, con 7 años, iba a la fiesta del pueblo con 50 euros en el bolsillo. He aprendido a base de palos", afirma Álvaro.

Además, está dedicando parte de lo que gana para ayudar al pueblo, como le habría gustado a su padre. Es presidente del equipo de fútbol, el Ponteceso SD, y mantiene un chiringuito que le da más pérdidas que beneficios. "Soy egoísta, ayudo al pueblo porque me sienta bien ayudar a la gente. Ayudamos porque calma el ego. Aunque yo no llego al punto de mi padre: él perdía dos horas con el vecino del pueblo para arreglarle el teléfono en vez de estar por los polígonos captando clientes".

Álvaro, en un piso reformado.

Álvaro, en un piso reformado. Cedida

Según Informa, Fiverbun S.L. ha obtenido un balance de ventas favorable de 1.818.938 euros en 2021, de los cuales 848.918 euros han sido puro beneficio. Considera que una de las claves para este crecimiento meteórico es que solo tiene a una persona contratada, una buena amiga que se ocupa de gestionar toda la administración de propiedades. 

—¿Cómo ve el tema de la regulación del precio del alquiler?

—El otro día me enviaba un chico la noticia de que los alquileres siguen subiendo.'Es bueno, pero acuérdate de que las olas en el mar se acaban', le dije. Yo soy de los que cobran mucho por las habitaciones, aunque son buenas. También soy consciente de que la vivienda tiene que estar al alcance de la gente, lo dice la Constitución. El mercado se acabará regulando y si un piso, en vez de darme 1.100 euros al mes, me da 800, me conformaré.

—¿Y las subidas de impuestos a las grandes fortunas?

—La gente que se queja me hace gracia. Si uno decide estar en España tiene que ser consecuente con los impuestos. Yo soy parte afectada directa, pero cuando no me compense venderé mi patrimonio y me iré a Andorra, a Portugal o adonde me salga de las narices. 

—¿Podría retirarse ya?

—Entre lo mío privado y lo de la empresa nos da el capital suficiente para ponerme una nómina de por vida y gestionar ese patrimonio con una persona. Con vivir me refiero a ganar, al menos, 3.000 euros al mes, más el patrimonio. Podría conformarme y retirarme, aunque no desaparecer de repente, seguiría haciendo una llamada cada dos semanas. De todas maneras, no es algo que vaya a hacer. Sigo viviendo en mi pueblo, con los pies en la tierra.