A la izquierda, José Antonio Ortega Lara; a la derecha, Cosme Delclaux.

A la izquierda, José Antonio Ortega Lara; a la derecha, Cosme Delclaux.

Reportajes LIBERADOS EL 1 DE JULIO DE 1997

Vida y traumas de Ortega Lara y Cosme Delclaux 20 años después del secuestro de ETA

El exfuncionario de prisiones se ha refugiado en la filosofía; el empresario vasco, en el golf. Víctimas ambos de ETA, a uno lo liberó la Guardia Civil y al otro, el rescate de su familia, que se negó a pagar la segunda parte del acuerdo.

1 julio, 2017 04:01
Juan Luis Galiacho Montse Ramírez

Noticias relacionadas

Este sábado 1 de julio se cumplen 20 años de la liberación del empresario vasco Cosme Delclaux y del funcionario burgalés de prisiones José Antonio Ortega Lara. Dos secuestros diferentes y dos formas de liberación completamente distintas. La primera, previo pago de rescate, fue en las proximidades de Elorrio (Vizcaya), después de 232 días de cautiverio. La segunda fue en Mondragón (Guipúzcoa) tras la operación policial bautizada en el argot de la Guardia Civil como 'BOL' (en referencia al etarra José Uribetxeberria Bolinaga), y después de 532 días de secuestro, el más largo de los cometidos por la banda terrorista ETA.

En el caso del empresario Cosme Delclaux, la liberación era esperada desde mucho tiempo antes porque la familia había satisfecho ya parte del dinero exigido por ETA. La organización terrorista solo esperaba el "momento más oportuno". La familia pagó unos 1.000 millones de pesetas, aunque esta cifra fue considerada excesiva a los ojos de los investigadores policiales a pesar de que el patriarca Álvaro Delclaux lo reconociera ante el tribunal de la Audiencia Nacional, que juzgó el secuestro en 2002. Una llamada telefónica anónima al diario Egin, realizada sobre la una de la madrugada de ese 1 de julio de 1997, permitió a la Ertzaintza localizar el lugar en el que se encontraba Delclaux. El empresario fue conducido inmediatamente a la comisaría de la policía autonómica vasca en Durango.

Solo había pasado una hora del rescate cuando el consejero de Interior del Gobierno vasco, Juan María Atutxa, dio la noticia al entonces ministro de Interior del PP, Jaime Mayor Oreja. “Felicidades”, le dijo con voz de satisfacción. Mayor Oreja se quedó entrecortado, no sabía el porqué. Él supo esa misma noche que las Fuerzas de Seguridad del Estado iban a iniciar la operación 'BOL' para liberar a Ortega Lara. “¿Por qué me lo dices, Juan Mari?”, le contestó nervioso. “Ministro, ha sido liberado Cosme Delclaux”. Mayor Oreja respiró y sonrió aliviado. Para él era una gran satisfacción la liberación del empresario Delclaux, pero sobre todo lo era que no hubiese ninguna filtración sobre la operación 'BOL', que paralelamente se estaba llevando a cabo para liberar a Ortega Lara. Una operación que comenzó con retraso porque uno de los cuatro etarras que estaba siendo vigilando no se presentó en su domicilio hasta altas horas de la madrugada.

A las cuatro de la mañana del 1 de julio de 1997, tres horas después de que Delclaux fuera liberado, fue cuando los agentes de la Guardia Civil de la 513 Comandancia del Cuartel de Intxaurrondo empezaron la operación para sacar del zulo a José Antonio Ortega Lara. Estuvo encerrado 532 días. Lo más importante era poder detener rápidamente a los cuatro terroristas que le custodiaban: Jesús María Uribetxeberria Bolinaga, Javier Ugarte Villar, José Luis Erostegui Bidaguren y José Miguel Gaztelu Ochandorena. De su éxito dependía la vida del funcionario de prisiones, que había sido secuestrado por ETA 532 días antes. El cabecilla de la banda, Josu Uribetxebarria Bolinaga, negó de entrada a los agentes que hubiese alguna persona secuestrada en esa nave de Mondragón, donde presuntamente estaba el zulo que le albergaba. Los primeros registros fueron infructuosos. No se encontraba nada.

Ortega Lara, el día de su liberación.

Ortega Lara, el día de su liberación.

El juez Baltasar Garzón, que lideraba la operación, comenzó a dudar de la veracidad del caso, ya que la Guarda Civil le había dicho que al 99% de posibilidades el funcionario de prisiones estaba en esa nave industrial. “Sigan buscando, por favor”, le dijo Mayor Oreja al jefe de la operación ante el nerviosismo del juez Garzón. Por fin, a las seis y cuarto de la mañana, cuando ya las fuerzas flaqueaban, uno de los Guardia Civiles encontró al mover una máquina la trampilla de entrada al zulo. Bolinaga se derrumbó. Fue el único momento. “Sí, ahí está”, les dijo con voz quebrada. Allí, en ese agujero de 3 metros de largo por 2,5 de ancho y 1,8 m de alto, estaba Ortega Lara con 23 kilos menos de peso.

Hoy, dos décadas después, Delclaux se ha refugiado en los negocios. Ortega Lara en la política. Ninguno ha superado del todo sus vivencias pasadas. La vida de cada uno de ellos, aunque con orígenes y tratos diferentes, tiene muchos puntos en común. Más de lo que puede aparentar en un principio. Dos personas para quienes la religiosidad fue importante, sobre todo en el caso de Ortega Lara. Dos personas que han necesitado ayuda psicológica para superar el momento más duro. Dos hombres que han encontrado en sus familias un apoyo fundamental.

Ambos aman la discreción y la intimidad, estar cerca de los suyos, a pesar de la mayor vinculación pública de Lara. Durante muchos años ambos han llevado seguridad. Cosme incluso llegó a tener licencia de armas y a llevar una pistola consigo. A ambos les han perseguido los problemas de salud y los dos se han refugiado en su yo más interno. Y ni Ortega ni Cosme hablan de su secuestro. Poco o nada. Todo ello es una muestra de cómo ambos no han superado aún el trauma de la trágica experiencia sufrida. Ser secuestrado a punta de pistola por ETA.

Cosme Delclaux, refugio en los negocios

Cosme Delclaux es el cuarto hijo del empresario Álvaro Delclaux Barrenechea y de Carmen Zubiria Garnica. Eran seis hermanos. Siempre estuvo muy unido a ellos: Álvaro, Carmen, Jaime, Virginia y Diego. Mucho más con este último. Algunos dicen que fue un objetivo aleatorio por parte de ETA dentro de su idea de secuestrar a un miembro de esta familia de empresarios vizcaínos. El patriarca era miembro de una familia de origen belga vinculada desde hace más de un siglo a las finanzas y a la economía vasca. Durante los últimos años tuvo especial dedicación al sector del vidrio, donde presidió durante más de una década la firma Vidrala, ubicada en la localidad alavesa de Llodio.

Además, Delclaux Barrenechea había sido vicepresidente de la Diputación de Vizcaya e incluso llegó a presidir la institución foral en 1969 cuando su titular, Fernando María de Ybarra, marqués de Arriluce de Ybarra, abandonó el cargo para ocupar la dirección general de Administración Local. El industrial getxotarra también estuvo al frente de la Junta de Obras del Puerto y Ría de Bilbao. Fue al cumplir los 72 años cuando cedió su cargo de presidente de Vidrala a su sobrino Carlos Delclaux Zulueta.

Delclaux, ante la cámara de ETA durante su secuestro, mostrando mensajes que la banda quería que transmitiera.

Delclaux, ante la cámara de ETA durante su secuestro, mostrando mensajes que la banda quería que transmitiera.

Toda esta vida volcada a los negocios se truncó con el secuestro de su hijo Cosme. ETA pidió a la familia 2.500 millones de pesetas -más de 15 millones de euros- aunque el trato final fue de un primer pago de 1.000 millones y otro de 500 millones, después de que liberaran a Cosme. La falta posterior del abono de este segundo plazo llevó a que ETA quisiera luego asesinar a algún miembro de la familia Delclaux. La familia apareció señalada en papeles incautados al comando Vizcaya. Hubo también varios atentados con coche bomba que se pensó que iban dirigidos contra ellos. El primero fue en el verano del año 2000, cuando estalló un vehículo frente a la casa de la abuela de Cosme. El segundo, en enero de 2001, fue desactivado por la Ertzaintza y colocado, se cree que por equivocación, junto a la casa en la que hasta hace poco había vivido su primo. Hubo un tercero que estalló en 2002 cerca de la vivienda de su madre, nueve días antes del juicio contra los etarras secuestradores.

Cosme y su familia tenían, por todo ello, hilo directo con el ministro Jaime Mayor Oreja. Tanto el Ministerio de Interior como el Departamento de Interior del Gobierno vasco coordinaron un servicio de escolta a los Delclaux. Se contrató a una empresa de seguridad privada que estaba en permanente estado de alerta y a la que los servicios de información de las FSE notificaban en cada momento los datos que iban descubriendo. “No era un servicio de seguridad al uso, como el que se prestaba a cualquier concejal, este tenía a un grupo del CNI detrás supervisando toda su actuación. Una vez fueron a Madrid y obligaron a cambiar todas las medidas de seguridad, ya que ETA iba a por él, a por los Delclaux, por no completar el rescate apalabrado”, cuenta a EL ESPAÑOL una persona cercana a la familia.

Cosme retoma su vida

Cosme intentó retomar lo antes posible su vida habitual. El 25 de octubre, casi tres meses después de la liberación, contrajo matrimonio con Adriana Aguirre Muller en la iglesia del Carmen de Neguri, en Getxo (Vizcaya). Un enlace que estaba previsto para el 11 de noviembre de 1996, pero que se había truncado por el secuestro. La boda fue oficiada por el padre Nicanor Lana en esa conocida iglesia vizcaína, donde en todas y cada una de las misas oficiadas se pedía por su liberación y donde acudía a rezar a diario su madre Carmen.

Quien estuvo cerca de él en esos primeros años dice que con Cosme resultaba fácil tratar: “Tenía un trato cercano y accesible. Le gustaban las motos y como todo vasco era amante de la buena gastronomía. No era muy deportista, aunque alguna escapada de fin de semana realizaba a esquiar con un grupo de amigos. Sus escoltas estaban contentos porque sus condiciones facilitaban su trabajo, ya que sabía manejar armas perfectamente y conducía extremadamente bien”. Tras su secuestro Cosme Delclaux llevó siempre encima para su protección personal una pistola del calibre 9 mm, como las que usa la Policía, costumbre que abandonaría después al ser escoltado.

Tras el secuestro, trató de llevar una vida hasta cierto punto ordenada y normal. Pero utilizaba escolta. “Le llevaban a todas partes y toda su correspondencia tanto en casa como en la empresa pasaba por las manos de los guardaespaldas”, afirma una persona que lo conoce bien. Iba a trabajar a su empresa en Asua (Vizcaya) y luego a comer a casa. Y, de nuevo, vuelta al trabajo. “Algún aperitivo o vino con los amigos, salidas con su mujer, algún viaje de trabajo a Madrid, alguna visita a la empresa familiar Vidrala en Llodio… Algún fin de semana se iba fuera, y no solía necesitar a los escoltas. Con ellos se comportaba correctamente, sin los abusos que cometían otros protegidos y todo eran facilidades y buen trato”, sostiene la misma fuente. “Nunca le ha gustado hablar del secuestro de ETA -precisamente a su padre le dio un infarto durante el mismo-, ni solía mostrar síntomas de nerviosismo o temor. No aparentaba nervios, ni miedos, ni obsesiones por la seguridad”, comentan desde su entorno. Aseguran que lo llevaba por dentro, “o no lo quería demostrar”, pero su comportamiento siempre se adecuaba a la normalidad, sin aparentes secuelas ni sensación de que necesitara ayuda psicológica.

Cosme Delclaux, en una imagen actual.

Cosme Delclaux, en una imagen actual.

El 10 de enero de 2001 las Fuerzas de Seguridad descubrieron el zulo donde había estado secuestrado. Un habitáculo reducido y estrecho situado en el polígono industrial de Ventas en Irún (Guipúzcoa). Un lugar donde también había estado secuestrado el empresario vasco José María Aldaya. Cosme reconoció el sitio ante los magistrados de la Audiencia Nacional. Él suponía que estaba más cerca del lugar donde lo secuestraron. Sus escoltas le llevaron allí requeridos por Interior para que lo identificara, después de burlar a la prensa con cambios de coche.

Dicen que fue el propio Cosme Delclaux quien decidió dejar de tener escolta al cabo de unos años, que fue él mismo quien renunció a la protección, pero se desconoce cuándo. Desde su secuestro nunca ha querido hablar con los medios de comunicación y nunca se ha relacionado con asociaciones de víctimas, ni se ha interesado públicamente por la política. Siempre ha querido vivir en el anonimato y ese hermetismo se prolonga hasta el día de hoy. Incluso, esto se refleja en su perfil de la red profesional de trabajo Linkedin, donde sólo figura su nombre, el centro de estudios donde se formó (la prestigiosa Universidad de Deusto) y poco más. Afirman sus amigos, que “ello se debe a que es una persona sencilla, discreta, que quiere pasar desapercibida, sin ningún afán de protagonismo ni victimismo. Es una persona muy terrenal, con los pies en el suelo, que tiene la cabeza muy centrada y no se siente nadie especial”.

Después de su secuestro a Cosme le preocupaba por encima de todo una cosa: la seguridad de su familia, y, luego, preservar su intimidad, la de su esposa y sus hijas, con las que se ha marchado lejos estos días para disfrutar de unas vacaciones en la costa española, quizás para no echar la vista atrás, tratar de espantar los malos recuerdos y rehuir a los medios de comunicación. Al matrimonio se le suele ver por las calles de Getxo y en el club de golf de Neguri donde practican ese deporte. Su mujer, Adriana Aguirre, procede también de una familia vinculada a los negocios y ella igualmente se dedica a actividades empresariales.

Desde el año 2013 administra la empresa Berango 3000 SL, en la que la que participan también sus hermanos, Jorge y Alfonso, y su madre, María Elena Muller Astoreca. Una empresa cuyo objeto social es la construcción y promoción de edificaciones, obras y construcciones de todo tipo y la explotación de gimnasios y de servicios de guardería. Su sede está en Getxo, al lado de su domicilio. Ellos viven en la conocida zona de Neguri, el área residencial donde reside la elite empresarial y política vasca y donde hacen una vida normal junto a sus dos hijas: Sandra y Carla.

Hoy, 20 años después de su secuestro, Cosme Delclaux vive centrado en ese mundo empresarial. Es presidente, Consejero Delegado o Administrador de más de una decena de sociedades, que van desde la consultoría de negocios (Bilatu Consulting Sociedad Limitada, Estudios Oropesa SL) a los servicios informáticos, al software y las comunicaciones (JJE Servicios Informáticos SL, Softdinsa Software Dinámico SA, Integra Multimedia SL, Windtechnic Engineering SL), pasando por la inversión (Hayzari Inversiones SL). El núcleo central de estas empresas lo tiene en la localidad vizcaína de Erandio, cerca de su residencia de Getxo.

Todos los intentos de EL ESPAÑOL por hablar con Cosme Delclaux han sido infructuosos. Dos décadas después de su secuestro y posterior liberación su testimonio sólo ha podido escucharse en el juicio en el que condenaron a sus secuestradores. Nunca ha hecho declaraciones y el silencio se ha extendido a su entorno más cercano. Ni su madre, Carmen Zubiria, ni su mujer, Adriana Aguirre, han querido tampoco romperlo para esta ocasión. Tan solo aseguran que Cosme “se encuentra bien y está bien de salud”, una afirmación que desmiente algunos rumores sobre el padecimiento de una enfermedad degenerativa.

Ortega Lara, “el filósofo”

José Antonio Ortega Lara (59 años), es conocido entre sus amigos como el “filósofo”. Así le llaman en el la formación política de extrema derecha VOX, partido en cuya fundación participó en el año 2014. Le apodan así porque desde hace ya meses “devora libros de filosofía”, según ratifican a EL ESPAÑOL algunos de los integrantes del partido. De hecho, en sus conferencias, siempre aplica conceptos filosóficos. 

Ortega Lara, casi veinte años después de su liberación.

Ortega Lara, casi veinte años después de su liberación.

A los agentes de la Guardia Civil que le liberaron siempre les sorprendió la entereza de este funcionario de prisiones burgalés, licenciado en Derecho. Con barba larga, cara de sufrimiento y 23 kilos menos, se mostró hace 20 años ante la opinión pública después de haber sufrido una tortura física y psicológica indescriptible. Ortega Lara, nacido en Montuenga una pedanía de Madrigalejo del Monte (Burgos), exhibió a todos los españoles una entereza basada en tres puntos clave: su familia, su religiosidad y su carácter metódico. Todo ello fue fundamental para su recuperación. Un mes después de su liberación, fue llevado por las Fuerzas de Seguridad del Estado a “veranear” a la localidad mallorquina de Soller. Este periodista lo localizó en primicia en aquel verano de 1997 pero Ortega Lara no quiso hablar.

El suyo fue un interminable secuestro que conmocionó a la sociedad española. Cuando fue liberado, José Antonio, el hombre sencillo y anónimo que había construido un hogar junto a su mujer y su hijo Daniel en el barrio de Gamonal, paso a ser más que un personaje conocido, un símbolo. Y eso le daba miedo. Mucho miedo. “Si antes había sido dueño de mi vida…a partir de ese momento muchos aspectos estaban saliendo al exterior y yo no podía controlarlos. Había que asumir eso”, llegó a comentar.

Tenía 37 años cuando le secuestraron. En ese momento no sabía si volvería a ver a las dos personas que más quería por entonces, su mujer Domitila (Domi) y su hijo Daniel (Dani), que tenía poco más de dos años. Se acordó también de sus seis hermanos -él era mellizo de una niña que falleció en el parto-, de sus padres, agricultores ya fallecidos en aquel entonces, con los que compartió su niñez en Montuenga, esa pedanía burgalesa que a día de hoy sigue siendo su refugio favorito para pasear y desconectar.

Ortega Lara se planteó regresar a su puesto de trabajo. Tenía plaza adjudicada para la prisión de Soria. La había pedido antes del secuestro y él consideraba que era su obligación ir. Pero al final, su familia y los médicos le convencieron para que se jubilara, a lo cual tenía derecho tras un secuestro tan traumático.

El juicio a sus secuestradores se celebró en junio de 1998. Pidió no acudir a testificar y el tribunal aceptó la solicitud, con el informe favorable del Ministerio Público. La sentencia se conoció justo un año después de su liberación: 32 años para cada uno de sus cuatro captores por un delito de secuestro terrorista y otro de asesinato alevoso en grado de conspiración, con el agravante de ensañamiento. Los cuatro terroristas eran: Jesús María Uribetxeberria Bolinaga, Javier Ugarte Villar, José Luis Erostegui Bidaguren y José Miguel Gaztelu Ochandorena.

José Antonio retomó los estudios de Derecho, se licenció y realizó dos cursos de práctica jurídica, aunque nunca se colegió para ejercer la profesión de abogado. Aprendió inglés y llevó al máximo su gusto por la filosofía devorando a los clásicos cuando le daba un respiro su hijo Dani y la hermanita que el matrimonio adoptó en Ucrania. Enseguida empezó a colaborar con varias ONG -Jóvenes del Tercer Mundo, Manos Unidas- y solicitó entrar en la junta de la Hermandad de Donantes de Sangre de Burgos. “Consiguió llegar a todos los rincones de la provincia. No ha parado de dar charlas en colegios, centros de salud, de hablar con alcaldes”, afirman sus amigos a EL ESPAÑOL. Lo dejó en 2011 (aunque sigue siendo donante), cuando consideró que su labor ya había acabado.

Ortega Lara, durante un mítin de VOX.

Ortega Lara, durante un mítin de VOX.

Los años de VOX

20 años después de su traumático secuestro, la familia, las dos psicólogas que le trataron y su fe religiosa, han cimentado su segunda vida sembrada de iniciativas solidarias y estudio. Ortega Lara ha manifestado en diferentes entrevistas que perdonar no significa olvidar lo sucedido, que su decisión personal, amparada en su fe, no debe ocultar la verdad de lo ocurrido en aquel zulo y que la Justicia debe ser por tanto implacable con los terroristas. De hecho, cuando Bolinaga salió de la cárcel en 2012 tras ser diagnosticado de cáncer terminal, no dudó en expresar que era una “decisión política de Mariano Rajoy”. En 2015 Bolinaga falleció, y Ortega Lara, ante la muerte de su principal captor, solo dijo: “Descanse en paz. Punto y final”. Era enero de aquel año.

Pero ya mucho antes de la salida de la cárcel de Bolinaga, Ortega ya se fue distanciando de las tesis del Partido Popular de Rajoy. “Sufrió un profundo desengaño”, dice uno de sus conocidos. Ortega Lara se dio de baja como militante del PP en 2008 molesto por algunas de las decisiones del presidente Rajoy. Tras su salida del partido, no tenía en su mente ningún plan político alternativo. “Sólo siguió con sus labores sociales, de manera discreta, como es él”, afirman sus amigos. Sin embargo, en enero de 2014 se unió al grupo fundador del partido ultraderechista VOX. “Quiero hacerle ver a mi hijo que hay veces en la vida en las que tienes que arriesgar, luego te saldrá bien o mal, pero tienes que hacerlo por convicción y por superar lo que hacemos generalmente, que es la crítica en la barra del bar o en el mercado. Ha llegado la hora en la que todos nos comprometamos un poco más por España. Han puesto la alfombra roja a los terroristas”, dijo nervioso en la puesta de largo de VOX.

Hoy no ocupa ningún cargo oficial en el partido. Y en las elecciones en las que se ha presentado siempre lo ha hecho en puestos que era imposible conseguir algún escaño. Fue de último en las elecciones europeas de 2014 y de tercero en las municipales por Burgos de 2015. A pesar de ello, es el conferenciante más famoso de esta formación política. Sigue llenando pequeños auditorios o centros culturales con sus intervenciones, en las que en las mayorías de las veces le acompaña Santiago Abascal, el líder de la formación. “Para él, alejarse del refugio de su hogar, de su Burgos, de su refugio en Montuenga es todo un sacrificio, pero lo considera 'necesario'”, afirman sus correligionarios. 

Estas son las vidas actuales de dos de las personas más mediáticas secuestradas por ETA hace 20 años. Secuestros diferentes, pero ambos privativos de la libertad a punta de pistola. Izaskun Sáez de la Fuente es doctora en Ciencia Política y ha coordinado el libro Misivas del terror, un estudio que muestra cómo la banda terrorista extorsionó a 9.000 personas entre 1993 y 2008 y a más de 1.000 a partir de entonces  y hasta  2011. “Todos los chantajeados fueron víctimas, pagaran o no pagaran, por el mero hecho de ser extorsionados. Todos sufrieron mucho, injustamente y en silencio, en medio del desamparo social, orgánico y político; en algunos casos incluso fueron perseguidos judicialmente. En contra de la creencia generalizada, la mayoría de los extorsionados ni pagó ni se marchó del País Vasco. Hay muchos casos que plantaron cara a ETA y algunos fueron asesinados por ello”, explica Sáez de la Fuente a EL ESPAÑOL.

Para muchos analistas encuestados por este periódico, "es muy respetable que gente que ha sufrido mucho no quiera rememorar y contar hoy, 20 años después, su experiencia". "Tienen todo el derecho a rehacer su vida como quieran. Hay gente que no se siente víctima o que aun sintiéndose víctima no quieren que la traten como tal".