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A Mariam le gusta dibujar. Se le da bien. Es cuidadosa con los trazos y colorea meticulosamente sin salirse de la línea. “Es un niño y una niña agarrados de las manos”, explica sobre el folio esta niña de cinco años, de sonrisa permanente y mirada despierta. Apura los últimos retoques de su obra. Saca de la caja de lápices de cera uno de color lila y pinta con esmero la mano de la chica. Es un autorretrato, y como es detallista, incluye en su pintura la mano biónica que dos compañeros de colegio le han hecho con una impresora 3D.

Mariam Sabar nació con una malformación en una de sus manos, la derecha, casi inexistente. Esta niña, la mediana de tres hijos de una familia de inmigrantes pakistaníes, cursa parvulario de cinco años en la escuela el Turó de Montcada i Reixac, un pueblo del área metropolitana de la provincia de Barcelona. Allí, en su colegio, ha recibido el mayor regalo que le podían hacer, una mano.

Guillem Marqués y Ulisses Madurell, los diseñadores de la mano biónica de Mariam.

Guillem Marqués y Ulisses Madurell, los diseñadores de la mano biónica de Mariam. Fernando Ruso

Ahora puede comerse el bocadillo con ambas manos, sujetar la pelota, coger la fruta con la derecha o sostener el estuche mientras guarda los lápices de colores. “Y doy las dos manos cuando jugamos en el corro”, explica Mariam, una niña más en una clase de 23 alumnos.

“Ella es una más”, asegura Montse García, su tutora. “Nunca le han dado un trato preferente por faltarle una mano. Incluso ella ayuda a los demás a ponerse los botones, a vestirse”, detalla. “Es una niña muy extrovertida, cariñosa, amable, le gusta colaborar, autónoma, aprende rápido, es viva y despierta”, enumera su maestra, que recuerda con emoción el día en el que Guillem y Ulisses, dos alumnos de once años de sexto de Primaria le regalaron a Mariam su nueva mano. Los compañeros “reaccionaron con alegría, le decían que era muy bonita y la tocaban y acariciaban”, relata.

Ese día fue el colofón a varios meses de investigación, de pruebas y de esfuerzo que arrancó con la llegada al colegio de una impresora 3D. “Fue un premio que recibimos en un congreso sobre educación y tecnología por un proyecto que teníamos en el centro sobre geolocalización”, explica Nacho Gálvez, maestro de Educación Física e ideólogo del proyecto que ha tenido como resultado la nueva mano de Mariam.

Mariam Sabar junto a su madre a la salida del colegio.

Mariam Sabar junto a su madre a la salida del colegio. Fernando Ruso

Cuando llegó la impresora al Turó saltaron las primeras preguntas. “¿Y ahora qué?”, nos preguntamos. “Como somos un colegio pequeño y no tenemos a nadie específico que se dedique al área de informática, me llevé la impresora a casa para investigar qué podríamos hacer con ella”, recuerda Nacho.

“Lo primero fue descubrir cómo funcionaba, lo segundo, qué utilidad educativa darle”, asegura. “Vi que todo lo que se podía hacer tenía que ir ligado con el diseño y después de mucha búsqueda en Internet, di con un programa que se adaptaba a nuestras necesidades: Tinkercad. Era fácil, online, potente y gratuito”, enumera el maestro. Y ahí empezó todo.

A principios de curso, allá por el mes de septiembre, el equipo docente seleccionó a varios alumnos que “por su demostrada responsabilidad y su capacidad para recuperar en casa el trabajo que sus compañeros habían hecho en clase” encajaran en este proyecto. Entre los elegidos estaban Guillem Marqués y Ulisses Madurell, ambos de once años.

“Ellos lo fliparon”, asegura Gálvez. “Les dijimos que podrían usar la impresora para lo que quisieran hacer”, recuerda. Poco después de la reacción de asombro inicial ya empezaron a salir las primeras ideas. De diseñar los premios literarios que el colegio convoca por San Jordi a gafas para un juego de Lengua a unas monedas para que los pequeños trabajen con las divisas.

Hasta que surgió la idea de hacer una mano para Mariam. “En Internet hay diseños gratuitos de todo tipo. Cualquier cosa que puedas imaginar es fácil que ya haya sido ideada por otra persona y la haya subido a la web”, detalla el maestro. “Investigando vimos que había diferentes diseños de prótesis de manos y da la casualidad de que tenemos una compañera a la que le faltaba una mano”, recuerda. ¡Eureka!

Nacho Gálvez, maestro de Educación Física e ideólogo del proyecto.

Nacho Gálvez, maestro de Educación Física e ideólogo del proyecto. Fernando Ruso

Un reto para los alumnos

“La mano suponía un pequeño reto para nosotros”, confiesa Gillem, con una aparente madurez impropia para sus once años. Su fuerte son las matemáticas, una materia vital para el trabajo que ha hecho con la mano de Mariam. “Lo más difícil ha sido medirlo todo. Y ajustar las dimensiones del prototipo a las manos de la niña. Jugar con las medidas”, completa su compañero Ulisses.

Desde la primera prueba hasta la definitiva han pasado varios meses y hasta tres prototipos intermedios. “No dábamos con las medidas exactas”, aclara Guillem.

“Hicimos un primer modelo de adulto y cuando fuimos capaces de construirlo bien le preguntamos a Mariam que si quería que le hiciéramos una mano”, asegura el maestro. “Le enseñamos la grande y le explicamos que sería un juguete, una herramienta, y ella dijo que sí”, recuerda. Los padres de ella también aceptaron y la idea fue cobrando forma.

Lo primero fue intentar construir una para adulto, que era más sencillo. Pronto descubrieron la dificultad de trabajar con distintos materiales. Algunas piezas debían ser rígidas y otras flexibles.

“Fuimos probando diferentes materiales, como la silicona, que era demasiado blanda; después la mezclamos con almidón de maíz y se producía una reacción química que endurecía el material pero ese proceso era lento porque el plástico tardaba en enfriar”, desvela Gálvez. Al final encontraron el material: filaflex.

El trabajo de Guillem y Ulisses fue coger el diseño de la mano y adaptarlo al tamaño de la niña.  Le midieron el muñón, también su mano, para escalar el primer prototipo a la medida adecuada. Solo quedaba imprimir las piezas y montarlas.

“Cuando vimos que funcionaba en ella fue una gran alegría”, asegura el maestro. Para todos, “nosotros porque nos sentimos realizados; y ella contenta porque le saca mucho partido a la nueva mano. La usa tanto que se le va rompiendo a trozos, pero se la vamos reparando reforzando las piezas que fallan”, añade.

Nacho, el ideólogo, estima que cada dos años deberán ir modificando la mano de Mariam para ajustarla a su crecimiento. El colegio asumirá el gasto, unos 80 euros por mano fabricada.

La mano, gracias a un movimiento de muñeca, le permite hacer la pinza para coger cosas que no pesen mucho. Los responsables del proyecto cuentan que ella sola va descubriendo nuevas posibilidades y funcionalidades. “Se lo plantea como un juego”, aseguran. Y poco a poco va encontrándole diferentes utilidades.

El único problema que presentaba la nueva mano era el color. Era verde, como el material que usaban para imprimir. Pero tras unos ajustes consiguieron que la mano de Mariam fuese de su color preferido, el lila. Ahora tiene dos manos, una para casa y otra para el colegio, roja.

Foto: Fernando Ruso

Foto: Fernando Ruso

Nuevos encargos

“Estamos bastante contentos con el resultado”, subraya Guillem. “Nos sentimos muy felices de poder ayudarla al mismo tiempo que subimos un poco de nivel en esto de la impresión 3D”, añade este aspirante a informático.

Sus avances irán también a Internet, donde cualquier persona podrá replicar la mano de Mariam. “No tenemos pensado comercializar el diseño. Vamos a dejar el diseño libre para que cualquiera pueda imprimirla”, detalla Guillem.

No quieren hacer dinero de esto por eso tampoco cobrarán nada a un vecino de Montcada i Reixac, que tampoco tiene mano y que ya se ha puesto en contacto con el colegio para saber si ellos podrían ayudarle. Le harán la mano también a él.

Después de los buenos resultados en este proyecto piloto, el objetivo del centro es implantarlo en todo el ciclo superior con alumnos de diez y once años y trabajar materias didácticas directamente con la máquina. “Que la geometría, la escala o cuando se ve el relieve en la asignatura de Medio Natural no las trabajen en el aula y sí con la impresora 3D”, asegura Gálvez. “A partir del diseño y de la impresión se pueden trabajar contenidos de otras asignaturas”, confirma.

“La impresora 3D no la utilizamos en una asignatura en concreto. Su uso es más bien interdisciplinar”, explica el docente. Para su manejo, los alumnos deben hacer frente a problemas de geometría, matemáticas y manejo de escalas, creatividad y, en muchos casos, recurrir a Internet para hallar la solución. Y mucha de la información que encuentran está en inglés, con lo que también se fomenta el aprendizaje de idiomas. “Al final se tocan muchas asignaturas”, cerciora Gálvez.

Y, de manera indirecta, la música. “Me gustaría aprender a tocar la guitarra”, dice Mariam. Gracias a Guillem y Ulisses, ahora puede.

Foto: Fernando Ruso

Foto: Fernando Ruso