Reportajes

'Armaos' de la Macarena: la paradoja de ser romano en Sevilla

Como capitán de la Centuria, Ignacio Guillermo Prieto acompaña cada Jueves Santo al paso del Señor de la Sentencia. Este año perdió a su padre. Así fue su 'Madrugá'.

26 marzo, 2016 01:36
Pepe Barahona Fernando Ruso

Sevilla vive la resaca de la noche más larga del año: la Madrugá. Apenas 12 horas en las que el tiempo pasa rápido y se detiene caprichoso en los recuerdos.

Son instantes en los que la ciudad se debate entre lo cierto y lo soñado, la realidad y el deseo, la emoción contenida y el fervor exagerado. En este terreno hipotético, una de las certezas es la devoción que los sevillanos profesan a la Centuria Romana de la Macarena, los embajadores de la Esperanza donde la fe se tambalea.

El ritual se repite cada Jueves Santo desde hace casi cuatro siglos. La presencia de la Centuria Romana en la Hermandad de la Macarena tiene su origen entre los años 1653 y 1657. Los primeros ‘Armaos’ eran vecinos del barrio con armas alquiladas a los que había que pagar con arrobas de vino. Hoy hay médicos, abogados o parados y una lista de espera de hasta 16 años.

Antes fueron ‘El Melli’ o ‘El Pelao’. Pero hoy quien se enfunda la nagüeta de terciopelo y la coraza dorada y quien coloca las 22 plumas en su casco es Ignacio Guillermo Prieto: el capitán de Centuria Romana de la Hermandad de la Macarena. Una nueva Madrugá se acerca y antes de acompañar al Señor de la Sentencia hay que completar una frenética agenda que llevará a estos hombres a hospitales, hermandades e instituciones a pregonar lo que ya es inminente.

Los armaos de la Macarena de Sevilla

Son las cinco de la tarde del Jueves Santo y sobre la cama están dispuestas las prendas del atuendo del capitán de la Centuria. Es la envoltura de un hombre llamado a comandar la centuria de Sevilla, la patria de Trajano y Adriano, emperadores de Roma.

A puerta cerrada, el capitán desenrolla los leotardos rosas sobre sus piernas, se acomoda la nagüeta sobre la camiseta, envuelve su cuello con la gola y se calza las zapatillas. Luego, con la ayuda de un amigo, se coloca la coraza dorada, el machete y el casco hasta transformarse en el capitán de los ‘Armaos’.

Es un protocolo que Ignacio repite desde hace 37 años, cuando con apenas 14 entró en la Gandinga, la última escolta de la Centuria y por la que pasan los novatos.

“Jamás en mi vida llegué a pensar que pudiera ser el capitán de la Centuria”, asegura Ignacio Guillermo. “Cuando empecé a salir, el capitán era Pepe López ‘El Pelao’ y al verlo parecía que estaba viendo a un emperador romano”, recuerda.

Cada año la liturgia en su casa es igual pero siempre distinta. “Me falta mi padre, que falleció en agosto, que fue quien me inculcó el amor por mi hermandad. De él aprendimos mis hermanos y yo a vivir con intensidad este día”, confiesa Ignacio. “En mi casa este día es el más importante del año. Ni Nochebuena ni Nochevieja”.

Un momento de la procesión.

Un momento de la procesión. Fernando Ruso

Salir de casa

Hoy es más duro de lo habitual y se respira una tensa calma que va in crescendo a medida que se oyen cada vez más cerca los tambores y las cornetas de la Centuria, que como es tradicional va a recogerlo a casa de su madre junto a la plaza de la Centuria.

El reloj marca las seis de la tarde. Todavía quedan otras seis hasta que la Cruz de Guía de la Hermandad se sitúe en el atrio de la basílica de la Macarena. Queda mucho por hacer.

En los primeros compases del camino ya afloran las primeras lágrimas. Ignacio se despide de su madre, de su mujer y de su familia. El llanto es incontenible. “¡Vente arriba, capitán!”, le dicen con gracia sus ‘Armaos’. El andar de la Centuria, unos 132 hombres, se hace gallardo y el público responde con vítores y piropos.

“Cuando yo me visto de ‘Armao’, pienso que tengo el mando de Sevilla”, explica Ignacio Guillermo. “Estás vestido de capitán, con un ropaje vistoso y durante la tarde del Jueves Santo, antes de ir acompañando al señor de la Sentencia, te sientes importante y mucho. La gente te pide fotografías, vídeos. Sientes el calor de la ciudad”.

La centuria se sube muy deprisa en los seis autobuses que el ayuntamiento les cede para desplazarse desde la basílica de la Macarena hasta el hospital universitario Virgen del Rocío.

“Estamos para lo que ordene el capitán”, espeta Francisco Malaver, uno de los conductores voluntarios. “Él es el que manda hoy en Sevilla”.

La Centuria con los niños enfermos.

La Centuria con los niños enfermos. Fernando Ruso

Niños con cáncer

El mandato de Ignacio Guillermo al frente de los ‘Armaos’ de la Macarena se destaca por un elemento que lo diferencia de sus predecesores. “Cuando llegué al puesto de capitán, siempre tuve claro que debíamos desarrollar una labor social y en mi primer año en el cargo, 2002, ya fuimos al hospital Virgen del Rocío a ver a los niños de oncología”, explica. Desde entonces, la Centuria alterna sus visitas a dos de los tres hospitales públicos de Sevilla.

Hoy como entonces, las plumas de la Centuria comparten espacio con las mascarillas y las corazas con las batas blancas. “Son momentos muy duros y muy emotivos”, destaca. Cuando Roma entra en un hospital, los niños sonríen y los padres se emocionan. Les dejan los cascos y los machetes, y los ‘Armaos’ esconden las lágrimas bajo la coraza.

“En el hospital somos romanos. Somos ‘Armaos’ de la Macarena, tenemos sobreponernos a la pena del momento y llevarles esperanza a estas familias”, dice el capitán. “Siempre digo a mis hombres que vamos a visitar a Cristos vivientes y que acudimos a sitios a donde la fe se tambalea”.

Con paso marcial, los romanos se van adentrando por las distintas habitaciones del hospital. En el camino, los ‘Armaos’ se topan con Miriam, que con ocho meses está librando una batalla contra una leucemia linfoblástica aguda. “En este tipo de situaciones, te aferras a la religión porque te ayuda, te hace más fuerte”, explica Carlos Narbona, su padre.

Miriam está absorta en mitad de una coreografía de plumas, un ir y venir de romanos que deambulan intercambiando sonrisas con los más pequeños y reconfortando a los padres. “Suponemos que ella no es consciente de lo que significa esta visita, como entendemos que tampoco sabe valorar por la situación que está pasando. Pero cuando crezca y se cure, que se curará, ya se la contaremos”, explica Carlos.

Esta visita es una píldora de esperanza pero tiene un valor terapéutico. “Hace que los pacientes y sus familiares se olviden de la enfermedad por unos minutos”, explica la doctora Macarena Anchoriz. “Hay niños que no han salido del cuarto durante todo el día y ahora sonríen con los ‘Armaos’ y eso es maravilloso”.

La sonrisa con la que muchos ‘Armaos’ entraron en el hospital contrasta con algunas lágrimas que se ven en la salida. “Me he echado a llorar después de hablar con un padre. No lo he podido remediar”, explica Ildefonso Damas, soldado de la escuadra de gastadores de la Centuria. “Éste es sin duda el momento más humano del Jueves Santo para nosotros”.

El público despide a la Centuria entre aplausos y con marcialidad se van subiendo de nuevo a los autobuses para regresar al casco antiguo de Sevilla y visitar de forma fugaz a la hermandad del Buen Fin y a los niños del Centro de estimulación precoz, uno de los programas que lleva a cabo esta corporación. Y de ahí, a la iglesia de Santa Marina, una joya del gótico mudéjar situada en la calle San Luis, donde los ‘Armaos’ saludan con brevedad a la Hermandad de la Resurrección.

En su discurrir por el centro, la formación hace una parada en el convento de las Hermanas de la Cruz, donde el capitán y el teniente de la Centuria depositan un ramo de flores ante el cuerpo incorrupto de Santa Ángela de la Cruz, fundadora de esta congregación que mantiene importantes vínculos con la Virgen de la Esperanza Macarena ya que las ‘hermanitas’, como se las conoce popularmente en Sevilla, son las vestidoras de la dolorosa.  

Dos centuriones tomando un respiro.

Dos centuriones tomando un respiro. Fernando Ruso

Más que alcalde

A paso ordinario, la Centuria va completando su recorrido dejando un reguero de sonrisas a su paso. “¿Qué sevillano no ha soñado con ser ‘Armao’ de la Macarena?”, se pregunta Mario Niebla del Toro, que se estrena este año en la Gandinga. “Aquí ser ‘Armao’ es más importante que ser alcalde de Sevilla”, explica el novato, que a duras penas ha pegado ojo la noche previa al Jueves Santo.

Sin embargo, apenas nota el cansancio. “La borrachera de sentimientos es tal que la ilusión compensa la pesadez de las horas. Somos héroes por un día, estandartes vivos de la hermandad de la Macarena”, sintetiza mientras toma el avituallamiento en el mercado de La Encarnación, una plaza de abastos relacionada con la hermandad.

“Salir de ‘Armao’ es un privilegio. Sólo podemos salir unos pocos. De nazareno puedes salir en cualquier cofradía. Algo parecido ocurre con los costaleros. Pero ‘Armaos’ somos los que somos. No hay más”, recuerda el capitán a sus hombres. “Les digo que lo lleven con mucho orgullo. Cuando estén desfilando, no se agachen, saquen el pecho fuera y lleven la cabeza alta”.

Son las 10 de la noche y toca emprender la marcha de nuevo. Del mercado de la Encarnación, la Centuria se dirige a la sede del Ateneo de Sevilla, donde el capitán entrega a esta institución el ‘Armao’ de oro en reconocimiento por la organización de la cabalgata de Reyes Magos y por la difusión de la cultura de la ciudad.

“La Centuria Macarena es algo muy importante para Sevilla”, defiende el capitán. “Aparte de ser una cosa muy seria, también somos la alegría y se la llevamos a los niños, a los mayores… Sevilla nunca podría perder la centuria. Es una parte muy importante no sólo de la hermandad sino de la Semana Santa de Sevilla”.

En el Ateneo comerán por última vez en lo que les queda de madrugada. Ya tienen la visita puesta en el recorrido de la Centuria por las calles de Sevilla. En la mente de todos está el encuentro con el Gran Poder, una cita que congrega a un numerosísimo público en el barrio de San Lorenzo.

El semblante se les cambia a los ‘Armaos’ a medida que van entrando en la basílica del Gran Poder. Acceden con el paso de cofradía, al son de la banda de la Centuria Macarena. Dentroles esperan las filas ya formadas de nazarenos ataviados con la túnica de cola negra.

El recorrido entre el paso del Gran Poder apenas dura unos minutos. Pero a su salida los ‘Armaos’ no pueden contener las lágrimas. “¿Qué sevillano no es del Gran Poder y de la Virgen de la Esperanza?”, justifica el capitán de la Centuria.

Ignacio Guillermo, durante la procesión.

Ignacio Guillermo, durante la procesión. Fernando Ruso

De vuelta a la basílica

El Jueves Santo da sus últimos coletazos y Sevilla encara el preámbulo de la Madrugá. De San Lorenzo la Centuria entra en su barrio por la calle Feria. “¡Guapos, guapos!”, les gritan. Un runrún arropa el momento que todos están esperando. Cuando faltan apenas veinte minutos para las d12oce de la noche, los ‘Armaos’ ya están en la basílica de la Macarena.

En ese momento todo cambia. El tono alegre de la tarde del Jueves Santo contrasta con la seriedad de la Madrugá. “Ahora toca dar escolta durante la noche al Señor de la Sentencia y hacer estación de penitencia aunque vayamos vestidos con el ropaje de romano”, detalla el capitán.

Se hace el silencio en la calle Resolana, donde se congregan miles de sevillanos a la espera de la salida de la cofradía. Suena el llamador en el interior de la Basílica y la Centuria, que se desea suerte, se prepara para seguir los pasos del Señor de la Sentencia.

“Vamos defendiéndolo, no como dicen los evangelios”, aclara el capitán de los romanos. “Somos la escolta del Señor de la Sentencia y la Cruz de Guía de la Esperanza Macarena”.

La Virgen sale después de que Ainhoa Arteta rompa el silencio en el interior de la basílica con el Ave María de Gounod. Fuera espera la catarsis. “¡Macarena! ¡Guapa!”, gritan los fieles sin cesar como un mantra liberador.

De nuevo el contraste. Algunos lloran de alegría y otros ahogan en el silencio su gozo. El paso se abre camino entre una nebulosa de incienso en busca de la carrera oficial que la conducirá a la catedral.

Por delante quedan más de doce horas de procesión.

Uno de los miembros de la Centuria.

Uno de los miembros de la Centuria. Fernando Ruso

“En los momentos de pájara, siempre hay un compañero que te da ánimos y que te ayuda a reponerte”; dice Ignacio Guillermo. “No hay que olvidar que nosotros, a diferencia de los nazarenos o de los costaleros, hacemos penitencia con la cara descubierta y es bastante difícil. Si tienes sueño, la gente lo nota. Si tienes dolor o cansancio, también se refleja en el rostro”.

Los ánimos de los romanos de la Centuria no se limitan a la Madrugá. Conscientes de la difícil situación laboral en la que se encuentran algunos de los ‘Armaos’, han conseguido crear una bolsa de trabajo dentro de este colectivo.

“En esa comisión estamos varios ‘Armaos’ que tenemos contactos con el empresariado de Sevilla y hemos pedido currículos a compañeros que están desempleados. Algunos ya están trabajando gracias a esta idea”, revela el capitán.

La centuria durante la procesión.

La centuria durante la procesión. Fernando Ruso

De vuelta al barrio

El alba sorprende a los ‘Armaos’ de regreso a su barrio. Cambia la luz, la noche se lleva el cansancio y la actitud de la Centuria cambia por completo. Es el momento de encontrarse con familias que han nacido en el barrio pero que ahora viven fuera. También con personas mayores que se emocionan viendo al Señor de la Sentencia y también a los ‘Armaos’ porque se les vienen los recuerdos de la niñez.

Por la mañana el barrio huele a colonia fresca. A aquéllos que no han estado durante la madrugada pero que van a su barriada a ver a su hermandad. Hasta la forma de hablar cambia. Hay calidez en sus voces, familiaridad.

La centuria se viene arriba después de tantas horas de recorrido. “Caes en la cuenta de que se está acabando y que hay que esperar un año entero para volver a vivir la experiencia”, dice el capitán.

La noche más larga del año se hace corta en el recuerdo y se detiene el minutero ante la basílica mientras el Señor de la Sentencia encara la puerta y accede al templo. Las lágrimas brotan como brotan los abrazos en este frenesí de plumas. “Te acuerdas de muchos seres queridos que no están”, concluye el capitán, que empieza a pensar en la próxima Madrugá.

Ignacio Guillermo.

Ignacio Guillermo. Fernando Ruso