Nos han enseñado a temer el fracaso. A evitarlo, disimularlo, negarlo. Pero ¿y si fallar fuera, en realidad, una forma de avanzar?
He fracasado muchas más veces de las que he tenido éxito. Y no me avergüenza admitirlo. He dejado proyectos a medias. Me he sobreilusionado con ideas que nunca despegaron. He seguido no pocos caminos que terminaron en nada. Pero cada caída ha venido siempre acompañada de la promesa de levantarme. A veces más rápido, otras sin mucha dignidad, y casi todas con el ego magullado.
Un ejemplo cercano: en 2023, mientras vivía en Ámsterdam entre lluvia eterna y un cielo sempiternamente gris, empecé a escribir un libro. El mal clima me regaló tiempo para pensar, escribir y poner orden a ideas que llevaba años rumiando. Lo terminé hacia finales de 2024, motivado por la fecha límite de un concurso literario al que quería presentarlo. Mi plan original, al empezar a escribir, era el de autopublicarlo, sin grandes pretensiones, pero me vine arriba. Lo envié a la editorial convencidísimo de que ganaría. ¿Cómo no iba a ganar? No era arrogancia, lo prometo: era esa fe irracional en mí mismo que suele acompañarme. De esa que se tiene cuando has puesto alma, piel e insomnio en algo, a la par que pecas de ser un tanto soñador.
Spoiler: no gané.
Y por un instante, el mundo se encoge. Esa punzada seca en el estómago, esa que precede a la avalancha de preguntas incómodas. Sobre todo, una: ¿en qué momento se instaló en mí esa certeza absurda de que iba a ganar? Durante ese ratito, lo sentí como un fracaso rotundo y sin paliativos.
Más adelante me llamó la editorial. Resulta que mi manuscrito había quedado segundo. Ojo, que ni tan mal. Les había gustado. Veían potencial. Me propusieron valorar una posible publicación. Agradezco sinceramente que se tomaran el tiempo de leerlo y comentarlo conmigo, aunque el proceso de negociación posterior no haya sido tan fácil como esperaba. Aún está en el aire que haremos con el texto.
La regla del 15%: La ciencia demuestra que fallar es clave para aprender, pero solo si se hace en la proporción correcta
¿Fracaso? Depende de cómo se mire. Apunté a las estrellas y no las alcancé, pero quizá acabe publicando en la luna. Y eso tampoco está mal. Hace un tiempo leí en Instagram: «Si he fallado más veces que tú, es porque lo he intentado más veces». No sé quién la escribió, pero me la tatuaría en la mente. ¿Es solo una frase bonita?
Puede que no: numerosos estudios han demostrado que el aprendizaje se optimiza cuando cometemos errores en torno al 15% de las veces. Investigadores de la Universidad de Arizona lo llaman el punto dulce del aprendizaje: fallar lo justo para que el cerebro esté activo, alerta y en condiciones de adquirir nuevos conocimientos. Equivocarse, sin excederse, es exactamente lo que necesitamos para aprender, adaptarnos y mejorar.
Diez motivos (con aval psicológico) para no temerle al error
1. El error enseña lo que el éxito calla
El influyente psicólogo conductista B.F. Skinner demostró que aprendemos más de las consecuencias negativas que de las positivas. Cuando todo sale bien, rara vez analizamos por qué. Un fallo, en cambio, nos obliga a frenar, pensar y reajustar. El error no solo informa: transforma.
2. A veces fallas porque eso no era para ti
Según los psicólogos Edward Deci y Richard Ryan, padres de la Teoría de la Autodeterminación, la motivación auténtica nace cuando lo que hacemos se alinea con nuestras necesidades psicológicas básicas: autonomía, competencia y vínculo. Fracasar en algo que no conecta contigo puede ser una forma de liberarte de una ruta que no era la tuya.
3. Si no te equivocas, estás jugando demasiado seguro
La psicóloga de Stanford Carol Dweck introdujo el concepto de mentalidad de crecimiento. Si nunca fallas, tal vez estés evitando los desafíos reales. No es una opinión, los datos lo avalan: un estudio de McKinsey reveló que los empleados en empresas con mentalidad de crecimiento tienen un 47% más de probabilidades de considerar a sus colegas como confiables y están mucho más dispuestos a asumir riesgos. El error no es una señal de debilidad. Es una prueba de valentía.
4. Lo que no salió bien une más que lo que salió perfecto
La investigadora Brené Brown ha demostrado que la vulnerabilidad es una vía directa hacia la conexión humana. Esto no es una frase de autoayuda, es una estrategia de cohesión. De hecho, un estudio de Great Place to Work encontró que los líderes que admiten abiertamente sus errores fomentan un entorno donde los equipos se sienten un 50% más propensos a innovar. Contar un fracaso con autenticidad genera más cercanía que cualquier éxito pulido.
5. Fracasar fortalece tu tolerancia a la frustración
Albert Ellis, uno de los padres de la terapia cognitivo-conductual, sostenía que no son los eventos, sino nuestras creencias sobre ellos, las que nos perturban. Cada tropiezo nos entrena en el arte de manejar lo incómodo sin hundirnos. Aprender a perder también es madurar.
6. Innovar implica fallar antes de acertar
El proceso creativo es, por definición, ensayo y error. Nos encanta la anécdota de Edison y sus más de mil intentos con la bombilla o saber que Pixar descarta cientos de ideas por cada guión que produce, pero nos cuesta aplicarnos el cuento. La innovación sin error es una ilusión. Cada fallo te acerca a la versión que funciona.
7. Tus fracasos construyen tu relato
El psicólogo cultural Jerome Bruner planteó que nos narramos la vida como si fuera una historia. Y en toda buena historia, hay momentos en los que el héroe cae. Los fracasos no arruinan tu narrativa. Le dan sentido.
8. Te abre a la vulnerabilidad (y eso te humaniza)
El éxito constante puede ser una trampa, la que alimenta un ego peligroso. El fracaso, en cambio, nos abre a la vulnerabilidad. Nos recuerda que no somos infalibles, y es precisamente esa conciencia la que nos hace más humildes, más empáticos y, en definitiva, más humanos.
9. Te obliga a parar (y eso es bueno)
El teórico educativo David Kolb definió el aprendizaje experiencial como un ciclo: actuar, equivocarse, reflexionar, volver a actuar. El fallo te obliga a detenerte y repensar. Y en ese parón puede estar la semilla de tu siguiente avance.
10. Te recuerda que no todo depende de ti
El psicólogo Julian Rotter, pionero en el estudio de la personalidad, habló del locus de control: entender qué depende de ti y qué no. Saber que no todo está en tus manos no es resignación, es salud mental. Aprender esto no solo te libera de culpas innecesarias: te enseña a soltar lo que no puedes controlar… y a dedicar tu energía a lo que sí depende de ti.
El fracaso no es un destino, es una dirección
Puede sonar a tópico de taza de desayuno, pero es cierto que a veces donde se cierra una puerta se abre una oportunidad. En la historieta sobre mi libro, que he utilizado a modo de exordio para esta pieza, no ganar el concurso, y el complejo proceso que vino después, me llevó a hacer algo que no estaba planeado: volver a mi propio libro. Me motivo a releerlo con otros ojos, a pulirlo y mejorarlo más allá de lo que creía posible, que es a lo que estoy en estas semanas, y que me ha inspirado a escribir este artículo.
Y ahora, la pregunta ya no es si gané o perdí, sino qué camino tomar: si presentarlo mejorado a esta u otras editoriales o apostar por formatos distintos, como la autopublicación en Amazon.
La respuesta no está clara, y eso está bien. Recordemos que si hemos fallado más veces que otros, es porque lo he intentado más. Reconciliarse con el error no es una estrategia de autoayuda; es aceptar que el camino no es una línea recta. Es una declaración de intenciones: la de seguir jugando, la de seguir aprendiendo, la de seguir vivos.