El vicesecretario de Igualdad del PP, en la manifestación contra la violencia de género el último 25-N.

El vicesecretario de Igualdad del PP, en la manifestación contra la violencia de género el último 25-N. PP

Tribunas

¿Por qué la derecha se muestra más feminista que la propia izquierda?

Es lógico que la izquierda que vive del negocio de la ideología de género no quiera enterarse de que los tiempos están cambiando. Pero se comprende menos que tal inercia se haya consolidado en la derecha.

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Lo afirmo desde el principio: yo no he venido aquí a hablar del libro de Juan Soto Ivars.

En primer lugar, porque ya está hablando de él todo el mundo, lo que vendría a demostrar que el libro de Soto Ivars ha llegado justo en el momento en que tenía que llegar: cuando una parte cada vez mayor de la sociedad española ha llegado a la conclusión de que el papanatismo feminista en el que hemos estado sumergidos no ha sido sino un gran fraude.

Un fraude que no ha solucionado ninguno de los problemas que presuntamente venía a solucionar.

Al contrario, como ocurre siempre con las obras de ingeniería social de la izquierda, ha dejado en el camino a miles de víctimas colaterales que ni siquiera tienen el derecho a ser consideradas como tales.

Por eso, no quiero hablar del libro de Soto Ivars.

Porque la valentía con la que ha afrontado un problema social de gran calado, el de las denuncias falsas y sus consecuencias colaterales, ha venido a poner de manifiesto hasta qué punto tanto la sociedad como los medios de comunicación han mirado para otro lado, ya sea por cobardía, por conveniencia o por simple connivencia.

Ahora bien, aunque yo no haya venido aquí a hablar del libro de Soto Ivars, sí que me gustaría comentar una serie de cuestiones de las que tanto su publicación como la imponente repercusión pública que está teniendo son un reflejo.

Portada de 'Esto no existe', de Juan Soto Ivars. Ed. Debate.

Portada de 'Esto no existe', de Juan Soto Ivars. Ed. Debate.

En primer lugar, y por citar al siempre imprescindible Mr. Robert Zimmerman, que los tiempos están cambiando de forma incuestionable. Lo que hace apenas unos años hubiera sido impensable, desde la propia publicación del libro hasta la presencia de Soto Ivars en las televisiones (aunque sea para montarle aquelarres más o menos solapados), hoy, con todas sus dificultades, se da como algo normal.

La Ley Integral contra la Violencia de Género fue la primera y más importante pica en Flandes en el proyecto de la izquierda de acabar con el sistema de convivencia que nos habíamos dado en la Transición.

En realidad, y por más que se presentara con la careta de ser una iniciativa para acabar con la violencia sobre las mujeres, su objetivo último, según se ha encargado de demostrar el tiempo, no era otro que introducir correctivos de vigilancia y control sobre la sociedad.

De hecho todas las posteriores estrategias de cancelación a las que, cultura woke mediante, hemos asistido en estos últimos años estaban ya presentes tanto en el espíritu como, por supuesto, en la aplicación de la dichosa ley: el mismo dogmatismo fanático, el mismo ostracismo social para cualquiera que se atreviera a discrepar de sus aspectos más problemáticos, el mismo silencio ensordecedor, cuando no abyecta complicidad, en los partidos políticos y en los medios y el mismo miedo al linchamiento y a la exclusión.

En tal sentido, nadie podrá negarle eficacia a aquella bomba de relojería que los Gobiernos Zapatero lograron colocar en las mismas bases de la Constitución del 78.

Sorprendentemente, no sólo consiguió que la totalidad del arco parlamentario se arrodillara ante el nuevo ídolo, sino que todos los partidos políticos sin excepciones compitieran entre ellos por ver quien lo adoraba con mayor fervor.

"Nos encontramos con unas nuevas generaciones que se han criado a la sombra de una aberración legal que consolida la ruptura del principio de igualdad ante la ley y la presunción de inocencia"

No obstante, como apunta muy bien Soto Ivars en el libro del que no hemos venido a hablar, nos encontramos con unas nuevas generaciones que se han criado a la sombra de una aberración legal que consolida tanto la ruptura del principio de igualdad ante la ley como el de presunción de inocencia.

Y que, por tanto, instaura una grave discriminación de facto por razón de sexo.

Alfonso Guerra ha contado en varias ocasiones que para que pudiera salir adelante semejante engendro hubo que forzar las costuras jurídicas del Tribunal Constitucional.

El resultado es que en el único mundo que han conocido nuestros jóvenes, a las chicas se las rodea de un aura prácticamente celestial, al tiempo que se les reserva una serie de privilegios a los que, para que no aparezcan como tales, se les llaman positivos.

Mientras, los chicos son considerados ontológicamente culpables de un pecado ancestral. Y han de soportar, por tanto, que se les castigue con multitud de discriminaciones, ya sean legales o profesionales.

Los hombres de mi generación, infectados por aquella forma de debilidad moral que Nietzsche llamaba la inoculación de la mala conciencia, hemos sobrellevado, con una ingenuidad que recuerda a las relaciones de nuestra democracia con los nacionalismos, una situación que no resistía el menor escrutinio.

Pero era perfectamente absurdo pensar que, por mucho miedo y mucha coacción que existiera, tal estado de cosas se iba a perpetuar sine die.

Como indican todas las encuestas y ratifica la repercusión que está teniendo el libro del que no hemos venido a hablar en este artículo, los tiempos, en efecto, están cambiando.

La mala noticia, sin embargo, es que la mayor parte del establishment político, vegetales de invernadero, al fin y al cabo, sin contacto alguno con la realidad, sigue sin enterarse.

"ZP no sólo consiguió que la totalidad del arco parlamentario se arrodillara ante el nuevo ídolo del género, sino que todos los partidos compitieran por ver quien lo adoraba más"

Que tal cosa ocurra en la izquierda parece lógico, toda vez que, como declaró aquella inteligencia egabrense de reconocido prestigio internacional, hay mucha gente a la que dentro de ella le va literalmente la vida en el negocio del feminismo.

Lo que ya se comprende menos es que tal inercia se haya consolidado en de las filas de la derecha, por así llamarla, oficial. Incluso la más libre y desacomplejada, esa que lidera lidera en Madrid Ayuso, pronuncia un vade retro aterrorizado en cuanto se trata de encarar las supercherías de la ideología de género.

Podrán, por ejemplo, reformular tímidamente las ideas sobre inmigración, toda vez que se han dado cuenta de que Vox les está robando literalmente la cartera (de votantes).

Pero con respecto a la Ley Integral sobre la Violencia de Género, no es que mantengan un discreto y acomodaticio silencio, sino que, siempre que pueden, intentan mostrarse más comprometidos con ella que la propia izquierda.

En Andalucía, donde el PP del bueno de Juanma Moreno lleva ocho años gobernando, nada ha cambiado en políticas de género (ni en otras muchas).

Si uno mira los informativos y documentales del Canal Sur, podría pensar perfectamente no ya que el PSOE, sino, en determinados temas, incluso Podemos.

De hecho, el mismo día que tuvo lugar en Sevilla la presentación del libro del que no he venido a hablar, faltó tiempo para que la Consejera de Igualdad, la inefable Loles López Gabarro, se decolgara afirmando que el libro no se debería haber presentado en un espacio público.

Consecuencias: no es difícil poder vaticinar que el tibio Juanma Moreno se va a tener que olvidar de su sueño de repetir mayoría absoluta y se va a tener, quiera o no quiera, que comer a Vox en la próxima legislatura.

¿Sólo por los temas de género? Obviamente, no.

Pero como ha venido a poner de manifiesto el libro del que yo no he venido a hablar en este artículo, algo ha cambiado decisivamente en la sociedad. Y nada lo refleja mejor que la pérdida de complejos en relación a una ley que no ha sido otra cosa que un instrumento discriminación y de control del poder político.

*** Manuel Ruiz Zamora es filósofo.