Herbert Nordrum y Renate Reinsve en 'La peor persona del mundo'

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Columnas TIRANDO DEL HILO

En 2025, tener novio da vergüenza

Llevamos años instalados en la noción de que la mejor decisión que podemos tomar para nosotras mismas y para nuestro futuro es no apegarnos demasiado pronto a nada ni a nadie.

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Rara es la semana en la que no se escuchen quejas sobre el matrimonio y la inevitabilidad del divorcio. Sobre la opresión y los estereotipos y el patriarcado y la familia como origen de todos nuestros traumas.

Sin embargo, lo que pocos vimos venir es que en 2025 se fuese a plantear la cuestión de la pareja como fuente de vergüenza. Es decir, el hecho mismo de tener novio como una realidad bochornosa.

A finales de octubre, un artículo publicado en British Vogue titulado "Is Having A Boyfriend Embarrassing Now?" [¿Ahora está mal visto tener pareja?], generó mucha conversación online.

Después de ríos de tinta diseccionando los porqués, el consenso generalizado fue que tener novio era algo muy de principios de los 2000. Algo que, mejor, no comentar con tus allegados. Algo que, mejor, evitar por completo.

Como escribió su autora, Chanté Joseph, en otro artículo publicado hace apenas unos días:

"2025 se sintió como el año en que abandonamos agresivamente las relaciones y las citas, y coronamos la soltería como la mejor opción posible. Había algo en el aire, y era la llamada de nuestra libertad frente a las decepciones del mundo de las citas. Este fue el año en que nos elegimos colectivamente a nosotras mismas; éramos suficientes".

Émile (Lucie Zhang)  y Camille (Makita Samba) en un momento de la película 'París, distrito 13'.

Émile (Lucie Zhang) y Camille (Makita Samba) en un momento de la película 'París, distrito 13'.

Este año, al parecer, las mujeres nos hemos elegido a nosotras mismas porque nos hemos cansado de la presión y de las expectativas y de que las relaciones salgan mal porque escogemos mal.

Nos hemos cansado de que escojamos mal porque lo hacemos con prisas y de que vayamos con prisas porque huimos del estigma y las miradas críticas y la tormentosa soledad.

Elegir estar soltera supone una liberación. Un punto de inflexión en el que nos anteponemos a nosotras mismas. En el que optamos por no sentar cabeza ni asumir responsabilidades ni dar eso que, al parecer, tantas relaciones requieren y que tiene que ver con el silencio y con la suavidad y con la autoanulación.

Esta conversación online, por muy anecdótica que parezca, refleja una convicción íntima y muy contemporánea sobre nuestra inclinación a separarnos del otro. A poner distancia con el otro. A no querer depender, pero que tampoco dependan de nosotros.

Y no se trata de algo reciente. Llevamos años instalados en ese tenue apremio de evitar el compromiso. De huir de las responsabilidades tempranas y no enredarnos con obstáculos que sólo acaban opacando el propio potencial.

Llevamos años instalados en la noción de que la mejor decisión que podemos tomar para nosotras mismas y para nuestro futuro es no apegarnos demasiado pronto a nada ni a nadie.

Las expectativas y las presiones en torno a la pareja son muy reales y, en ocasiones, muy incómodas. Pero también es muy real que uno de los anhelos que más se cuestione, sobre todo a ciertas edades, sea el deseo de comprometerse.

Sólo hace falta prestar atención a la mirada que cruzan dos personas cuando se enteran de que una mujer joven se va a casar o va a tener un hijo. Una mirada cargada de pena por el potencial desperdiciado. De lástima por una promesa desaprovechada.

Es una mirada que contempla la pérdida porque comprometerse representa la vía directa al propio abandono. A la rendición. A la ausencia de oportunidades infinitas que proporciona una vida sin ataduras.

El convencimiento de que la vida puede ser mejor vida cuando vamos sin lastre no es sorprendente, porque tiene que ver con la ausencia de dolor. Con la ausencia de preocupaciones y de renuncias. Con la ausencia de decepciones y posibles pérdidas.

Tiene que ver con el miedo, en general.

De lo que no nos damos cuenta es que, renunciando a los demás, renunciamos a nosotros mismos.

El ser humano se descifra a sí mismo a través de las personas con las que comparte su ser. Con la familia, con los amigos. Y, también, con la pareja.

No nos convertimos en quienes somos realmente a través de un autoconocimiento anclado en una soledad disfrazada de libertad.

Nos convertimos en quienes somos realmente a través del encuentro. A través del otro.