Los médicos se concentran frente al Ministerio de Sanidad para rechazar el Estatuto Marco.

Los médicos se concentran frente al Ministerio de Sanidad para rechazar el Estatuto Marco. E.P

Tribunas

Los médicos del sistema público ante su gran encrucijada

Los médicos del sector público se encuentran frente a un dilema que determinará el futuro de la sanidad en España: elegir lo malo conocido o avanzar hacia un mal menor.

Publicada
Actualizada

El gran problema del sistema sanitario público es su falta de productividad.

Los incrementos de la inversión en sanidad por parte de las comunidades autónomas son, en proporción, muy superiores al retorno medido como incremento de su actividad. Sobre todo cuando casi la mitad de ese incremento millonario se destina a gastos de personal.

El principal motor de actividad en el sistema nacional de salud es, sin duda, la actividad que ejercen sus médicos.

Los médicos del Sistema Nacional de Salud (SNS) están ante una decisión clave. Deben elegir entre aceptar un marco laboral obsoleto que erosiona la vocación y la calidad asistencial, o impulsar un acuerdo imperfecto que, al menos, les permita avanzar.

Han transcurrido veintitrés años desde que se aprobó el Estatuto Marco que regula las condiciones laborales del personal estatutario del SNS.

Dos décadas que han transformado profundamente la sanidad. Ha envejecido la población, ha crecido la demanda asistencial, se han disparado las listas de espera, ha emergido con fuerza el reto de la salud mental y, sobre todo, ha cambiado de forma sustancial la mentalidad de los profesionales. 

Pancartas de médicos contra el Estatuto Marco, en Santa Cruz de Tenerife.

Pancartas de médicos contra el Estatuto Marco, en Santa Cruz de Tenerife. Europa Press. Europa Press

Profesionales que, a diferencia de los de hace treinta años, priorizan su vida familiar o intentan conciliarla con la laboral.

Lo que no ha cambiado es el modelo laboral de los médicos, que se ha quedado anclado en un pasado incapaz de responder a los desafíos actuales.

Hoy, el Gobierno ha abierto la puerta a una reforma largamente postergada. El Ministerio de Sanidad ha puesto sobre la mesa un borrador con medidas que buscan mejorar la situación.

El problema es que la negociación con sindicatos y comunidades autónomas amenaza con encallarse antes de llegar a puerto. Si la reforma vuelve a quedar en un cajón, los grandes perdedores no serán sólo los médicos, sino sobre todo los pacientes.

El mayor problema estructural del SNS no es sólo la falta de recursos o la insuficiencia presupuestaria. Es el modelo laboral médico.

Un modelo que tiene como consecuencia (y esto es insoslayable) que esta sea la única profesión sanitaria que tiene un mayor flujo hacia el sistema sanitario privado que hacia el público.

Mientras que enfermeras, técnicos y otros profesionales sanitarios aspiran mayoritariamente a integrarse en el sistema público, los médicos huyen de él. Esta fuga permanente erosiona el corazón del SNS. El sistema público se ha convertido en una "máquina" de frustrar, explotar y quemar a los facultativos por ese régimen laboral que se empeña en mantener.

Mi opinión es que los médicos no sólo deberían tener un estatuto diferenciado del resto de profesiones sanitarias, sino que tendrían que renunciar directamente al Estatuto Marco. Deberían encuadrarse en un régimen laboral que les permita libertad de acción y negociación individual para poder ganar en función de su mérito y capacidad.

Esa sería, sin duda, la mejor opción.

Ante esta imposibilidad, tratar de reformar el Estatuto Marco no es un trámite legal, sino una urgencia estructural.

"Las comunidades autónomas son clave. Son ellas las que gestionan la sanidad, los presupuestos y los recursos humanos"

El borrador del Ministerio incorpora medidas que, sin ser revolucionarias, suponen mejoras respecto a la situación actual. Tienen que ver con la reducción de horas de guardia, la ampliación de descansos o la flexibilización de jornadas.

Son medidas que no resuelven todos los problemas, pero que suponen un avance en la dirección correcta porque, obviamente, mejoran las condiciones de los facultativos.

Por su parte, las comunidades autónomas son clave. Son ellas las que gestionan la sanidad, los presupuestos y los recursos humanos. Su preocupación principal no está tanto en el contenido de la reforma, sino en su impacto financiero.

Además, varias comunidades se quejan de haber sido poco consultadas en la fase de diseño. Reclaman que sus aportaciones técnicas y organizativas se integren en el texto final, y que la reforma no se plantee como una imposición centralista.

Los que están en una situación compleja son los sindicatos de los médicos.

En general, valoran algunos avances del borrador. Pero rechazan el texto porque consideran que deja fuera dos reivindicaciones históricas: la mejora retributiva asociada a la nueva clasificación profesional y la jubilación anticipada o parcial voluntaria.

El Ministerio de Sanidad replica que estas materias exceden las competencias del Estatuto Marco porque los salarios dependen de los Presupuestos Generales del Estado y la jubilación, de la normativa de la Seguridad Social.

Aquí está el núcleo del choque.

No se trata de una defensa del Ministerio. Es un alegato en favor de la asistencia a los pacientes, porque no avanzar en este tema no es una opción.

La gran amenaza que vive nuestro sistema público es la falta de flexibilidad del actual Estatuto Marco de los médicos. Una falta de flexibilidad que impide mejorar su eficiencia y que sólo produce dificultades en el acceso al sistema sanitario (en una época en la que el mantenimiento de la salud ya depende mayoritariamente de los recursos sanitarios públicos).

Si la principal palanca del Estado de bienestar es su sistema de salud, ¿dónde va a quedar si el sistema sanitario público no es capaz siquiera de garantizar el acceso al sistema en la enfermedad?

En otras palabras, hay que elegir entre lo malo y el mal menor.

El Estatuto Marco no resolverá por sí solo todos los problemas del SNS. Pero es una oportunidad real de dar un primer paso. Y es el paso más importante.

La política, y especialmente la política sanitaria, rara vez se mueve en escenarios ideales. Se trata de sumar avances parciales, aunque no colmen todas las aspiraciones, y de evitar el peor escenario: la parálisis.

El Ministerio de Sanidad tendrá que escuchar más a las comunidades y sus aportaciones. Las autonomías deberán aceptar que algunas medidas exigirán más gasto. Los sindicatos deberán entender que exigir lo imposible puede tener como consecuencia quedarse sin nada.

No se trata de renunciar a los principios, sino de desbloquear un acuerdo viable que permita mejorar, aunque sea de manera imperfecta.

El futuro del sistema no puede quedar atrapado en la lógica del todo o nada. Se necesita responsabilidad, flexibilidad y visión de conjunto. Porque lo que está en juego no es sólo la dignidad laboral de los médicos, sino la calidad asistencial de millones de pacientes.

Si no fueran capaces de llegar a un acuerdo en algo tan importante, todos los responsables deberían replantearse seriamente su función y compromiso con el sistema público de salud.

*** Juan Abarca Cidón es presidente de HM Hospitales.