Estudio del cerebro.

Estudio del cerebro. iStock-gorodenkoff

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¿Es posible humanizar el progreso tecnológico?

Los avances de la inteligencia artificial, sin una brújula ética que los guíe, pueden llevar a un futuro lleno de desigualdades, falta de libertades y deshumanización.

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Los avances en inteligencia artificial (IA), computación cuántica y neurociencias están configurando un horizonte tecnológico que podría transformar, si no lo ha hecho ya, la esencia del ser humano.

Tecnologías que hasta hace poco parecían ciencia ficción, como la implantación de chips cerebrales para interactuar con ordenadores o interfaces cerebro-computadora, capaces de potenciar habilidades cognitivas, son sólo parte de un horizonte que está a la vuelta de la esquina.

Pero este impresionante progreso Científico también plantea interrogantes éticos de gran trascendencia, que, si se descuidan, podrían suponer una seria amenaza para el futuro de la raza humana.

Imagen de archivo de un médico utilizando gafas de realidad virtual para practicar en el laboratorio.

Imagen de archivo de un médico utilizando gafas de realidad virtual para practicar en el laboratorio. iStock

La IA ha demostrado ser una herramienta revolucionaria, capaz, entre otras muchas cosas, de mejorar diagnósticos médicos, incluso con mayor precisión que los profesionales humanos. O de optimizar procesos educativos y personalizar tareas según las necesidades individuales.

A estas capacidades se suman las innovaciones en neurociencia. Dispositivos como las interfaces cerebro-computadora prometen restaurar funciones motoras, tratar enfermedades neurológicas, y en un futuro, expandir nuestras capacidades mentales. Imagine aprender un idioma en minutos o controlar dispositivos electrónicos con el pensamiento.

Las oportunidades son infinitas e innegables.

En Salud, a las ya mencionadas tecnologías de interfaz cerebro-computadora que prometen restaurar funciones perdidas, como la movilidad en personas con parálisis, o tratar trastornos neurológicos como el alzheimer, puede añadirse una larga lista. Diagnósticos más precisos y rápidos, mediante algoritmos de aprendizaje, actualmente ya pueden analizar imágenes médicas como radiografías, resonancias o tomografías con una precisión, al menos, similar a la de un médico.

O desarrollar una medicina a la carta, con tratamientos adaptados a las características genéticas, ambientales y de estilo de vida de cada paciente. Avances que también se pueden extender a la gestión de los recursos, mejorando la logística hospitalaria, y la predicción de demanda de servicios médicos.

Por su parte, la computación cuántica, aunque aún en estadios iniciales, podría acelerar este desarrollo, resolviendo problemas complejos que hoy limitan el alcance de la tecnología, con el diseño de nuevas moléculas y fármacos, optimización de ensayos clínicos, o el análisis de datos genómicos. Logrando, por ejemplo, predecir la aparición de enfermedades neurológicas con años de antelación.

Igualmente, será posible mejorar la inclusión y accesibilidad, consiguiendo que personas con discapacidades físicas o cognitivas accedan a un mundo más inclusivo y participen plenamente en la sociedad.

Otro ejemplo serían los avances en la educación y el aprendizaje, mediante la posibilidad de potenciar la memoria o adquirir conocimientos a través de tecnologías cerebrales, creando nuevos modelos educativos más eficientes y personalizados.

Sin embargo, estos avances, sin una brújula ética que los guíe, pueden llevar a un futuro lleno de desigualdades, falta de libertades y deshumanización.

"El desafío no sólo reside en desarrollar estas tecnologías, sino en integrarlas de manera que respeten y fortalezcan la esencia humana"

El acceso desigual a estas tecnologías podría profundizar las brechas sociales, dejando a una mayoría excluida de sus beneficios. Además, los datos generados por chips cerebrales y otras interfaces suponen un riesgo significativo para la privacidad y la autonomía individual.

¿Quién controlará esta información? ¿Qué garantías tendremos de que no será utilizada para manipular pensamientos o conductas?

Otro peligro es el de la deshumanización, particularmente en el ámbito sanitario. Aunque las máquinas pueden diagnosticar y tratar con gran precisión, no pueden replicar la empatía y el contacto humano que los pacientes necesitan.

La tecnología no debe reemplazar, sino complementar, la labor de los profesionales de la salud, permitiéndoles dedicar más tiempo al cuidado humano. A pesar de los avances técnicos, los pacientes continúan valorando el trato humano, la empatía y la conexión emocional con los profesionales de la salud. Las máquinas pueden diagnosticar y tratar, pero no pueden consolar, escuchar o acompañar en los momentos de vulnerabilidad.

Por ello, el desafío no sólo reside en desarrollar estas tecnologías, sino en integrarlas de manera que respeten y fortalezcan la esencia humana. El futuro de la medicina no debe ser sólo tecnológicamente avanzado, sino también profundamente humano.

Sólo hay una manera de asegurar un desarrollo tecnológico que preserve lo mejor de nuestra condición humana, y es que responda a principios y valores como dignidad, justicia y empatía. Y para ello es imprescindible establecer marcos legales y normativos que aseguren que estas herramientas sean utilizadas de manera justa, respetando la dignidad humana y evitando abusos.

La bioética exige abordar estas cuestiones con un enfoque integrador que equilibre los beneficios tecnológicos con la protección de los valores humanos, garantizando la justicia distributiva, la Aatonomía y la privacidad. Y desde luego, promoviendo la humanización.

Estamos en un momento histórico en el que el progreso científico redefine no sólo lo que podemos hacer, sino lo que somos como especie.

La inteligencia artificial, la computación cuántica y las neurociencias tienen el potencial de resolver problemas ancestrales y expandir nuestras capacidades. Pero su uso debe estar gobernado por principios éticos que prioricen el bienestar colectivo.

El verdadero reto no es sólo avanzar, sino hacerlo de manera que preservemos la esencia de la condición humana. La tecnología puede potenciar lo mejor o lo peor de nosotros, como especie. Esta sólo en nuestra mano.

En la historia hay muchos ejemplos de ello. Por eso, es necesario fomentar el pensamiento crítico y el dialogo ético. Mas allá de leyes o costumbres, es esencial que la sociedad se involucre en este debate, cómo la tecnología transforma la vida. Y qué límites estamos dispuestos a aceptar, y cuáles no.

La tecnología debe ser un aliado, no un sustituto, de nuestra humanidad.

*** José María Antón es viceconsejero de Humanización Sanitaria de la Comunidad de Madrid.