Vladímir Putin y Xi Jinping, presidentes de Rusia y China.

Vladímir Putin y Xi Jinping, presidentes de Rusia y China. Reuters

LA TRIBUNA

La incompetencia de Putin en Ucrania le aleja de China

Putin no ha conseguido la derrota fulminante de Ucrania que, sin duda, China esperaba de su aliado. Y a Xi Jinping no le gusta cargar con la incompetencia ajena.

6 marzo, 2022 02:27

El pasado 4 de febrero, Vladímir Putin acompañó a su colega Xi Jinping en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno 2022, una visita muy celebrada por Pekín tras el boicot diplomático de varios países occidentales. Después del encuentro, ambos gobiernos hicieron pública una amplia declaración conjunta en un momento en el que, decían, la humanidad está entrando en una “nueva era de rápido desarrollo y profundas trasformaciones”.

Putin y Xi Jinping, en una foto de archivo.

Putin y Xi Jinping, en una foto de archivo. Reuters

Se referían así a lo que los chinos condensan en la conseja de que “mientras el Oeste decae, el Este asciende”. La larga etapa de hegemonía de Estados Unidos desde 1945, consolidada con la implosión de la Unión Soviética en 1991, ha entrado en una fase terminal a la que seguirá otra donde las grandes decisiones mundiales habrán de adoptarse de forma multipolar (traducción: con el beneplácito de China y Rusia).

Aunque soslayaba crear una eventual alianza entre ambos firmantes (traducción: ninguno de ellos se obligaba a defender al otro en caso de guerra), la declaración no dejaba de subrayar que su cooperación “no tenía límites” ni áreas “prohibidas” (traducción: no se excluían eventuales acciones militares conjuntas). Si, como han informado algunos medios, Xi pidió a Putin que no desencadenase su previsible invasión de Ucrania hasta el final de los fastos olímpicos, su deseo fue atendido.

¿Será estable esa conjunción de intereses?

Ambos países hunden sus raíces ideológicas en un común pasado comunista. La Rusia de Putin es un régimen autoritario en rápida deriva hacia el totalitarismo y que se legitima en la añoranza por el imperio perdido, zarista o soviético. Desde 2005, Putin ha insistido en que el colapso de la Unión Soviética fue “la gran catástrofe geopolítica del siglo” y una “tragedia para el pueblo ruso”.

Por su parte, el régimen comunista chino ha sido totalitario sin vacilaciones desde la fundación de la República Popular China en 1949 y su feroz nacionalismo se asienta también en los “cien años de humillación” infligidos a su país por los imperialistas. No será la brutal política represiva de sus gobiernos lo que cree problemas entre Rusia y China.

"China va a mantener una cauta neutralidad, empática hacia Rusia, pero escasamente performativa"

En su reciente matrimonio de conveniencia anti-occidental, empero, no deja de haber una larga y conflictiva historia de intereses encontrados. Bajo Mao, la rivalidad ideológica por su aspiración a capitanear la revolución mundial y su rechazo a la coexistencia pacífica.

Hoy, cuestiones geopolíticas más complicadas y que operan a favor de China como su creciente influencia en los países de Asia Central por los aún inciertos beneficios de su Nueva Ruta de la seda. Por más que en el foro económico de Vladivostok 2018 Putin y Xi celebraran la diplomacia de las tortitas (cocinaron blinis y se tupieron de vodka ruso), China se empeña en llamar Manchuria Exterior al lejano Este ruso y en participar en el Consejo Ártico, en cuya zona económica el cambio climático permitirá explotar considerables recursos. Pero esta rivalidad puede esperar.

Lo que cuenta para China es la decisión final de Putin de invadir Ucrania, un país independiente y soberano desde 1991. Eso no había sucedido en Europa desde Múnich 1938 y el pacto Ribbentrop-Molotov 1939. Y, por diversas razones, China va a mantener una cauta neutralidad, empática hacia Rusia, pero escasamente performativa.

Ante todo, Xi tiene por delante la celebración del 20º Congreso de su partido, donde espera ver extendido su mandato como líder máximo por, al menos, otros cinco años o tal vez de forma vitalicia. Dada la opacidad ingénita del PCC es imposible saber cómo sucederá, pero no que se extremarán los más mínimos detalles para hacerlo pasar por una decisión tan unánime como berroqueña. Y seguramente ahora Xi ve con menos agrado la declaración conjunta que firmó hace un mes.

"Putin invadió Crimea en 2014 y se quedó con ella sin más que reacciones gestuales"

En ese plazo se han producido dos grandes sorpresas: el inesperado giro de la coalición semáforo alemana y la heroica resistencia del pueblo ucraniano ante la invasión. Ambas han cogido a Putin con el pie cambiado, acostumbrado como lo estaba desde su lamento de 2005 a imponer su voluntad a Estados Unidos y a sus aliados occidentales. Es imposible detallar (también olvidar) sus éxitos en Chechenia y otras regiones del Cáucaso Norte; en Georgia 2008, con George W. Bush; y en 2013, con la espantada de Barack Obama ante una eventual intervención americana en Siria.

Con ese impulso, Putin invadió Crimea en 2014 y se quedó con ella sin más que reacciones gestuales. ¿Por qué anticipar que fuera a cambiar su suerte? De hecho, hasta que el canciller Scholz y sus coaligados verdes y liberales no decidieron (aún no han explicado por qué) sacar a Alemania de su inopia antimilitarista, todo parecía apuntar a poco más que a nuevas declaraciones de desagrado o a denuncias sin recorrido de la Casa Blanca de Biden sobre la eventual invasión o a sandeces como que Rusia es “una gasolinera con ojivas nucleares”.

En cualquier caso, aunque su final sea la derrota del ejército y de los voluntarios ucranianos a los que Estados Unidos y sus aliados no han armado suficientemente y a tiempo; aunque tal vez Putin consiga establecer un gobierno títere en Kyiv y poner sus fronteras, de hecho y sin amortiguadores, en el confín de la OTAN; aunque a sus amenazas de confrontación nuclear sólo las guíe el deseo de jalear la jindama de la opinión internacional; aunque Putin consiga venderle a Xi el petróleo y el gas que no va a suministrar a los europeos y aunque acepte su pago en renminbís (¿qué pensará comprar con ellos fuera de China?); lo cierto es que no ha conseguido la derrota fulminante que, sin duda, China esperaba de su aliado ruso.

Y a Xi no le gusta cargar con la incompetencia ajena.

*** Julio Aramberri es escritor y exprofesor de Sociología en universidades de Estados Unidas y China.

El secretario de Estado americano, Antony Blinken, junto a Josep Borrell en Bruselas.

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