La sombra del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, que provocó la declaración de guerra del Imperio austrohúngaro a Serbia y el posterior estallido de la I Guerra Mundial, planea de nuevo sobre Europa tras el atentado contra el primer ministro eslovaco Robert Fico a manos de un extremista de izquierdas.
Fico fue tiroteado varias veces en Handlová, una localidad de poco más de 17.000 habitantes en el centro del país, cuando abandonaba una reunión de su gobierno.
El atacante, Juraj Cintula, de 71 años, es un poeta eslovaco, miembro del Partido Progresista. El Gobierno eslovaco ha atribuido el intento de asesinato a la polarización política que vive el país y ha acusado a la oposición y a la prensa de generar el clima de crispación que habría conducido al atentado.
Robert Fico, considerado como un populista prorruso, ocupaba desde el pasado mes de octubre el cargo de primer ministro por tercera vez desde 2006.
Fico se declara cercano a Viktor Orbán y Vladímir Putin, y son conocidos sus ataques contra la UE, la inmigración y las ONG occidentales. Durante la pandemia de la Covid, Fico se opuso vehementemente a las mascarillas, las vacunas y los confinamientos.
Fico es también es uno de los principales opositores al acuerdo global contra las pandemias que negocia actualmente la Organización Mundial de la Salud.
La oposición le acusa, además, de haber puesto en marcha un plan para controlar los medios de comunicación. Tras el atentado, los partidos opositores han cancelado las manifestaciones organizadas en su contra por este mismo motivo.
Tras el atentado se han sucedido las declaraciones de condena de prácticamente todos los gobiernos e instituciones internacionales, desde Biden a Putin, la UE y la OTAN. Pero el temor a que las interpretaciones políticas interesadas del atentado puedan exacerbar los ánimos en una Europa Oriental inflamada por la invasión rusa de Ucrania y la polarización política planea ya sobre las cancillerías de la UE.
Porque el intento de asesinato de Fico coincide en el tiempo con los avances de Rusia en los campos de batalla ucranianos, que han obligado a Volodímir Zelenski a cancelar su visita a España, prevista para este viernes.
Aunque la guerra en Ucrania parecía estancada hace apenas unos meses, el ralentizamiento de la ayuda de la UE y las dificultades del gobierno de Biden para aprobar un multimillonario paquete de ayuda, sumados a la utilización por parte de Rusia de nuevas tácticas de guerra electrónica, han permitido al Kremlin recuperar terreno e incluso amenazar Járkov, la segunda ciudad ucraniana después de la capital Kiev.
El aumento de la presión rusa y la falta de ayuda han obligado a Zelenski a retirar sus tropas de dos frentes en el norte para evitar pérdidas masivas y reagrupar sus fuerzas.
Además, el nombramiento como ministro de Defensa ruso de Andréi Belousov, un economista, en sustitución del fiel Serguéi Shoigú, permite deducir que el Kremlin se prepara ya para la transformación de la economía rusa en una economía de guerra.
La combinación de las tres noticias anteriores no podría ser más inquietante para Ucrania y para la UE.
Porque la inestabilidad que se vive en la Europa Oriental, junto con unas elecciones estadounidenses que podrían acabar con Donald Trump en la presidencia, juegan a favor de los intereses de un Vladímir Putin cuya alianza con Corea del Norte e Irán le ha permitido paliar los daños provocados por las sanciones occidentales.
Europa debe prepararse por tanto para la peor de las posibilidades. La de una Europa del Este inestable y dividida entre prorrusos (Hungría, Eslovaquia, Serbia) y antirrusos (Polonia, República Checa, Países Bálticos), con la ayuda americana reducida a la nada en caso de una victoria de Trump, y una Rusia convertida en una economía de guerra, aliada con Irán y Corea del Norte, y envalentonada por sus avances en una Ucrania agotada tras casi tres años de guerra.