La propuesta de celebrar seis debates con Alberto Núñez Feijóo de aquí al 23-J, lanzada este lunes por Pedro Sánchez, es sólo la enésima jugada propagandística de Moncloa para llevar hasta el límite el planteamiento caudillista y plebiscitario de esta campaña.

Pocos se llaman ya a engaño con las burdas añagazas comunicativas del candidato socialista. Porque es evidente que Sánchez sabe perfectamente que Feijóo no va a aceptar la oferta, y que la propuesta sólo busca retratarle torticeramente.

De hecho, el PP rechazó poco después la multiplicación de los cara a cara, alegando que "España no está para excentricidades". Lo que aprovechó Sánchez para replicar que "debatir nunca es una excentricidad", intentando así cimentar el relato de que Feijóo rehúsa batirse mientras que el presidente es el auténtico demócrata.

Pero acierta el PP al no querer "entrar en ninguna de las provocaciones" de Sánchez. Que su oferta es una excentricidad lo prueba, por ejemplo, que desde 1978 ha habido únicamente seis debates televisados entre los dos candidatos mayoritarios. Es decir, Sánchez pretende que haya los mismos cara a cara en cuarenta días que los que se han hecho en más de cuarenta años.

Naturalmente, es deseable que pueda darse un debate en televisión entre el candidato a revalidar la presidencia y el líder de la oposición, como ha sucedido en otras legislaturas. Pero es dudoso incluso que la Junta Electoral fuera a permitir una cantidad tan desmesurada de debates en los que se arrincone a los partidos minoritarios.

Porque no puede pasarse por alto que no estamos ante unas elecciones presidenciales, donde podrían tener sentido este tipo de confrontaciones uno frente a uno. De hecho, cabe recordar que en la campaña de las generales de 2019 Sánchez se negó a mantener un cara a cara con el entonces candidato del PP, Pablo Casado. Y que sólo aceptó un debate a cinco que también incluyera a Vox.

Es obvio que la ocurrencia de los seis debates forma parte de una estrategia orientada a reforzar el bipartidismo. Algo que encaja con el cambio de táctica del PSOE del que ha informado este periódico, y que se resume en la frase pronunciada el sábado por Nadia Calviño: "Un voto que no sea el Partido Socialista es un voto a una potencial coalición del PP y Vox".

Así, poco queda de aquel ticket electoral con Yolanda Díaz que Sánchez ensayó en la precampaña. La inquietud ante la parálisis de las negociaciones entre Sumar y Podemos para concurrir en una candidatura unitaria, y el análisis de Moncloa según el cual lo que se ha hundido con el 28-M es la coalición y no el PSOE, han hecho que los socialistas se hayan olvidado del horizonte de reeditarla como única opción para Sánchez de repetir en la Moncloa. Y apuestan ahora por un PSOE que logre una "mayoría suficiente" de no menos de 110 escaños para gobernar en solitario.

Además de un intento por pescar en el caladero de Yolanda ahora que sus perspectivas demoscópicas no son tan halagüeñas y de una apelación indirecta al voto útil, este replanteamiento del "o Sánchez o Feijóo" es también otro intento desesperado del PSOE por movilizar a su electorado.

Al fin y al cabo, el factor abstención fue uno de los determinantes en la decisión de adelantar los comicios al verano: desmovilizar a un electorado de derechas de vacaciones y relajado por su triunfo en las municipales y autonómicas, y arrastrar a las urnas al electorado de izquierdas con un discurso vehemente y paroxístico.

De hecho, el PSOE sabe que, al igual que el 28-M, la abstención de la izquierda ha sido más relevante en elecciones anteriores para decantar el cambio de mayorías hacia la derecha que el aumento de votos al PP. Y revertir los bajos niveles de participación (de la izquierda) en las últimas municipales es el clavo al que se aferra Moncloa cuando defiende que perdieron "más poder que votos"

El problema es que la desmovilización por la convocatoria estival de los comicios afectará en igual medida, o incluso más, a sus votantes. Según el último sondeo de SocioMétrica para EL ESPAÑOL, la fidelidad de los electores de izquierdas a su partido va en descenso. Y sólo un 59% de los españoles que votaron al PSOE en 2019 volverán a hacerlo el 23-J.

Acaso infatuado por la presunción de superioridad que le concedieron los cara a cara en el Senado (en los que Feijóo estaba en clara desventaja), Sánchez ha lanzado su última campaña de impacto mediático para sacar a su electorado de la apatía. Pero el presidente no debería olvidar que una concepción de las elecciones como un espectáculo circense únicamente redunda en un deterioro de la democracia genuina.