La tristeza y la confusión mezclan fatal. Despedir a Benzema, Asensio, Hazard y Mariano en el mismo partido es un sindiós de rango superior a meterlos en la misma frase, ni qué decir en el mismo título. Pero el destino es veleidoso, especialmente cuando actúa en connivencia con Tebas, y tocó que en la última jornada se enfrentaran Madrid y Athletic con esas cuatro bajas ya confirmadas para la próxima campaña. El público tenía que hacer algo (cuatro algos) al respecto, y no era fácil.

Karim Benzema, el día de su despedida en el Bernabéu.

Karim Benzema, el día de su despedida en el Bernabéu. EFE

Mariano no jugó. Me refiero al partido ante el Athletic, el último de su carrera (?) en el Madrid, aunque la frase sea válida casi para cualquier otro de los que le precedieron los últimos seis años. No se sabe si Ancelotti le privó de la posibilidad de despedirse del Bernabéu alineándole unos minutos o si, por el contrario, fue él quien rehusó hacerlo. No es descartable que temiera cierta reacción adversa. ¿Qué haces para despedir a Mariano? ¿Cómo se despide a un misterio? 

Los misterios son incomodísimos. Arthur Conan Doyle acabó tan harto de ellos que se cargó a Sherlock Holmes haciéndolo empujar por Moriarty desde lo alto de un acantilado. Luego los lectores le obligaron a resucitarlo, y así de pronto, años después, sin previa explicación, el detective más famoso del mundo protagonizó una nueva aventura.

Sería inquietante que Mariano reapareciera en junio con el mismo espíritu business as usual de Holmes tras su fallecimiento, perdonándose en Valdebebas como siempre, pero con una nueva trenza craneal. ¿Qué le dices? ¿Quién se lo dice? No se le podría reprochar el despiste, en todo caso, porque para él no hubo despedida como tal. Sus compañeros le mantearon sobre el césped al término del partido, pero el público no tuvo ocasión de pronunciarse.

[Las horas más difíciles de Benzema: de "la realidad no es Internet" a decir "me voy" del Real Madrid]

También mantearon a Benzema. Benzema y Mariano, los dos, como también Hazard y Asensio, lo que refleja que el gremio de futbolistas es uno de los más democráticos que existe, acaso a despecho de su enorme poder adquisitivo.

Hazard tampoco disputó un solo minuto. Su historia malhadada en el Madrid ameritaba también cierta discreción en la hora del adiós. Puede que, de haber saltado al campo, hubiera recabado un adiós más dulce (o menos agresivo) que el de Mariano.

Hazard ha caído sorprendentemente bien en el seno del madridismo si uno considera el tamaño del fiasco, en parte porque no ha hecho falta en el camino a la gloria de varias ligas y de la Catorce, en parte porque su infortunio es la otra cara de la moneda del éxito de Vinicius.

El techo del belga es el suelo del brasileño, que no habría triunfado de no quedar Eden varado para siempre en aquella escaramuza de Meunier. Todos le habríamos fichado en su momento, y todos le habríamos despedido sin acritud el domingo. En la hora del adiós se idealiza al más pintado, no vamos a discutir por un michelín más o menos. 

Asensio sí jugó. Entró en el segundo tiempo y fue sustituido antes del final. Este entrar y salir, que en condiciones normales es considerado un desplante intolerable por parte de un entrenador, se hizo aquí, es de suponer, en el espíritu de que Asensio fuese doblemente homenajeado: al entrar al verde y al abandonarlo. Es así que Benzema recibió una gran ovación y Asensio dos, lo que abundó en la anomalía triste de la tarde.

[Karim Benzema se marcha del Real Madrid y jugará en Arabia Saudí la próxima temporada]

¿Cuántas ovaciones merece Karim si a Marco le otorgan dos? ¿Veinte? ¿Doscientas? La pregunta queda sin más solución que el acto que el martes tendrá lugar en Valdebebas en despedida de Karim y de sólo Karim. Fin de la confusión y de las mezclas heterogéneas. Lo del domingo en el templo no fue una despedida, fue un aeropuerto. Por lo menos podían haber pasado los cuatro por el control de equipajes, para poder cuantificar cuánto amor se llevan en la maleta. 

Para terminar de liar la cosa, estaban Nacho y Ceballos en la terminal sin que el público supiera si embarcaban o no. Les aplaudieron por si acaso, digamos, para que luego ya ellos decidieran si traducían la ovación en un gesto de amor en la partida, una petición para que esta no se produzca o una muestra de gratitud en cualquiera de las circunstancias.

Benzema fue el único de todos ellos que apareció en el once titular. No le salió casi nada hasta que, enfilándose ya el final del partido, el árbitro pitó penalti por un manotazo en la cara de Militao. Marcó, claro, sin que por el momento quepa calcular (duele demasiado imaginarlo) cuántas rosas del desierto se habrían marchitado de fallar.

Celebró con sobriedad y, cuando Ancelotti decretó de inmediato su sustitución, a mayor gloria del momento abrumadoramente emotivo, se despidió con la misma sencillez devolviendo el aplauso a la grada. Sigue (¿seguirá siempre?) con el dedo tumefacto por culpa de su obsesión con servir al Madrid, y por eso aplaudió bajito, con cuidado, con temor a una nueva fractura. Nunca dos manos se han alzado tan alto para aplaudir tan suavemente, la venda por colchón. 

A nosotros nos duele más, amigo eterno.