Desplazados por la guerra en Tawila, Darfur Norte, Sudán.

Desplazados por la guerra en Tawila, Darfur Norte, Sudán. Reuters

Columnas BLOC DE NOTES

Una luz de esperanza entre las cenizas de Nigeria y Sudán

Estas dos guerras olvidadas vuelven a rondar las conversaciones, atravesar los debates e imponerse, aunque sea por un instante, a la conciencia universal. 

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Noviembre de 2019. Nueva York. Un nigeriano desconocido se pone en contacto conmigo y me muestra, en un camino de la sabana, imágenes de cuerpos desgarrados, de miembros cercenados, de torsos abiertos y sangrantes, de cadáveres amontonados en la parte trasera de camionetas o en carretillas.

Impactado por lo que veo y lo que me cuenta, me dirijo de inmediato a Lagos, luego a Godogodo, estado de Kaduna, en el centro del país, donde las milicias de los Fulani, aliadas a Boko Haram, el propio Boko Haram afiliado a Daesh, irrumpieron, de noche, en motos de largo asiento, tres por moto, gritando "¡Alá es grande!" e incendiaron, mataron, torturaron, sembrando terror y horror entre el pueblo cristiano.

Hago un reportaje para nuestros colegas de Paris Match.

El primer capítulo de un libro, En el camino de los hombres sin nombre, en Grasset.

Las primeras secuencias de una película, Otra idea del mundo, dedicada a las guerras más atroces y olvidadas del momento y, en este caso, a este Nigeria empapado en sangre donde se cruza uno más con muertos que con vivos, con sus iglesias sistemáticamente incendiadas, con sus sacerdotes crucificados.

Voy a defender su causa en el Palacio del Eliseo. En la Casa Blanca. En los platós de televisión.

Pero en vano.

El Estado de Nigeria, dirigido por una junta de oficiales seducidos por el islamismo radical y decididos a cerrar los ojos ante estas abominaciones, me entabla un proceso judicial.

Las cancillerías hablan de "incidentes comunitarios".

Africanistas publican un artículo donde me acusan de los "enfrentamientos inmemoriales" entre tribus indistintas. Amenaza un nuevo Ruanda.

Pero los mártires de Jos y de Kafanchan tienen el defecto de ser cristianos. No interesan a nadie. Y el mundo, además en plena pandemia de Covid, mira hacia otro lado.

*** 

Sudán.

He hecho tres grandes reportajes en Sudán durante veinticinco años.

Un reportaje en 2000, para Le Monde.

Otro, también para Le Monde, en el corazón del Darfur en llamas, en 2007.

Y otro más, para Paris Match, el verano pasado, que retomó el Wall Street Journal.

Soldados sudaneses celebran la toma de una ciudad frente a los rebeldes.

Soldados sudaneses celebran la toma de una ciudad frente a los rebeldes. Reuters

Las víctimas, esta vez, no son cristianas. Pero las imágenes que traigo no dejan lugar a dudas. En Darfur, es un genocidio, un verdadero genocidio.

Entre los nubios, es una hambruna organizada, una depuración étnica lenta, obstinada, implacable.

En el resto del país, son masacres, violaciones en serie, ciudades enteras borradas del mapa, una de las civilizaciones más antiguas del mundo, aún más antigua que la de Egipto, sistemáticamente saqueada.

Pero, de nuevo, silencio. El mundo tiene los ojos fijos en Gaza, en una ocupación imaginaria, un genocidio de propaganda, una hambruna orquestada por Hamás.

Y frente a Jartum destruida; frente a los testimonios de los sobrevivientes contándome las atrocidades de los milicianos del general rebelde Hemetti; frente a las imágenes de fosas comunes que trae mi compañero de viaje, el fotógrafo Marc Roussel; frente al asedio medieval de El-Fasher que concluye con ejecuciones en masa cuya barbarie supera la imaginación; frente a esta guerra más mortífera que todas las guerras de Oriente Próximo reunidas; frente a "la mayor crisis humanitaria del mundo", según las propias palabras de la ONU; frente a una hambruna verificada…

No se ve una manifestación callejera, no hay una protesta en las universidades, no hay una pancarta, no hay un grito, no hay una marcha blanca, nada.

Los musulmanes masacran a otros musulmanes. No hay forma de involucrar a Israel en esta abominación.

Sin judíos, no hay noticia.

***

Después, ¿es el efecto del alto el fuego en Gaza?

¿El "espectáculo integrado" que se cansa de todo, incluso de demonizar a los judíos?

¿La terquedad de los testigos que finalmente tiene éxito y la evidencia del horror que se impone a los más ciegos?

Sea como sea, desde hace algunas semanas, quizás algunos días, se observa un estremecimiento, un comienzo del despertar, un movimiento leve, muy leve, de almas y corazones.

Es como si el espíritu del mundo, adormecido por meses de indignación selectiva, consintiera en reabrirse los ojos. Y como si Occidente quisiera recordar que existen otros infiernos, otros pueblos torturados, otros rostros de niños hambrientos que ninguna pantalla muestra.

No es, lo repito, más que un murmullo. Un temblor.

Y aún no hemos visto banderas sudanesas o nigerianas al frente de un cortejo de manifestantes indignados en Nueva York, Roma o París.

Pero, en cuanto a Nigeria, son los periódicos estadounidenses los que descubren Kaduna y Jos, el Congreso el que se remueve y el presidente Trump, impulsivo y estridente, quien menciona, entre dos arranques en sus redes sociales, la idea de una intervención militar.

Sobre Sudán, es una incomodidad, un escalofrío, una curiosidad recuperada, un editorial aquí, un programa de televisión allá, tuits de ONG francesas que comienzan a ser retransmitidos y reporteros valientes que regresan a Port-Sudán y El-Fasher.

Y he aquí que estas dos guerras olvidadas, salidas de los radares, pasadas por alto, vuelven a rondar las conversaciones, atravesar los debates e imponerse, aunque sea por un instante, a la conciencia universal.

La Historia nunca está escrita. Siempre se tiene razón, a pesar de toda razón, en esperar.

Por mi parte, continúo la lucha.