Alauda Ruiz de Azúa.

Alauda Ruiz de Azúa. GTRES

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Un cine con más humanidad para los nazis que para las monjas

Lo que ha hecho Alauda Ruiz de Azúa con sus recientes declaraciones es convertir su película Los domingos en propaganda.

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Es muy probable que Alauda Ruiz de Azúa gane el Goya a la mejor película por Los domingos.

Pero ella misma se ha encargado esta semana de echar por tierra todo el valor que tenía la cinta más allá de las estatuillas que vaya a acumular en la estantería de su casa.

Recogiendo el premio Forqué, la directora tuvo la necesidad de explicarnos que su película, que respeta al espectador y lo trata como a un adulto con pensamiento crítico, trata sobre el adoctrinamiento religioso y sobre cómo este distorsiona tu percepción de la realidad.

En realidad, para algunos, Los domingos siempre ha sido una película de villanos y héroes.

Donde en la frase de "rezaré por ti" algunos vieron el mejor guion de una película de terror, otros vieron la única respuesta posible ante el agotamiento del discurso relativista y nihilista de la tía Maite.

Donde en la brillantísima interpretación de Patricia López Arnaiz algunos empatizaron con una tía preocupada, otros vieron a una mujer sectaria incapaz de abrirse a otra visión del mundo.

Y otros, ese espectador autónomo y adulto para el que Alauda dice haber hecho la película, vieron una familia compleja, enredada en sus afectos y sus conflictos, una propuesta vital sin trascendencia y otra que podría llegar a abrirse a ella, una mujer y una niña en búsqueda de sentido por caminos diferentes.

Pero ahora ha llegado la directora a explicarnos de qué va en realidad. Le ha faltado deletrearlo. Y hay quien ha respirado aliviado.

Ay, Alauda, que nos habíamos agobiado por un momento pensando que ahora teníamos que extender nuestra empatía natural a los católicos.

¿Quién necesita a la Santa Inquisición cuando ya tienes al "mundo de la cultura" para que te dicte los marcos de pensamiento?

Lo que ha hecho Alauda con su declaración es convertir su película en propaganda. Reducir sus personajes complejos y con matices a puros clichés y alimentar la sospecha natural con la que se mira al que vive distinto. Como si en España necesitáramos más de eso.

"En los próximos años, cuando hables de nosotros, ¿reconocerás siquiera que éramos humanos?", le pregunta el nazi Hermann Wilhelm Göring (Russell Crowe) a su psiquiatra en la recién estrenada Núremberg.

Me pregunto si Alauda se ha sentido como el psiquiatra que estudió a los nazis mientras se documentaba para su película.

Me pregunto si ha sentido que se le ha ido la mano con la humanidad cuando, de repente, su película ha servido para que el espectador se pregunte cosas como si es posible que el discernimiento vocacional sea algo más que una huida.

Me pregunto qué sentirán todas las monjas y las familias que han hablado con Alauda para ayudarle en su película cuando le hayan visto decir que su opción vital es fruto de un adoctrinamiento.

Que la directora las ve a todas ellas como víctimas de una secta.

O, peor, como manipuladoras.

El problema es que una parte del llamado "mundo de la cultura" se dedica en España más a la política que a la cultura. Parece más preocupado por firmar manifiestos que por hacer cine que recoja la complejidad del ser humano.

Está más cómodo en la consigna que en la duda.

Más seguro cuando se saludan entre ellos en alfombras rojas que cuando miran al otro.

Ese "mundo de la cultura" denuncia adoctrinamiento desde una visión cerrada que no permite grietas en sus dogmas y doctrinas, que no deja espacio a la posibilidad de que el otro no sea alguien subyugado (Ainara) o un agente de control ideológico (la madre superiora).

Ese "mundo de la cultura" sólo ofrece pensamiento crítico cuando coincide con las conclusiones de su propio panfleto.

Ese "mundo de la cultura" habla de discursos emancipadores mientras clasifica, etiqueta y reduce.

Y ese "mundo de la cultura" no permite disidentes, sospecha del que no hace explícita su adhesión al discurso oficial y exige la demostración constante de que se está en el lado correcto de la historia.

Hubo un tiempo en el que se consideraba que explicar demasiado la propia obra implicaba que no era tan buena. Ahora lo llamamos responsabilidad social.

Ya que Alauda se permite dudar de mi capacidad como espectadora para comprender e interpretar su película, yo me voy a permitir dudar de la completa veracidad de sus palabras.

No dudo de que Alauda piense que una vocación religiosa es fruto del adoctrinamiento. Pero sí cuestiono que ella misma se crea que su película va de eso.

Creo que la directora ha sido más verdadera en sus anteriores entrevistas, cuando ha hablado de su intención de comprender y de superar prejuicios, que en su discurso del premio Forqué, acelerado y balbuceante.

Y, afortunadamente, ese espectador adulto a quien tanto se dirige la directora tiene la capacidad de preguntarse si esto no tendrá más que ver con la cercanía de los Goya.

O con la presión que ejerce lo políticamente correcto en una cultura obsesionada con la idea de que la Iglesia Católica es una red de narcotráfico, abuso y trata.

Y que se pregunta si es así como se acaba haciendo un cine que es más amable con los nazis que con las monjas.