Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, atiende a la prensa a su entrada al Consejo Europeo de Copenhague.
El 'Furor' de Sánchez en medio del olor a urnas
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Pedro Sánchez se vino arriba en Nueva York. El hombre que alguna vez fantaseó públicamente con suprimir el Ministerio de Defensa, anunció a bombo y platillo en la capital del mundo que enviaría un buque de la Armada a proteger a la Flotilla a Gaza.
Ojo. No un barco de Salvamento Marítimo. Un señor barco de cien metros de eslora, dotado de cañón, ametralladoras y helipuerto, de nombre temible: Furor.
Los pacifistas que navegaban hacia la costa palestina jalearon la dotación de escolta castrense.
Este miércoles, horas antes del naufragio, hasta la antimilitarista Ione Belarra, la viva encarnación de la paloma de Picasso, animaba a Sánchez a emplear "todos los medios a su alcance" para proteger a la Flotilla. Incluidos los "militares".
Pero fue llegar a las aguas de exclusión marítima decretada por Israel y Furor se dio media vuelta. Los activistas echaron la vista a estribor, a babor y a popa, y ni rastro del primo de Zumosol.
Como en el soneto de Cervantes, Sánchez caló el sombrero, "requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada". Precioso estrambote.
Por eso, consumada la mamarrachada, ver este jueves al ministro Albares gallear ante las cámaras tratando de personificar la firmeza del Gobierno -"No voy a aceptar..., le dice a Israel- resulta patético.
En realidad, todo es una mascarada. Sánchez lleva desde este verano alimentando la caldera, consciente de que la cuenta atrás electoral ha comenzado. Empezó con los incendios de agosto, siguió con el boicot a La Vuelta en septiembre y abre octubre con Gaza.
No hay día sin sobreactuación del Gobierno o sin acto de propaganda.
Así, vemos renacer a Iván Redondo, el ex director del Gabinete de Sánchez, convertido en nuevo gurú demoscópico. Trae una encuesta en la que su antiguo jefe arrasa, Abascal se dispara y Feijóo se hunde.
Todo en la semana en la que la presión judicial sobre el entorno al presidente se vuelve asfixiante. Cuando dos tribunales vinculan ya la "influencia" de Sánchez con los negocios de su mujer y la contratación de su hermano.
La semana en la que la Intervención del Estado dice que los contratos al empresario que apoyó Begoña Gómez, Barrabés, fueron "injustos", "ilegales" y "arbitrarios".
La semana en la que un informe de la Guardia Civil revela que la asistente de la esposa del presidente del Gobierno no se limitaba a hacerle "favores puntuales", sino que gestionó su cátedra en la Complutense de forma sistemática, lo cual apuntala la tesis de la malversación que investiga el juez.
Y todo, después de que la Audiencia de Badajoz confirmase que David Sánchez Pérez-Castejón debe ir a juicio.
Huele a urnas y el PP ya planea un superdomingo electoral en al menos cuatro de las comunidades que gobierna, independientemente de que Sánchez acabe adelantando o no las generales.
Habrá que estar atentos para ver cuál será la próxima fragata que se saque el presidente de la manga tras la espantada de Furor.