Pedro J. Ramírez en su primera visita a El Hormiguero.

Pedro J. Ramírez en su primera visita a El Hormiguero.

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Pedro J. en El Hormiguero: un rockstar dando una masterclass de política y periodismo

Habíamos venido aquí a que Pablo Motos entrevistase a Pedro J. por el segundo tomo de sus memorias, 'Por decir la verdad' (Planeta). Enseguida nos damos cuenta de que lo de “entrevistar” es una forma de hablar, porque a ver quién le pone el cascabel al gato.

Más información: Pedro J. pide en 'El Hormiguero' una acción para acotar el tiempo en Moncloa: "Prohibido perpetuarse en el poder"

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Nerviosa minutos antes de que empiece El Hormiguero el martes noche: esto quién me lo iba a decir a mí.

Me he puesto mi mejor bata con una copa de Godello y unas gildas. Espero a que den las diez y acabo abriendo la cajetilla de Camel de las grandes ocasiones, sabiendo que a Mónica García se le ha encendido la alarma de la mesita de noche. A mí me estáis lanzando al tabaco entre todos.

Va por primera vez al plató Pedro J. Ramírez, mi jefe, un hombre al que yo quiero mucho y contra quien haga falta (que es como se estima de verdad: un poco con lealtad casi mafiosa, belicosilla), y no sólo porque me pague el sueldo, que también.

No me entretendré más aquí. Una, al final del día, es una sentimental, pero no quiero ni puedo competir con los pelotas profesionales que orbitan a su alrededor. Vergüenza me daría. ¡Son muy buenos en lo suyo! 

Lo explicará el propio director en un rato. Dios nos libre de ser Leire Pajín hablando de “conjunción astral” cuando coincidieron Obama en la Casa Blanca y Zapatero en Moncloa o de ser Javier Arenas diciéndole a Aznar que había estado “cumbre” por tener el reloj en hora. Cómo están las cabezas.

Me veo yo en el brete de escribir sobre mi jefe ahora, pero al final vengo a lo de siempre: a contar lo que he visto con ternurilla y un poquito de mala leche. 

De entrada, no se me ocurriría proponer a Pedro J. como Nobel de la Paz (como ha hecho el ministro Ángel Víctor Torres con Sánchez) porque un periodista siempre tiene que estar en guerra, y él lo está.

Experimento unos segundos de terror cuando arranca el programa con uno de esos bailecitos de Pablo Motos y un séquito inconcluso detrás. Son bailes de Tiktok, bailes simpáticos y antieróticos que a menudo atentan contra los derechos humanos. Lo primero que me digo es: no me jodas que han puesto a Pedro J. a bailar.

A mi estilo rumiante, sigo hablando conmigo misma, un poco disparada: "Qué gente, macho. La televisión nunca se ha entendido con los intelectuales. Tenía que volver Soler Serrano con sus entrevistas A Fondo y se nos quitaban aquí las ganas de francachela". Tocotó, tocotó. 

Pero no, al final no: sólo he vuelto a practicar mi súperpoder de calentarme sola. Qué niña más envenenada. Perdón, perdón. Pedro J. aún no está.

Le espero.

Ya llega. Momentazo. La verdad es que cuando es simpático, es el más simpático. Y cuando no, que se lo cuente a ustedes otra o la hemeroteca española. El caso es que entra Pedro J. vibrante, exultante. Por supuesto, con tirantes, porque uno nunca puede abandonar al personaje literario que lleva cosido a la chaqueta y que le subraya histórico. Mucho carisma aquí. El público, vencido. Hay fandom, hay vítores.

Yo veo aquí tempo de rockstar. Se detiene largos segundos frente a las gradas para dejarse querer y para querer, con alta torería. Son 45 años en la batalla y algunos más en la seducción.

La peña le sigue aclamando. Pablo Motos me da ternura, ahí de pie esperando, viéndolas venir: ya es prácticamente una azafata. Me figuro por qué el director está tan contento: un periodista de prensa nunca ve espectadores al otro lado. Ve lectores. Trabajamos para ellos, para ustedes. Y un liberal como él, además, ve a ciudadanos.

Uno siente que está en el lugar correcto: hablando para la gente, pensando para la gente. Pedro J. siempre ha querido cambiar el mundo. Y por si fuera poco, lo ha conseguido varias veces.

A mí me parece que cuando sonríe mucho, Pedro J. deja de ser una criatura de la actualidad, vuelve atrás en el tiempo y yo llego a intuir al crío que una vez fue. O a ese jovencillo apasionado del teatro, de la escena: de la naturaleza de uno mismo y de la de los otros, qué sé yo, del ser humano.

Me acuerdo de eso que dijo Umbral sobre él: dijo que era un hombre con el "alma apaisada", porque jugaba como un niño y tenía la sabiduría de un viejo. Esto me pareció hermoso. Siempre me parece hermoso que los tipos difíciles como Paco abandonen un segundo el cinismo: hagámoslo todos... pero sólo un segundo.

En fin, habíamos venido aquí a que Pablo Motos entrevistase a Pedro J. a cuenta del segundo tomo de sus memorias, Por decir la verdad (Planeta). Enseguida nos damos cuenta de que lo de “entrevistar” es una forma de hablar, porque a ver quién le pone el cascabel al gato.

Me sonrío bastante con esto mientras me como una de las gildas: no contaban con que aquí había llegado papá. O sea: es el periodista más influyente del último siglo, ¿qué esperaban los amigos de la tele? ¿Un paseo por el campo? ¿Una charla sobre submarinismo con Aitana?

Las preguntas, estaba claro, las acaba haciendo Pedro J., al público y hasta a la hormiga de peluche.

Lleva la batuta de la conversación y cuenta un poco lo que quiere, llenísimo de historias, de análisis y de referencias. Esto es My Way, de Frank Sinatra. O aquella película fantástica de Robert Rossen llamada El buscavidas donde uno entiende que en la vida no basta con tener talento: también hay que tener carácter.

Como exige titulares, también los da. Repasa su trayectoria profesional de espinas políticas. Todas esas zancadillas. “Ya no me van a poder echar”, dice, con ademán de rapero al cierre de una barra. Esta frase tiene mucho poderío. Se me ocurre que uno siempre está aspirando dignamente a saber irse de los sitios, pero ésta es una conquista de otro nivel, de un nivel más sofisticado y autárquico. Ya-no-te-pueden-echar.

Dice que todos los problemas que ha tenido han sido por publicar cosas que eran ciertas, y no al revés. Le mete el dedo en el ojo a Rajoy y recuerda: “Yo no escribí ese SMS”. Jajá. Mariano mañana no sale a correr por Aravaca, eso seguro. Mañana Mariano se levanta con mal cuerpo.

Se refiere al "caso Sánchez", incide en la caducidad de los poderosos y sostiene que ocho años es tiempo suficiente para haber desarrollado un proyecto en un sistema parlamentario democrático. “Nos prohíben muchas cosas los políticos. Prohibido fumar, prohibido pisar el césped, prohibido pactar el alquiler con tu inquilino”, desliza, y se dirige a las masas: “¿Qué os parece ‘prohibido perpetuarse en el poder’?”. Suenan unos tambores muy bien puestos, muy epatantes, como de “chimpún”. El público se deshace.

“¿Vosotros creéis que España funciona?”. “¡Nooooo!”, responden las gradas, efervescentes. A estas alturas mi inquietud ya es que El Español pierda al director y España gane un nuevo presidente.

Tenemos delante a una máquina del palique. 

Los días de pádel y mosqueos con Aznar a cuenta de una guerra infame.

El melón con sal que comía Zapatero.

La cosa didáctica del director, la cosa cuentacuentos, la cosa captadora de futuros periodistas cuando le suelta (en un sorprendente tono cándido, entre el maestro y el abuelo) a una de las hormigas: “¿Sabes qué características se necesitan para ser un buen reportero? Ojos bien abiertos, como los tuyos. Antenas desplegadas. Y colmillo”, en alusión poética al diente picudo de Trancas. O de Barrancas, ya no sé.

Luego se pone medio a tontear con la hormiga, medio a chulearla: esto ya es indistinguible.

Yo me lo estoy pasando como una niña chica. 

Hay un pequeño forcejeo dialéctico. La hormiga trata de revolverse un poco contra su destino pero no hay manera. Pedro J. la ha noqueado sacando la carta Churchill. Cita a ese genio extravagante que da tanto picantito, otro de esos hombres que se levantaban por las mañanas con la certeza de que iban a guionizar su propia vida. "No me interrumpas mientras te estoy interrumpiendo", sonríe el director, pizpiretísimo. 

En algún momento, a cuenta de las entrevistas, Pedro J. nos menciona a mi compañero Dani Ramírez y a mí y mi familia, que está pegada al televisor desde Málaga, empieza a tirarme el teléfono abajo, emocionada.

Ahora creen que soy una chica importante y yo les digo a ustedes la verdad: voy a dejar que lo crean, así que síganme el rollo. 

Mi madre me manda un Whatsapp: “¡Qué subidón!”. Jajá. Mi Rosa Mari. Creo que en la próxima comida me tocarán más cigalitas plancha que a mis hermanos. Jaque mate, ateos. 

Motos ya ha entendido que estamos en una masterclass. Renuncia a todas sus preguntas y se rompe mentalmente el folio y la camisa, como Camarón. 

Claro que no pudo ponerle el cascabel al gato, porque no había gato: esta vez era un león.

Pero se abrazan desde sus distintas estaturas, con afecto, y Pablo apoya un poco la cabeza en su pecho. Me quedo en esa imagen. Lo que yo llamaría una gran noche.