Pasajeros en la estación de Chamartín (Madrid) a la espera de que se restablezca el servicio.

Pasajeros en la estación de Chamartín (Madrid) a la espera de que se restablezca el servicio. Efe

Columnas SIN SOLTAR AMARRAS

La España del Tercer Mundo

Hace veinte, diez, cinco años, los trenes españoles eran tan puntuales que si se retrasaban te devolvían el dinero del billete.

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No mucho tiempo atrás, cuando querías asegurarte la hora de llegada a un lugar te desplazabas en tren. Hoy el tren es sinónimo de incertidumbre y de riesgo.

Hace veinte, diez, cinco años, los trenes españoles eran tan puntuales que si se retrasaban te devolvían el dinero del billete. Ibas a las estaciones y te encontrabas un micromundo amable, lleno de gente que ni se imaginaba que podían anular su viaje o retrasarlo tres horas sin previo aviso.

Si hace cinco años me dicen que la era Sánchez iba a acabar también con eso, no me lo habría creído.

Pero ahí estamos. No hay día sin su avería. No hay semana sin gente tirada en las estaciones, gente caminando por las vías cargando con las maletas y el cabreo, gente atrapada en un vagón o que no tiene ni idea de si podrá empezar las vacaciones o regresar al trabajo.

Ahora, un viaje en tren es una aventura. El otro día se fue mi hermana en el AVE a Pontevedra y me despedí de ella como si se marchase a la legión extranjera, "un abrazo, a ver si hay suerte, ve contándonos cómo va".

Hemos pasado de que te indemnicen por llegar cinco minutos tarde a celebrar con alborozo un retraso de media hora en el mismo AVE que antes volaba.

Está tan mal la cosa que empezamos a añorar los trenes de nuestros abuelos. Aquellos trenes de traqueteante dignidad que luchaban contra los elementos para conservar la puntualidad y la decencia, y que eran más fiables que los trenes de Óscar Puente.

Sorprende la inclasificable actitud del ministro de Transportes, que tuvo cortada una semana entera la comunicación ferroviaria con Galicia y no se le escuchó ni una palabra de compasión para los que se quedaban tirados.

Trenes AVE de Renfe.

Trenes AVE de Renfe. EP Sevilla

A Puente le da igual (es la clave de este gobierno, que todo se la fuma), pero esas imágenes de las estaciones convertidas en un plató de The Walking Dead, con los niños durmiendo en el suelo, la chavalería mirando como en trance al horizonte de las pantallas informativas y los viejitos diciendo que no saben si tendrán tren, son otra puñalada a nuestra cada vez más frágil imagen exterior.

Aquellos trenes de otra época, fiables al 100%, eran la metáfora de una España en desarrollo, y los trenes del ministro Puente son un símbolo de la descomposición de un país.

Puente, eslabón perdido en la evolución de la dignidad institucional, se defiende con datos de 2022 (como experimento, animo a un consejero de una comunidad gobernada por el PP a hacer lo mismo, ya verá la que le cae) y se despacha diciendo que tenemos que acostumbrarnos a este sindiós del que, por supuesto, tienen la culpa otros: Rajoy, la Transición, Franco, Isabel II o el conde duque de Olivares, tan malo él.

Cualquiera menos quien lleva años mandando.

Claro que tampoco hay que escandalizarse. Cuando Sánchez hizo ministro a Puente, no le pidió que se ocupase de los transportes, sino que repartiese estopa.

Mientras Puente se dedica a X con la fruición de un enajenado, se le olvida que en su ministerio está uno de los pilares de cualquier país: el sistema de transportes.

Si Sánchez le llama para preguntarle por los trenes, supongo que Puente contestará “tú sabrás, macho, que me colocaste para otra cosa”.

No es el único. El Consejo de Ministros es una guardia pretoriana de señores y señoras, la mayoría con nula preparación para el cargo que ocupan, comprometidos con la permanencia de Sánchez en la Moncloa, no con los españoles.

Nuestros trenes ejemplares son ya tercermundistas. La receta del ministro del ramo, ese pitecántropo de las formas más elementales, es que hay que aguantarse.

Sabina cantaba “yo me bajo en Atocha”, y ahora habría que apostillar “si es que antes el tren no se para en mitad de un secarral y tengo que hacer noche en un vagón, sin agua y sin explicaciones”