La primera playa Sardinero.

La primera playa Sardinero. Nacho Cubero / Europa Press

Columnas TIRANDO DEL HILO

Cuando Bali es la alternativa económica a Mallorca

Al español medio le sale ya más barato sorber un kuwut ice en una isla indonesia que un gintonic en Cala Saladeta.

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En España nos hemos consolado desde hace tiempo con la máxima de que, a pesar de nuestros políticos, a pesar del estado de la economía, a pesar del paro y de todo lo demás que nos ocurre, “como en España no se vive en ningún sitio”.

El buen tiempo, la playa, el tinto de verano y los espetos.

La buena comida, las noches de fiesta, el paseo en barco.

Cerca del mar es un poco más fácil ser felices, y suerte la nuestra de vivir en un país abrazado por playas en tres de sus cuatro costados.

Por supuesto, este ya no es un secreto nacional. Presumimos de ser el destino estrella de los turistas y llevamos este dato como una brillante chapita en el pecho, como un gran éxito de la Marca España, que está a punto de adelantar a Francia por la derecha en cifras de visitantes.

Es llamativo, sin embargo, lo poco que atendemos a la realidad que esconden estas cifras. Al retrato cultural patrio que nos ofrece y que deja patente la expulsión autóctona con olor a crema solar.

Porque, aunque estemos atrayendo a un número récord de turistas, cada vez menos españoles pueden irse de vacaciones a las playas de su propio país.

O, dicho de otra forma, cada vez más españoles reciben la invitación, en forma de precios absolutamente desorbitados, de irse al extranjero.

Las islas de Cabo Verde o incluso Punta Cana o Mauricio son las alternativas que se plantean como económicamente similares e incluso menos costosas que el lujo de una semana en Mallorca o Tenerife.

Podría decirse que hemos conseguido un milagro económico que ni los más creativos hubiesen visto venir: irse al otro lado del planeta puede resultarle a un español más barato que pasar una semanita en su propia costa.

Es decir, le sale más a cuenta sorber un kuwut ice en una isla indonesia que un gintonic en Cala Saladeta.

Británicas en la playa de Salou, dentro del Saloufest.

Británicas en la playa de Salou, dentro del Saloufest. Ilovetour

Nuestro modelo de turismo se ha desarrollado de tal forma que sólo tienen la posibilidad de disfrutar de nuestras playas quienes más puedan pagar, y no hay que ser un catedrático en economía para intuir que ese no es el español medio.

No con los salarios ni los precios del alquiler ni con el elevado coste de vida al que vive sometido el resto del año.

No con hoteles que han aumentado sus precios en más de un 50% desde 2021, ni con vuelos a las costas españolas que han aumentado en algunos destinos hasta un 63% en los últimos dos años.

Lo llaman la ley de la oferta y la demanda, pero cuando esa oferta sólo es asumible por los que vienen de fuera, cuando los españoles tenemos que “huir” de nuestras playas y optar por destinos extranjeros porque son los únicos económicamente viables, más que de libre mercado estamos hablando de expulsión económica.

El turismo se nos ha vendido como el motor del progreso español y con razón, considerando la falta flagrante de industria. Pero ese motor que tanto se ha ensalzado ha acabado convirtiéndose en una apisonadora que arrambla a su paso no sólo con el disfrute de nuestras propias costas, sino con la habitabilidad de nuestro propio país.

Como escribió David Foster Wallace en un genial ensayo sobre el festival de langostas en Maine, ser un turista de masas “es imponerse en lugares que, en todos los aspectos no económicos, serían mejores, más reales, sin ti” y concluye que, “como turista, te conviertes en alguien económicamente significativo, pero existencialmente repugnante, un insecto sobre un cadáver”.

El planteamiento es incómodo, pero es real. Un sistema económico basado en el turismo (inevitablemente, de masas) extranjero, expropia a sus ciudadanos de su entorno para convertir al país y sus parajes en decorados con IVA.

Un sistema económico que vive de un turismo que sus propios ciudadanos no se pueden permitir, lo que pone a la venta no es hospitalidad: es su propio hogar.