La actirz Sydney Sweeney, en la última campaña de una empresa americana de vaqueros.

La actirz Sydney Sweeney, en la última campaña de una empresa americana de vaqueros. American Eagle

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La campaña de vaqueros de Sydney Sweeney no es fascismo, es falta de imaginación

Lo que me inquieta no es que una tía guapísima venda pantalones, sino que la nostalgia sea el único refugio cultural posible.

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Sydney Sweeney ha grabado unos cuantos vídeos en vaqueros y camiseta blanca para American Eagle. Y allí donde la Bolsa ha visto un éxito de publicidad, hay quien ha detectado el avance imparable del fascismo.

El eslogan, que habla de los buenos genes de la protagonista del anuncio, es nazi. Y el cuerpo de Sweeney hay que prohibirlo porque es una vuelta al canon de belleza opresivo.

Poco más y todas las que llevaron pantalones de tiro bajo en 2004 van a tener que salir con comunicados a pedir perdón.

La campaña en cuestión no es especialmente provocadora ni especialmente creativa. Es lo de siempre: una mujer famosa, rubia y guapísima posando de manera sensual con unos vaqueros.

¿Sexualizada? Por supuesto.

¿Innovadora? Tampoco.

La receta había sido inventada y siempre había funcionado. Y funcionó. American Eagle está disparado en bolsa, y los woke están sumamente cabreados.

Lo gracioso es que la estética es absolutamente de los 2000, pero de haberse emitido en esa época de glorificación de la anorexia y de hipersexualización, el anuncio habría sido casi hasta inocente y curvy.

Uno compara este anuncio con la publicidad de la misma empresa en 2019 y la diferencia en la propuesta estética habla por sí sola.

Y ahora resulta que en uno de estos arcos de pensamiento progresista complejos de seguir, el hecho de que un anuncio aluda a que Sydney Sweeney ha sido bendecida con una gran genética tiene algo que ver con blanquear el nazismo.

En realidad, lo único escandaloso de este asunto (si es que hay que escandalizarse por algo, que tampoco hace falta) no es el cuerpo de Sweeney, sino la poca imaginación detrás de todo esto.

Que la solución publicitaria post-woke sea volver a Britney, pero con los tonos pastel de Wes Anderson, da como pereza.

Es de agradecer si significa que por fin estamos pasando la etapa publicitaria de muchos colores, muchas tallas, muchas orientaciones, pero poca propuesta vital. Las del carpe diem y el you only live once y mucho salto desde una catarata y mucha cerveza, pero poca verdad. Mucha sonrisa libre y empoderada, pero poca idea de hacia dónde se va.

Pero cambiar eso para volver al abdominal en la marquesina, aunque no es fascismo, sí es prueba de una incapacidad para la imaginación tremenda.

No vayamos a creernos que la cámara enfocando el pecho de Sweeney mientras ella sonríe y te pide que le mires a la cara es conservador o batalla cultural. Es dinero, amigos.

¿No hay otras maneras de celebrar el cuerpo, la ropa, la identidad, sin tener que reciclar el pasado una y otra vez? Si la respuesta a los excesos del activismo es el revival de Abercrombie, mal vamos.

A mí me da igual cómo gestione American Eagle sus campañas publicitarias. Pero puestos a llevarme las manos a la cabeza, no me inquieta especialmente que una tía guapísima venda pantalones. Esa ya me la sé.

Lo que sí me obsesiona un poco es que la nostalgia no debería ser el único refugio cultural posible.