2025 ya tiene una de esas historias de ascenso y caída de las que se hablará en las crónicas de Hollywood por varias razones. La primera de ellas, porque nadie la vio venir.

Nadie vio venir que en una de las industrias con mayor afán de inclusión y sororidad pudiésemos ser testigos de la subida y el desplome de una actriz transgénero. De la primera actriz transgénero nominada al Oscar.

Qué poco ha durado la alegría del progreso después de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Karla Sofía Gascón junto a Selena Gómez.

Karla Sofía Gascón junto a Selena Gómez.

Me van a disculpar esta referencia gastronómica, pero Karla Sofía Gascón ha pasado de ser el perejil de todas las salsas de esta temporada de premios a convertirse en el cilantro que nadie quiere cerca de su plato. Netflix ha centrado la promoción de Emilia Pérez en su compañera de reparto Zoe Saldaña, y no le va a costear a Gascón los viajes y los trajes para asistir a las galas de los premios a los que está nominada.

Karla Sofía no va a asistir a los Goya y se duda de su presencia en los Oscar. Parecido al cuento de La cenicienta, ha tenido que subirse en su carroza convertida nuevamente en calabaza y volver por donde había venido antes incluso de llegar a la fiesta. 

¿La razón? Escribir en X lo que no debía. O lo que Hollywood considera que no debía. Porque, sin entrar en el contenido de lo que sí puso, todos sabemos que si en uno de esos tuits hubiese escrito que Trump era la reencarnación del mismísimo Belcebú, nadie hubiese movido una pestaña. 

Yolanda Díaz durante su entrevista de esta semana en el programa de Carlos Alsina que "cuando fue nominada me llevé una alegría extraordinaria, por lo simbólico, por la fuerza que representa. Cuando leí los tuits, que no son tuits, que son reflexiones que uno hace, me disgusté profundamente".

Es aquí donde está la clave de todo. En el simbolismo. Como decía el teólogo francés Jean Calvin, la naturaleza del hombre es una fábrica perpetua de ídolos, y tan rápido como los creamos los volvemos a destruir. 

Este sacrificio público de una personalidad que hasta hace dos días era el faro de la libertad muestra que no se puede ser trans (y ya puestos, miembro de cualquier minoría) de la forma en que a uno le venga en gana.

No se puede ser trans como tú quieras. No se puede ser trans y escribir tuits contra el islam o contra Podemos o contra las vacunas.

Sencillamente, no se puede.

Si quieres ser aupada como símbolo (un aupamiento que, por cierto, tú misma has promovido), si quieres formar parte de la gran vitrina de etiquetas inmaculadas, de los becerros de oro, tú también tendrás que ser inmaculada

No es un secreto que la credibilidad de los premios de la industria cinematográfica llevan años en entredicho. Pero estas últimas semanas han dejado claro que los premios no se conceden por la calidad de las películas: los premios se conceden por cómo se vive fuera de ella. Por el guion que se representa en la vida real.

Esto no va de arte, ni de cine, ni de actuaciones estelares. Esto va de ser irreprochables, porque el rótulo que acompaña tu vida significa algo, representa algo.

Una interpretación mediocre se puede salvar con el comodín del símbolo. Unos tuits salidos de tono, ni soñarlo. 

Es ciertamente reduccionista, por no decir descabellado, asumir que ser una persona transexual implica tener unas opiniones establecidas y determinadas. Como si para ser trans hubiese que encajar en un determinado molde, en una determinada forma de ser y de estar en el mundo, cuando el eslogan siempre ha sido "sé tu yo real, sé como tú quieras ser, no permitas que nadie te corte las alas y coarte tu libertad". 

La industria del entretenimiento hollywoodense siempre ha tenido unos tentáculos siniestros. Tentáculos que quedaban en las sombras, pero que afectaban el devenir de muchas carreras. Estos tentáculos son, por supuesto, los intereses. Intereses que están más o menos expuestos, que son más o menos visibles, pero que siempre están presentes. Intereses que, según el momento, llevan a una u otra decisión. 

Si interesa tu etiqueta, si resulta útil, se explotará tu imagen para que te reconozca hasta el último apuntador de la última sala del edificio.

Pero cuando dejes de ser provechoso, cuando tu imagen cambie, cuando tu prestigio varíe, los mismos que te auparon como la luz de la diversidad y el progreso te dejarán caer.

O, mejor dicho, te derribarán.