En 2025 se cumplen treinta años de la histórica Declaración y Plataforma de Acción de Beijing que transformó la agenda de los derechos de las mujeres.
Este Día Internacional de la Mujer está enfocado precisamente a reivindicar el cumplimiento de los compromisos adquiridos en relación a la diversidad. Para las mujeres y niñas en TODA su diversidad: derechos, igualdad y empoderamiento.
La diversidad, esa arma arrojadiza.

Donald Trump, esta semana, en su comparecencia en el Congreso. Reuters
Una de las primeras órdenes ejecutivas del presidente Donald Trump al iniciar este mandato dinamitador pretende eliminar todos los programas existentes de diversidad, equidad e inclusión (DEI) en las empresas norteamericanas. Han sido varias grandes tecnológicas como Amazon, Google y Meta las que más se han apresurado a revertir o reducir sus políticas en estas áreas, eliminando contenido relacionado de sus sitios web y reportes anuales.
Hay algunas otras compañías que se han apuntado a la deconstrucción.
Pero lo curioso de Bezos, Cook y Zuckerberg es que sus organizaciones habían venido reivindicando sonora y públicamente la importancia de implementar estas políticas.
Todos, sin excepción, reconocían que, en sus respectivas empresas, la diversidad, la igualdad y la inclusión no sólo eran valores fundamentales, sino también componentes esenciales para la innovación, la satisfacción del cliente y, en definitiva, el beneficio y el éxito empresarial.
Pero los techboys se pusieron la trumpigorra de MAGA, cual cucurucho de papel de aluminio al revés para asegurar el achicharramiento de los respectivos cerebros, y tardaron un suspiro en renegar y revertir esas políticas que tan imprescindibles eran anteayer para sus negocios.
¿O sería mejor decir que han vuelto a su ser?
¿Qué siempre pensaron así y solo actuaron movidos por ese progresismo woke al que se le echa la culpa de todos los desmanes habidos y por haber, dejando para el arrastre el libro albedrío y la responsabilidad individual?
No nos equivoquemos. No es sólo eso ni son sólo ellos. Ni mucho menos.
El feminismo (es decir, la igualdad real entre hombres y mujeres) está en crisis. Se enfrenta a una reacción tan organizada desde lo involucionista como lo fue la acción que lo impulsó desde lo identitario.
Entre todos lo mataron y él solo se murió.
En un mundo sujeto a la ley del péndulo, donde ya no hay debate entre iguales, sino confrontación entre bandos, hemos pasado de la glorificación excesiva y acrítica a la deslegitimación sin argumentos de una causa universal por la igualdad y la libertad que, no lo olvidemos, es de y para toda la sociedad.
La superioridad moral que juzga y divide desde el dogmatismo es tan corrosiva como la ridiculización que busca destruirlo desde el revanchismo y el odio.
El feminismo que se consideró hegemónico y oficial ha funcionado demasiadas veces como un culto religioso que repartía bulas y excomuniones. El resultado ha sido que una parte importante de la sociedad ha decidido oponer otro feminismo o bien una visión posfeminista según la cual ya hemos llegado al mejor de los mundos posibles y en todo caso el peligro está en pasarse de frenada y cambiar una opresión por otra.
Creo que el asunto se enconó cuando la cuestión dejó de ser la libertad de las mujeres y pasó a ser exclusivamente la igualdad. Mi liberalismo es compatible con políticas públicas destinadas a fomentar la igualdad allí donde no surge de forma natural.
Pero el objetivo siempre fue que las mujeres disfrutaran de una libertad que durante mucho tiempo les fue vedada. Se trataría de observar la realidad y analizarla para saber qué falla y qué se puede hacer.
Si asumiéramos este principio, podríamos hablar de políticas concretas para nuestras sociedades, ponerlas en práctica y analizar sus resultados. Sería la forma racional de actuar.
Y tendría otra ventaja indudable: podríamos hablar de la situación de las mujeres en otros países y en otras regiones.
Las guerras culturales siempre son guerras civiles. Resulta paradójico cuando se discute sobre unos valores que se quieren universales, que tienen base en los Derechos Humanos.
El caso es que andamos muy en precario.
A pesar de la campaña del Ministerio de Igualdad para este año ("Nuestra voz. Más alta. Más clara. Más fuerte"), parece que el presidente Sánchez ya da por amortizada a la ministra Ana Redondo, y que este será su último 8M.

El presidente del Gobierno Pedro Sánchez conversa con la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, junto al presidente de CEPYME, Gerardo Cuerva.
Al fin y al cabo, Yolanda Díaz le ha comido el protagonismo feminista. Y en las manifestaciones de hoy en España se respirará el enorme impacto que ha supuesto la que llaman "la troika de los babosos" (Ábalos, Errejón, Monedero). El impacto de la hipocresía, el cinismo, el engaño, la traición a supuestos principios enarbolados como espadas.
Además de nuestras Jennys y Saras que denuncian agresiones sexuales que hace poco hubieran seguido ocultas, además de las muchachas que se parten el pecho estudiandos dos carreras para acabar de becarias eternas que no pueden sino vivir en casa de sus padres con 35 años, además de las mujeres que siguen encontrando roto y sin reparar ese peldaño para ascender a los puestos de dirección, además de las madres postergadas y las abuelas rellenado brechas de todo tipo… a mí me gustaría que este 8M no olvidáramos poner también el foco combativo fuera de nuestras fronteras.
En aquellos países como Irán o Arabia Saudí donde mujeres sin apenas derechos no dejan de dar la batalla por la libertad y la igualdad cada día.
En las mujeres congoleñas que siguen siendo víctimas de atroces violaciones como arma de guerra.
En las niñas a las que se continúa casando en Afganistán, a las crías ruandesas o nigerianas objeto de mutilación genital.
En los miles de mujeres ucranianas que resisten en el frente.
En las mujeres rusas y venezolanas que mantienen la dignidad y la antorcha de la disidencia mientras sus seres queridos son encarcelados, torturados y asesinados.
En cada esquina de este mundo común donde una niña o una mujer es privada de sus derechos, que son los de todos nosotros.