Podría ser una analista política mucho más solicitada si fuera una de esas que siempre tienen una opinión rápida y sardónica sobre los eventos políticos del día. El cinismo vende. O, al menos, consigue clics y admiración.
No me refiero a la sátira, que puede ser la forma más deslumbrante de análisis político. No, hablo del cinismo puro y simple: ese atajo barato para parecer inteligente.
Con el regreso del presidente Donald Trump a la Casa Blanca, sus seguidores más fervientes celebran la idea de destruir lo que creen que es un “sistema roto” en Estados Unidos.
Por otro lado, muchos de los que se opusieron a él hacen vaticinios ominosos de una guerra civil y el fin de la democracia estadounidense tal como la conocemos. Algunos han abandonado el país. Algunos han venido a España con la esperanza de escapar de la amarga política partidista.
Los estudiosos han relacionado el cinismo con el radicalismo. Hiel, Van Assche, Haesevoets, De Cremer y Hodson (2021) argumentan que el cinismo es una "actitud ideológica relevante" tanto en la extrema izquierda como en la extrema derecha.

Donald Trump durante el discurso sobre el Estado de la Unión en 2018.
Según ellos, la polarización en torno a los temas no impulsa la radicalización. Esta, en cambio, está marcada por el cinismo político, impulsado por la ira.
Un ferviente seguidor de Trump y un republicano clásico pueden coincidir mucho en términos de políticas, pero lo que los divide es el cinismo político combinado con una actitud antiinmigración.
Los radicales y los moderados de izquierda pueden compartir muchas ideas, pero lo que diferencia a los radicales es el cinismo político junto con una postura antiglobalización.
Mi opinión menos científica siempre ha sido que los cínicos temen parecer ingenuos o estúpidos, por lo que se esconden tras una fanfarronería muy familiar. El mundo es un lugar peligroso lleno de gente egoísta y codiciosa que ha manipulado el sistema, y no se puede hacer nada al respecto. Si piensas lo contrario, eres un optimista ingenuo o un tonto sonriente.
Esto no significa que yo no haya tenido mis momentos de cinismo. Hice algunas predicciones apocalípticas cuando Trump ganó en 2016. Y el 6 de enero de 2021 fue la encarnación de algunos de mis peores temores.
Las cosas malas suceden. La democracia es desordenada, imperfecta y frágil porque depende de las personas: tanto de la ciudadanía voluble como de un elenco interminable de líderes.
Quizás sea una optimista por naturaleza, tal vez debido a mis raíces californianas, pero también he descubierto que el conocimiento puede ser una fuente sólida de esperanza.
Estar en el aula todos los días me obliga a profundizar en los temas y sus diversas explicaciones, apoyos y oposiciones. Porque mi trabajo no es decirle a mis estudiantes qué pensar, sino desafiar su pensamiento. El antídoto contra el cinismo es la información que introduce matices en un escenario cínico de blanco y negro.
Dependiendo de tu visión del mundo, podrías estar esperando con entusiasmo el segundo mandato de Trump, o temiéndolo. En cualquier caso, la realidad será mucho más compleja porque Trump ha sido elegido presidente, no rey, de Estados Unidos.
Sí, su Partido Republicano controla tanto el Senado como la Cámara de Representantes. Esto le da dos años para hacer todo lo posible antes de las elecciones de mitad de mandato, que reconfigurarán una o ambas Cámaras.
Eso, si los demócratas logran reorganizarse. Entre tanto, sin embargo, los republicanos sólo tienen una estrecha mayoría de cuatro representantes en la Cámara. Esto importa porque no existe “disciplina partidista” en la política estadounidense como en el sistema parlamentario español.
Los senadores y representantes no deben sus escaños a haber sido colocados en una lista de partido. Tuvieron que ganar unas elecciones por mayoría simple en su Estado o distrito. Esto significa que deben lealtad primero a sus votantes, y si estos son moderados, puede que tengan que votar en contra de algo que Trump quiera.
Esto sucede todo el tiempo y es la razón por la que existe un puesto en el partido llamado “whip” (coordinador de votos). Este es el trabajo que tuvo Frank Underwood en House of Cards, contando votos y presionando a los legisladores. Dado que los Estados y distritos moderados suelen representar una mayoría ajustada, los votos de sus representantes suelen moderar las inclinaciones más extremas de ambos partidos.
Además, Estados Unidos es un sistema federal, lo que significa que la mayoría de las leyes y la gobernanza ocurren a nivel estatal. Tan pronto como Trump fue elegido, los gobernadores de estados como California y Nueva York se movilizaron prometiendo oposición.
Los gobernadores de Colorado e Illinois fundaron una organización llamada “Gobernadores para la Salvaguarda de la Democracia”. En el primer mandato de Trump, los Estados pudieron modificar e incluso bloquear algunas de sus políticas mediante acciones legales.
Esto no quiere decir que no vaya a haber momentos feos y desgarradores cuando intente cumplir algunas de sus promesas, especialmente las deportaciones masivas. Algunos Estados lucharán contra esto, y si se vuelve realmente horrible, los republicanos en el Congreso podrían dudar. Y una barrera final podría ser la comunidad empresarial, que depende de la mano de obra migrante.
Este desorden de la democracia estadounidense (y de todas las democracias) hace que cada tema sea mucho más complejo de lo que los cínicos quieren hacer creer.
No dudo que Trump pueda tener éxito en degradar aún más el sistema, y habrá consecuencias dolorosas para los estadounidenses y el mundo. Pero podremos sobrellevar estos próximos cuatro años mejor si enfrentamos estos temas de cara, con toda su intrincada complejidad, en lugar de refugiarnos en la fría comodidad del cinismo.