La primera vez que leí algo del psicólogo Jordan Peterson fue precisamente en redes sociales. Se trataba de un tuit en el que comentaba una portada de Sports Illustrated, en la que aparecía una modelo curvy. Las palabras de Peterson leían "Lo siento. No es bonita. Y ninguna cantidad de tolerancia autoritaria va a cambiar eso".

Por ponerlo suave, mi primera impresión de este señor no fue excesivamente buena.

Y esto es lo más habitual que nos puede pasar en la vida. Y también lo mejor. Encontrarnos con gente con la que estamos en desacuerdo en el fondo y en la forma. De la que no nos gusta ni lo que dice ni cómo lo dice, pero que, precisamente por ello, configura una parte esencial de vivir en sociedades sanas: permitir la discrepancia y la discusión, la equivocación. Y permitir también el poder darse libremente la vuelta y dejar de escuchar.

En otros lugares, donde la mente homogénea es la norma y no hay espacio para la oposición de pensamiento, existe una tercera vía que pasa por la reeducación. Una puerta por la que se empuja a la fuerza a quien piensa de forma errónea y por la cual se accede al paraíso de la verdad absoluta.

Esta tercera vía, que parece sacada de una novela de Orwell y ha sido a lo largo de la historia una práctica común en regímenes comunistas, es la nueva moda pedagógica en Canadá. Y, si no, que se lo pregunten a Jordan Peterson.

El año pasado Peterson recurrió una resolución del Colegio de Psicólogos de Ontario que le había ordenado someterse a un curso de reeducación en redes sociales con expertos de la materia. Según se entiende, su pecado fue tuitear opiniones que el colegio consideró "impropias de un psicólogo" sobre temas como el movimiento trans, el racismo, la sobrepoblación, la Covid-19, la crisis climática. El físico de una modelo curvy.

Hace unos días, el Tribunal de Apelación de Ontario desestimó su recurso. Es decir, o accede a la reeducación o puede despedirse de su licencia.

Lo que apuntó Orwell en 1984 sobre el doblepensar —"saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas; emplear la lógica contra la lógica"— parece una profecía del lugar al que nos estamos dirigiendo.

En el caso de Peterson, es bastante obvio que son sus ideas, y no su forma de exponerlas, las que le han llevado a la situación en la que está. No hace falta estar de acuerdo con lo que dice para reconocer que es una injusticia bastante preocupante.

Muchos de sus tuits son irrespetuosos y carentes de cualquier mínimo de tacto (que no de verdad). Pero hasta donde tengo entendido, el mal gusto aún no es punible.

Además, considerando que lo que está en juego es su licencia para ejercer la psicología y no el título a Hombre más Carismático del Año, llama la atención el foco de su reeducación.

Porque no se trata de un curso para reeducarle en cómo abordar los problemas clínicos de sus pacientes. Ni de un cursillo para afianzar métodos de terapia o enseñar formas de interactuar con personas que acuden al psicólogo con problemas de conducta. No pretende instruirle en prácticas clínicas ni mejorar su forma de diagnosticar.

Es un curso para reeducarle en cómo expresarse en redes. Qué poner y qué no. Básicamente, adiestrar a un señor adulto en cómo hacer para no ofender al que está sentado al otro lado de la pantalla. Una persona que, se sobreentiende, tiene la sensibilidad a flor de piel y se va a molestar profundamente por unos cuantos tuits.

Además, se trata de un señor de 61 años que, como ya ha demostrado, va por libre. Hay que ser muy ingenuo o muy tonto para pensar que se le puede reeducar sobre cómo expresarse. O también puede ser una forma de demostrar que las opiniones no salen gratis.

Esta es una decisión que tiene el claro sello de nuestro tiempo. Hay una forma correcta y una forma errónea de estar en el mundo. Dos bandos, el de los buenos y el de los malos.

Sin duda, para el Colegio de Psicólogos de Ontario, Peterson está en el lado equivocado y hay que darle una pequeña ayudita para que despierte y abrace la verdad. Una verdad estipulada por unos cuantos.

A Jordan Peterson no le afecta que le quiten la licencia. Le podrá doler en el orgullo profesional, le podrá escocer por tenerlo como una injusticia (con razón). Pero hace tiempo que cerró su clínica privada y lleva años sin tener pacientes. Aun sin licencia, seguirá viviendo su vida acomodada igual de bien que hasta ahora, entre trajes extravagantes, pódcast y sold outs en conferencias.

Esta decisión lo que hace es mandar un mensaje nítido como el agua. Con un bonito envoltorio de preocupación por el bienestar de la sociedad, deja una advertencia dirigida a todos aquellos que no disfrutan de la misma autonomía económica que Peterson: cuidado con lo que dices. Y cómo lo dices. Y a quién criticas.

Estate alerta para no desagradar a quien tiene la sartén bien cogida por el mango. Porque tú puedes ser el siguiente.

El tacto, el respeto y las buenas formas son actitudes que no sé si se pueden enseñar a la fuerza. El miedo, desde luego que sí.