Pensaba que recibir una amenaza de muerte exigía un esfuerzo mayor. César González-Ruano tuvo que ir al Ateneo a decir que El Quijote era una basura y Ortega un indocumentado. A mí me bastó con musitar (porque no buscaba ninguna polémica) una obviedad: "El Real Madrid carece de arraigo popular".

Sin quererlo, debí de dar en el clavo. Porque, además del hombre que exhibió sus ganas de matarme, recibí una oleada de miles y miles de mensajes. Lo representativo de la afición del Real Madrid no es lo primero (ese descerebrado podría haber sido de Osasuna) sino lo segundo: si tanto madridista se sintió humillado, debió de ser por algo.

Una bengala encendida en la grada tras el gol de Osasuna en la Copa del Rey, el pasado sábado en La Cartuja.

Una bengala encendida en la grada tras el gol de Osasuna en la Copa del Rey, el pasado sábado en La Cartuja. REUTERS

Me gustaría aparcar ya en este tercer párrafo a los que van a decir que el Real Madrid es "franquista" y Osasuna "una banda de etarras". Si nos situamos en ese eje, nada de esto tendrá sentido. Lo ideal sería debatir acerca de un tema mucho más importante de lo que parece. La manera radicalmente distinta de sentir el fútbol por parte de aficionados de Madrid y Osasuna entraña la gran discusión deportiva de nuestro tiempo. El modelo Superliga frente al modelo popular.

Reconozco escribir con asombro y diversión. Tiene morbo que lo haga aquí, en un medio de línea editorial extremadamente madridista, capaz por ejemplo de exhibir ceguera ante la indigencia moral de Vinicius. Les recomiendo, por cierto, el libro de Alejandro Requeijo, Invasión de campo (Ediciones B, 2023), que aporta muchos más y mejores argumentos. Vamos a ello.

La mayoría de los que me insultaron (algunos debatieron con educación y a esos dirijo estas líneas) me respondían de la siguiente manera: el Madrid "tiene arraigo" porque llevan su camiseta en todos los lugares del mundo. Y mencionaban una lista enorme de países. El "arraigo", según el diccionario, está asociado a la "raíz".

La inmensa mayoría de todos estos aficionados no tiene más relación con el Real Madrid que la victoria. "¡No es poco!", me responderán algunos. Y es cierto, pero también es cierto que ese supuesto "arraigo" no se asemeja a los vínculos populares de equipos como Osasuna, Real Sociedad, Sporting de Gijón, Oviedo, Racing de Santander, etcétera.

Todos esos aficionados del Real Madrid a lo largo y ancho del planeta habrían sido del Bayern Leverkusen si este equipo hubiera cosechado los mismos títulos que el club blanco. No estoy dando mi opinión, estoy constatando un hecho. Y los madridistas de verdad (que los hay y han quedado escondidos proporcionalmente por esta deriva de la que hablamos) lo saben.

No soy marxista. No creo en la lucha de clases como motor del cambio. Pero ¿quién puede negar que la versión más despiadada del capitalismo ha copado el fútbol? Todo el fútbol, también Osasuna, que vende sus camisetas tan caras como el Madrid. Pero palpita una diferencia sustancial. El Madrid ha abrazado ese modelo y no exhibe un solo gesto para recuperar parte de ese arraigo tan bonito que tenía, igual que lo tenemos tantos clubes ahora.

"¡No hables de lo que no sientes!", me increpaban los madridistas igual que increpan los nacionalistas a quienes no votan como ellos. Sólo faltaba que no pudiera escribir acerca de la afición del Real Madrid. A mí no se me ocurriría exigir pureza de sangre a alguien que quisiera opinar de Osasuna sin ser de Osasuna.

Juanma Lamet me hizo caer el otro día en la cuenta de un matiz sintáctico sensacional. Uno de los cánticos más extendidos en el Bernabéu es el de "cómo no te voy a querer si fuiste campeón de Europa por X vez". Es decir, el amor vinculado a la victoria. Hasta el punto de pitar al equipo cuando pierde y humillar a sus jugadores cuando pasan por una mala racha.

Nadie me lo tiene que contar. He estado varias veces en el Bernabéu viendo cómo se abucheaba a jugadores como Benzema. ¡Benzema abucheado! Esa es la afición del Madrid. O cómo se pitaba a uno de los suyos incluso con el equipo ganando. Todo esto que llaman "exigencia" no forma parte de nuestra manera de entender el fútbol. Y no hay "superioridad moral" en lo que digo. Es la mera constatación de un hecho.

En el Bernabéu, que es un teatro de ópera en lugar de un estadio, un gran número de los que van cada fin de semana son "turistas". Y está bien. Encaja con el modelo de negocio elegido y funciona como una pieza más de ese engranaje destinado a la consecución de títulos. Consecuencia: se trata, como me explicó Melchor Miralles (madridista), del único campo de LaLiga donde es el equipo el que anima la afición, y no al revés.

La virtud, como siempre, está en el equilibrio. Creo que existen grandes clubes en el mundo que, también obligados a ese camino por la burbuja, hacen mucho más por vigilar y mimar los vínculos con sus orígenes. Jorge Valdano intentó hacerlo en el Madrid escribiendo el libro blanco que se entregaba a quienes llegaban. Nada queda de eso.

Si la constatación de estos hechos ha provocado esta marejada de reacciones (ayer en la cafetería del ABC se estuvo debatiendo acerca de esto), será porque al madridismo le duele no tener algo que tuvo y perdió. Florentino Pérez es consciente de que conduce un trasatlántico sin más identidad que la victoria. Y sabe que el camino no tiene vuelta atrás. Por eso se ha inventado la Superliga. Otro lugar donde no habrá ningún significado más allá de ganar.

"¡Cada uno se consuela como quiere! ¡Sois los campeones de la derrota!". Probablemente. Y preferimos vivirlo así porque no podemos hacerlo de otra manera. Lo hemos aprendido en las calles, en las plazas. Nuestro credo no tiene que ver con el marcador. Ha sido el mismo en Primera que en Segunda o en Tercera.

Será la dimensión del equipo, de la ciudad, lo que quieran. Pero no pueden pretender los madridistas exhibirse como el gran club del arraigo popular porque resulta sonrojante. Me gustó que alguien se inventara lo del "Madrid de los galácticos". Es exactamente eso, un equipo que no es de una ciudad y sus gentes, sino de una galaxia indeterminada.

Me encantaría que ese porcentaje minúsculo de madridistas arraigados fuera más grande. Me encantaría que Florentino Pérez repensara su representatividad. Me encantaría que el Real Madrid fuera de veras algo "de Madrid". Pero buena parte de sus jugadores no ha pisado la Plaza del Dos de Mayo, no sabe lo que son los calamares del Brillante y desconocen por qué en lo de Jabois se canta "mi viejo Chamartín". Que les pregunten a Budimir y a Chimy Ávila por la Plaza del Castillo o los garrotes de Beatriz.

Como liberal nacido en una ciudad de carlistas, respeto que el Madrid sea lo que quiera. De hecho, me parecen los mejores en lo suyo. Reunir todos los millones que haga falta para fichar a los que puedan ganar. Pero que tengan la honestidad de no arrogarse lo que a nosotros nos queda para competirles una final con un presupuesto 700 millones de euros menor: la memoria y el escudo. Si el arraigo es la raíz, la raíz no puede ser la cartera.