Tengo la sensación de que solo la izquierda que viene será capaz de proteger Doñana, porque solo esa izquierda es lo suficientemente autoritaria para prohibir, expropiar y expulsar a los agricultores irregulares de la zona.

A nadie le gusta presentar el problema como un juego de exclusiones mutuas: o linces o acequias, o fresas o flamencos, o el hombre o la naturaleza. Pero dato mata relato. Se ha perdido el 60% de las lagunas de agua dulce por la extracción de agua para uso humano y la única forma de proteger los humedales del Parque de Doñana es ilegalizando las hectáreas irregulares de regadío.

Teresa Ribera, en una rueda de prensa posterior al Consejo de ministros.

Teresa Ribera, en una rueda de prensa posterior al Consejo de ministros. Juan Carlos Hidalgo EFE

Los expertos en ecología lo han dicho muy claro. Uno de los principales problemas del Parque es la acción parasitaria de los cultivos que lindan con el Parque Natural. No hay agua para todos.

Sin embargo, los expertos en economía también han hablado claro. Hay en juego 180.000 empleos y 400 millones de euros en actividad económica, en una región de España especialmente desfavorecida.

Y los políticos, ¿qué dicen? Que es muy difícil poner de acuerdo a los expertos de diferentes campos. Las decisiones políticas suelen ser las más complejas al tener que conciliar informes contradictorios. Esta es la política de verdad, la que se mide con la realidad compleja. ¿Salvamos Doñana o salvamos la vida social que es tan vulnerable como el ecosistema que parasita?

No gusta plantearlo con tanta crudeza, y no sé si es porque en realidad nadie tiene una solución conciliadora mejor que la que ha presentado la Junta de Andalucía. Lo cual nos podría hacer pensar que quizás el problema sea que esta vez no hay conciliación posible. Es la crudeza de la política, el dolor de tener que tomar una decisión. Y esto, a una derecha muy marcada por un autoritarismo no tan lejano, se le da muy mal.

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No se puede seguir haciendo la vista gorda. Ante la “pertinaz sequía”, pantanos. Y la decisión de hacer pantanos anegando pueblos solo la pudo tomar un dictador. Para soluciones drásticas hace falta un poder igual de drástico. ¿Quién podría, en una sociedad democrática, soportar la decisión de movilizar pueblos enteros y digerir cada verano la imagen de un campanario aflorando sobre la superficie del pantano?

Doñana tiene algo de empantamiento. Es otro nudo gordiano que parece que solo la espada del emperador puede deshacer. Ante dos bienes en conflicto, un parque natural único y la vida de miles de personas, se decida lo que se decida se va a perjudicar a una o a otra, o a las dos. Los ecologistas sensatos lo dicen de forma velada, como en voz baja: que se prohíban los regadíos irregulares sobre los que se ha hecho la vista gorda desde hace décadas, que se les ubique en otras zonas, que se expropien tierras, que se les permuten por otras de igual o mayor rentabilidad, que se les den viviendas del Estado a cambio, que se les indemnice, ¡pero que se vayan!

Así que lo más consecuente sería que la ministra Teresa Ribera compareciese en el Parlamento andaluz y explicase qué quiere decir cuando afirma que “hay que salvar Doñana”. Y que se atreviese a decirlo sin hipocresía, con todas sus consecuencias: “Hay que salvar Doñana prohibiendo los regadíos ilegales y dejando en el paro a miles de personas”. Pero si no lo hicieron cuando podían, ¿por qué van a hacerlo ahora, justo antes de las elecciones?

Si se quiere proteger el humedal hay que arrancar las fresas. Y esto, en España, solo lo podrían hacer Franco o la izquierda autoritaria que viene.