Siento una gran tristeza por la reciente decisión de los chilenos, que han rechazado en plebiscito la que hubiera sido la primera Constitución posmoderna (de verdad) de la historia. Que han descartado por una aplastante mayoría convertir a Chile en el primer país regido por una ley suprema woke.

Hubiera sido, sin duda, el pistoletazo de salida, el modelo a seguir para todas las naciones del mundo dotadas de vetustas normas generales, propias de aquel injusto tiempo que se resiste a morir.

Chile, sin sus empecinados nacionales, se habría convertido en faro mundial de esa revolución de colores bonitos que ya han señalado la ONU, algunos multimillonarios americanos, la amansada Unión Europea e infinidad de mass media

El presidente chileno, Gabriel Boric, responde a la prensa tras votar en su colegio de Punta Arenas.

El presidente chileno, Gabriel Boric, responde a la prensa tras votar en su colegio de Punta Arenas. Reuters

Veamos los antecedentes de tal incomprensible cosa.

Todo comenzó en 2015, cuando Michelle Bachelet, a la sazón presidenta, anunció que había que entrar en un periodo constituyente. Sin embargo, esto no llegó nunca a buen puerto y Bachelet, que ya había trabajado para la ONU en importantísimos asuntos de igualdad de género, volvió a dicha organización.

El siguiente momento a recordar es 2019, año de protestas políticas de extrema violencia. El ambiente se había forjado durante las movilizaciones estudiantiles de 2011 (de alguna manera un 15-M chileno) en las que ya participaba quien detenta hoy el sillón presidencial, Gabriel Boric.

El proceso recuerda bastante a lo acontecido aquí con Podemos. Boric, junto a otros estudiantes universitarios, pasó de la facultad a las instituciones gracias al liderazgo callejero y sin tener ninguna experiencia previa en la vida política formal.

El historial ideológico del personaje podría recordar a nuestro Pablo Iglesias y sus viejas querencias por los mundos insurreccionales hispanos. El chileno apoyó en su momento al terrorista comandante Ramiro, integrante del grupo armado Frente "Patriótico" Manuel Rodríguez (FPMR) y asesino del senador Jaime Guzmán en 1991.

Y así llegamos, al fin, al actual y fallido momento constituyente. Leyendo la nueva carta magna, sus brillos y grandes esperanzas, no puedo por más que sentirme descorazonado. Detallo algunas de sus innovaciones más luminosas.

Si la antigua norma de 1980 (reformada 60 veces, la última en 2010, pero siempre sospechosa de dictatorial, como nos recordaban estos días los amados líderes podemitas) proclamaba que Chile es un Estado unitario, una república democrática y que la familia es el núcleo fundamental de la sociedad, la nonata Constitución le daba la vuelta a todo eso.

Lo hacía con el magisterio woke. "Plurinacional, intercultural, regional y ecológico".

También con la poética woke. Reconocer "la relación indisoluble de los seres humanos con la naturaleza".

Y con la firmeza woke. "El Estado […] deberá incorporar transversalmente el enfoque de género en su diseño institucional, de política fiscal y presupuestaria".

Los constituyentes no dejaron puntada sin hilo ni derecho sin cubrir. Así, el artículo 127 dice que "la naturaleza tiene derechos" y que "es titular de los derechos reconocidos en esta Constitución que le sean aplicables".

Por supuesto, el texto es perseverante y tenaz en el tema sexual. El artículo 25 proclama que "el Estado asegura la igualdad de género para las mujeres, niñas, diversidades y disidencias sexuales y de género, tanto en el ámbito público como privado".

Tal arrojo en la misión, tantos días de emociones históricas, de sabiduría, de sensibilidad y buena letra de los constituyentes no se han visto recompensados. Parece que lo de la plurinacionalidad no ha convencido a una nación tan diversa (sólo un 13% de su población es indígena), y desde luego no se entiende desde esta pluriEspaña.

Como miembro de la tribu catalana, conmino a nuestros políticos a tomar nota de esta maravilla que esos visionarios constituyentes tuvieron a bien dejarnos escrita: "El Estado reconoce y promueve el diálogo intercultural, horizontal y transversal entre las diversas cosmovisiones de los pueblos y naciones que conviven en el país". 

No se comprende la decisión del pueblo chileno. ¿No vieron acaso el extraordinario video promocional a favor del "apruebo" protagonizado por cabritas, ranitas y pájaros exóticos?

¿No atendieron al testimonio de Angélica Castillo, un ama de casa de 53 años, cuando contestaba a un periodista en la calle "es mi oportunidad, yo me crie en dictadura, yo no sabía leer pero sabía marchar"?

La vanguardia de la revolución bonita llora la oportunidad perdida. Yolanda Díaz se reconocía en Twitter "triste" aunque confiada en que "más pronto que tarde" habrá una nueva Constitución.

Juan Carlos Monedero, que había cantado a las grandes alamedas, volvía cabizbajo a España. ¿Por qué nos has hecho esto, Chile, esbelto país de alada cordillera y mar infinito?

Una ocasión perdida para la agenda woke que, sin embargo, no cejará en su machacón lavado de cerebros, cumpliendo un programa de salvación mundial. ¡Aleluya!