Jamás un tercer puesto, que en realidad es un segundo, y ya veríamos cómo se habrían repartido los votos entre Reino Unido y España si Rusia no hubiera invadido Ucrania y el representante ucraniano hubiera quedado antepenúltimo como se merecía, supo tan bien como el de Chanel este sábado en Eurovisión. 

La representante española en Eurovisión, Chanel.

La representante española en Eurovisión, Chanel. EFE

La secretaria de Igualdad del PSOE y diputada en el Congreso de los Diputados, Andrea Fernández, le mandó durante la noche un cariñoso y muy elegante saludo a Rigoberta Bandini, que es la manera que tienen las de la sororidad de clavarle la letra escarlata a las mujeres que osan desobedecer la orden de sumisión y recogimiento que ha decretado para ellas el feminismo de la mortificación. 

El País se dedicó a recordar, como quien no quiere la cosa, que Francia sí se había "atrevido" a llevar al festival a alguien cuyo rasgo distintivo es que canta en bretón y que no representa por tanto a todos los franceses, sino sólo a una minúscula parte de ellos. Qué torcida ha de tener uno la ideología para creer que eso es algo a lo que aspirar. 

Porque, ya saben, el socialismo solía ser universalista y aspirar a la igualdad, aunque fuera una igualdad en la pobreza. Pero lo progresista ahora es exacerbar las diferencias, los particularismos y el folclore cantonal. Eso sí, con música techno de librería gratuita de Pro Tools, batucadas de Sangenjo y panderetas con piel de vaca 100% gallega. 

Luego, Francia quedó antepenúltima con su oda al folclore bretón. Oda indistinguible de cualquier otra oda al folclore transnistrio, o corso, o astur. Pero que la realidad no nuble el cielo de tu aldea con campanario mental. Los coros y danzas del franquismo son al progresismo de hoy lo que la Coca-Cola al capitalismo: símbolo aspiracional. 

Alguna comentarista fue más sutil que los anteriores y dijo que la canción de Chanel normaliza la prostitución. Así, con todas las letras: "Normaliza la prostitución y se enfoca en el deseo masculino a través de la cosificación de una mujer".

Es de suponer que, tras tamaña indigestión de legumbres intelectuales, la autora de tan fino análisis salió volando como un globo aerostático por la ventana de su solución habitacional en dirección a la constelación de Casiopea. 

Luego, la autora dijo "Chanel es una gran artista, esto no va por ella, no nos equivoquemos". No, claro, no va por Chanel. Ella sólo canta, baila y defiende el tema que tú estás llamando "apología de la prostitución". Va por el representante de Moldavia. 

Un inciso. Probablemente la característica más llamativa de este nuevo feminismo adolescente, que en realidad no es feminismo, pero sí es adolescente, sea su obsesión por salir indemne de todas sus barbaridades. Esa agresividad pasiva que les lleva a clamar que Chanel es poco menos que una apologista de la prostitución y del maltrato a la mujer, pero resguardándose bajo el "eso no va por ti".

¿Y por quién va, entonces?

Pretenden así la impunidad de las niñas, que no son responsables de lo que dicen en público "porque son menores y no comprenden". Pero multiplicando por seis la edad que justifica esa irresponsabilidad y comprendiendo perfectamente.

En realidad, el feminismo del progresismo no es más que el viejo síndrome de Peter Pan reconvertido en ideología de poder. 

De Chanel les molesta en primer lugar el hecho de que sea cubana. Esa isla que el comunismo ha convertido en una inmensa Disneylandia de la miseria y en el que a Chanel le habría correspondido, de no haber huido de allí, el papel de decorado para los viajes de placer del progresismo internacional. El de tramoya sin futuro en ese mar de ruinas y desolación urbana, social y moral que es la Cuba de 2022.

Pero escapando de ese destino y aterrizando en España, Chanel ha negado por segunda vez el destino que el socialismo había reservado para ella. El ideológico (por renegada de ese socialismo ultranacionalista y particularista que tan bien representan las Tanxugueiras) y el de su género (por renegada de esas nuevas feminidades "de los cuidados" que tan excelentemente encarna la oda a las madres de Rigoberta Bandini).

De Chanel les molesta también la desacomplejada frivolidad de su canción en oposición a la banalidad ideologizada de los temas que ellas preferían. Pero también su vitalismo y su energía. Les molesta que Chanel no haya utilizado su condición de inmigrante para victimizarse racialmente. Y les molesta, finalmente, la también desacomplejada carnalidad de una canción, una intérprete y una escenificación que glorifica todo aquello que ellas odian.

Es decir, y para no extenderme demasiado, la juventud, la fuerza y la belleza. 

En los años 80, una década bastante más libre que la actual, un artículo como este habría sido inimaginable. Porque el progresismo no había infectado de ideología hasta el más frívolo, intrascendente y volandero de los rincones. Pero hoy, ese progresismo ha convertido en una batalla a cara de perro hasta la mismísima Eurovisión. 

Hace 35 años, uno podría haber escrito libremente que la canción de las Tanxugueiras es un cosa un tanto rupestre y más apropiada para fiestas parroquiales de verano que para Eurovisión; o que la de Rigoberta Bandini no está mal, pero que no deja de ser la versión cool del Chikilicuatre, es decir, el típico producto de esa modernidad barcelonesa que hoy sólo le parece atractiva a quienes se quedaron anclados en 1992; o que Chanel es pura marca España, la España de los dos hemisferios, y que sólo podría haber sido mejor si hubiéramos enviado para allá a C. Tangana o a Rosalía.

Pero la batalla la empezó el progresismo. Fue ese progresismo el que, como Rusia en Ucrania, acumuló tropas en las fronteras de nuestras libertades civiles, como la de expresión o la de pensamiento, y lanzó luego un blitzkrieg ideológico destinado a sojuzgar nuestras mentes. Mentes que el progresismo considera poco más que una provincia de la Gran Madre Socialista.

Pero, como le ha ocurrido a Rusia, el progresismo no contaba con la resistencia. Así que ahora vamos a jugar todos. Incluso en Eurovisión. Y a ver quién vence: si la alegría de vivir o la penitencia de los cementerios. 

PD: Qué europeo, qué exquisitamente europeo, eso de darle todos los votos a Ucrania para purgar la culpa por haber dejado en la estacada a los ucranianos negándonos a armarles hasta los dientes y a cortar el grifo del gas ruso. Menos votos y más tanques, señores. Menos votos y más tanques.