No lo digo yo, que no sabría decirles. Lo asegura la escritora de culto del momento (siempre que a ese “de culto” no se le exijan escasas ventas) Sally Rooney. Puede que lo sea, Sally. Pero resulta aún más infernal buscarla afanosamente y no encontrarla en ningún lado.

Ahí andan estos días cientos de autores desconocidos que se incrustan en las casetas de la Feria del Libro de Madrid esperando un admirador o, a veces, esperando nada. Con suerte, a la mayoría le visita la familia y los amigos con una sonrisa y, si se le quiere mucho, con la tarjeta de crédito a punto. Pero, claro, eso no sucede siempre.

Igual por esa razón le resulta sencillo a la autora de Gente normal quejarse de las invasiones a su privacidad. A ella la asedian y debe de ser (ya les digo: yo no lo sé) molesto. Pero miles de autores en este y todos los demás países morirían por un poco de esa atención.

Además, mientras Rooney más se empeña en limitar sus apariciones públicas, crece exponencialmente el furor por acercarse a una treintañera que, de tanto huir del mito, no hace más que elevarlo. Su tercera novela, Dónde estás, mundo bello, la catapulta a un lugar verdaderamente alto.

Resulta curioso que, mientras algunos autores rechazan la fama que trae el éxito literario (J. D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno, puede haber sido el máximo exponente de esta tendencia), otros la anhelan hasta un punto enfermizo. Asombra aún más (o tal vez no, si se pone uno a pensarlo despacio) que a muchos de los primeros les inunde el talento y que a los otros les embriague la falta del mismo. Quizá por eso estos últimos necesitan esa dosis de fama que sostiene o incluso multiplica su autoestima.

En la FLM hay numerosos ejemplos. Y comprendo perfectamente la sensación, pónganse en su piel. Escribir es muy difícil; escribir bien, casi imposible. Que te publiquen ya es un milagro. Lo es aún más que el libro se vea entre las miles de novedades anuales que hay en España y ya resulta de otro mundo que el libro (en el que casi literalmente te has dejado la vida) se venda masivamente.

Hay autores que, en su desesperación por conseguir notoriedad, harían cualquier cosa. Una de ellas podría ser seducir a un obispo. Nadie sabe las razones de la escritora Sílvia Caballol para secuestrar el corazón de alguien que ya se lo había entregado a un rival todopoderoso, nada menos que a dios, pero esa podría ser (como cualquier otra) una de ellas.

Como estrategia de ventas resulta, desde luego, espectacular. La derrota amorosa de dios a manos de una autora de 38 años resulta cuando menos singular y, para muchos, un elemento asombroso que lanza a la gloria a esta escritora de libros eróticos.

Dios sigue en su casa (la de todos, dicen los creyentes en leyendas y fábulas), y el exobispo Xavier Novell pernocta ahora en un piso de Manresa con la autora de 38 años. Ha habido que hacer papeles para formalizar el acuerdo, pero a dios se le ha eximido de firmarlos.

Mientras, en las casetas de la feria madrileña, soportando el calor y la multitud que los ignora, los autores en busca de la fama que rechaza Rooney siguen esperando un golpe de suerte. Uno que los lleve, directamente, al infierno.