El 25 de julio, día de Santiago Apóstol, se ha asumido ya por parte de las autoridades (con Alberto Núñez Feijóo a la cabeza) como día nacional de Galicia. No existe tal nación, Galicia es una región española. Pero en el planeta de la Administración se actúa como si Galicia fuera, de hecho, un todo nacional aparte.

La idea del 25 de julio como día nacional de Galicia fue promovida en 1919 por las nacionalistas Irmandades da Fala, fundadas por Antón Vilar Ponte (supremacista racial, como todo el celtismo galaico), y adoptada por la Administración autonómica sin ningún problema. Es más: el autonomismo sólo se alimenta del nacionalismo fragmentario, poniendo un velo de Maya sobre el racialismo que lo ha caracterizado. Porque, claro, no puede tener otros referentes.

La adopción de Santiago Apóstol como patrón de Galicia por parte de las autoridades autonómicas (con el consentimiento de las nacionales) se ha realizado soslayando el hecho de que este ha sido tradicionalmente un santo vinculado a España entera desde época medieval, en cuanto patrón suyo.

Santiago Matamoros representa, precisamente, la pugna contra el islam en el contexto en el que se forjó España, siendo Santiago Apóstol, en palabras de Américo Castro, el antiMahoma.

Unamuno (siempre don Miguel) lo decía muy bien:

No en vano fue Santiago durante siglos centro de romerías internacionales. Lo internacional ahoga todos los regionalismos estrechos y robustece lo nacional. Los devotos peregrinos venían, al venir a Santiago, a España, y cruzando España, no a Galicia: venían a visitar el sepulcro de España y no de Galicia sólo. "¡Santiago, y cierra España!" fue nuestra divisa medieval. Pero, al cerrar Santiago a España, abría y rompía sus barreras interiores, fundía a sus pueblos todos en la lucha común contra la morisma.

Esta situación histórica hace que, al ser una festividad común nacional española, sea festivo en muchos pueblos de España. Pero que no lo sea ya en España entera como consecuencia de la acción administrativa autonomista, al haber quedado secuestrada (por impulso de la ideología nacionalfragmentaria) como festividad propia de Galicia.

Igualmente ocurre con la lengua y, en general, con cualquier rasgo cultural que, interpretado como seña de identidad, es visto como un compartimento estanco, monadológico, incomunicable para el resto de españoles. Este año, además, al coincidir el 25 de julio en domingo, es año jubilar. Por ello es presumible que la festividad tenga un mayor alcance.

Generalmente era el rey de España el que, desde la catedral de Santiago, pronunciaba un discurso con motivo de la celebración. Desde hace ya muchos años, esto no ocurre. Del discurso se encarga el presidente de la Junta de Galicia, como si fuera (de eso se trata) el representante máximo de la nación gallega. El discurso se pronuncia íntegramente en gallego.

Conviene aclarar sin embargo que, en este caso, Alberto Núñez Feijóo no es representante de la nación gallega porque tal cosa no existe, a pesar del simulacro autonomista. Feijóo es un representante de España que administra los únicos derechos que pueden administrarse en Galicia como parte suya. A saber, los de los españoles. Sólo hay una ciudadanía en España: la española. No existe algo así como la ciudadanía gallega.

Ocurre, sin embargo, que el simulacro autonomista ha conseguido que el resto de los españoles no se vean comprometidos con dicha festividad. Que hayan cortado amarras también en este terreno con el resto de conciudadanos españoles, que ya no festejan Santiago como tales españoles, quedando confinada la festividad en los ámbitos locales correspondientes, una vez secuestrada y metida en el zulo de la Administración autonómica gallega.

Es el Apóstolo, ya no el Apóstol. Ya no existe La Coruña, sino A Coruña. Ourense, ya no Orense. Se trata, en fin, de crear la impresión de que aquello ya no es España. Y muchos conciudadanos españoles se lo creen.